Sábado. Al filo del mediodía, en el acristalado patio de Cibeles, Esperanza Aguirre celebra: "¡Van a hacer alcalde a Pepito!". Para llegar hasta aquí, Génova tuvo que sacar al colchonero del colchón. José Luis Martínez-Almeida, del Atlético de Madrid hasta las trancas, se había acostado el viernes igual que cuando Sergio Ramos les arrebató la Champions de un cabezazo. Hundido. Se sabía derrotado. Se imaginaba opositor una vez más, mosca latosa en la oreja de Manuela Carmena. ¡Otros cuatro años!
"Descompuesto", "nervioso". Estos son los adjetivos que eligen un par de sus colaboradores para encerrar el gesto con el que "Pepito" -permita, alcalde, el apodo acuñado por su mentora- se despidió tras rubricar el pacto con Ciudadanos. Eran las once y pico de la noche. Vox le había transmitido que ni por el forro: "O entramos en el Gobierno o no hay trato". Y Begoña Villacís, su socia en Ciudadanos, le advirtió de que no traspasaría esa línea roja.
Así se fue a dormir "Pepito", con la carretera desierta. Sin atascos. Ni una sola cosa de la que culpar a Carmena. Hasta que sonó el móvil. Teodoro García Egea y Javier Maroto, al aparato. Los "negociators" -esto no es licencia literaria, sino el apodo que les brindan sus compañeros de partido- le emplazaban a una reunión urgente en el hotel Orfila, a apenas doscientos metros de Génova.
"Pepito" sabía perfectamente de qué sitio le hablaban. Según traslada un portavoz del PP a este diario, había estado allí hacía unas horas, mientras su equipo municipal apuntalaba con Ciudadanos un pacto que, de momento, no servía para nada.
Las dos reuniones del Orfila
Encontró enfrente a Javier Ortega Smith, Iván Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio, el triunvirato "voxeador" encargado de arrancar al PP responsabilidades de gobierno. Esas que Villacís no quería -ni quiere- darles.
El Orfila es un hotel de cinco estrellas. Un portalón de madera verde precede el viaje al siglo XIX. Muy a la francesa. Los botones, uniformados; los salones, inundados de porcelana y lámparas estilo Luis XVI.
A pesar del sueño que brotaba de la madrugada, el primer pacto de PP y Vox fue elegir un salón, no una habitación con camas. "Teníamos que estar muy atentos, no había tiempo para cabezaditas", bromea uno de los presentes.
Para comprender la reunión nocturna conviene referir primero la diurna, celebrada también el viernes, pero a eso de las siete de la tarde. "Pepito" y García Egea, capitán negociador, intentaron convencer a un correoso Espinosa de los Monteros. A tenor de lo dibujado por fuentes de Génova, el portavoz de Vox en el Congreso les dijo que querían, por lo menos, una concejalía.
"Pepito" tenía un problema porque, simultáneamente, en el edificio de grupos municipales de la calle Mayor, su partido terminaba de diseñar con Ciudadanos la estructura del nuevo Ejecutivo. Un castillo blindado a Abascal.
Espinosa -los asistentes a la reunión no recuerdan las palabras exactas- emitió un mensaje parecido a este: "Nuestras bases no entenderían que cediéramos. Prefieren perder con orgullo que ganar sin él". No hay marcha atrás.
"Pepito" volvió a la calle Mayor, donde se cocinaban unas negociaciones que no iban a ninguna parte. Eran algo más de las ocho de la tarde. Y "Pepito", deslizan a este diario algunos mandatarios del PP, jugó una última baza. Buscó la mediación de algunos amigos muy próximos a Ortega Smith, el secretario general de Vox: "Pero, ¿cómo vais a permitir que siga Carmena?". Le explicaron que Vox negocia "con otro chip", que eran "capaces de inmolarse". Pepito creía -y cree- que si Abascal hubiese resucitado a la regidora de Ahora Madrid, sus siglas habrían desparecido.
El ¿hallazgo? de las Juntas de Distrito
Pero estábamos en el Orfila, recién estrenado el sábado, con noche cerrada, y un "Pepito" sacado de la cama. García Egea y Maroto habían conseguido rebajar las pretensiones de la formación en el extremo derecho del tablero. Les abrían la puerta, pero empezaban a hablar en clave municipal. Y quien controla eso es "Pepito", que se sabe la ciudad de memoria. Como el campo de golf que recorre cuando puede, conoce dónde están los hoyos, los baches...
Madrid, discurrieron Almeida, Maroto y García Egea, ofrecía una particularidad. El PP podía ofrecer a Vox el liderazgo de algunas Juntas de Distrito, sin que esto significara su participación en el Gobierno. O lo que es lo mismo: los ultraconservadores gestionarán asuntos vecinales, pero sin engrosar el consejo de ministros municipal. Una tangente que les iba a permitir calmar a Ciudadanos y satisfacer a Abascal.
Firmaron, ¡oigan!, firmaron. Pepito se frotaba los ojos. Acababa de convertirse en alcalde de Madrid. La jugada funcionó. Según admite a este periódico la dirección de Ciudadanos, no romperán el pacto cuando el PP ceda a Vox alguno de estos puestos: "Aunque no nos gusta nada".
Pepito se metió en la cama pensando que asistiría al pleno con la angustia en el cuerpo, sin saber qué haría Vox. Por la noche, a eso de las tres de la madrugada, lo supo. Regresó a casa, durmió algo y preparó el discurso. Ahora, sí, aunque House of Cards a la chulapa de por medio. Sábado por la mañana. Esperanza Aguirre dice en el patio acristalado de Cibeles: "¡Van a hacer alcalde a Pepito!".