Podemos lo fio todo a adquirir fuerza el 26 de mayo para ser capital en todos los ejecutivos autonómicos que pudiera formar el PSOE. La idea clave que vendió Pablo Iglesias en la noche del 28 de abril fue que los resultados no eran satisfactorios, pero sí suficientes para lograr un Gobierno de coalición. Y cuando fue a Moncloa en aquella extraña ronda de contactos que organizó Pedro Sánchez ejerciendo un papel que siempre había correspondido al Rey, le transmitió esto mismo al presidente ya en funciones.
Pero el caso es que la campaña del superdomingo funcionó mucho peor que la de las generales. Sin el secretario general en el cartel electoral -y con la sopa de letras de nombres con la que se presentaba la formación morada en cada territorio, criticada por el propio Iglesias-, los líderes autonómicos se estamparon. Podemos perdió otro millón y medio de votos en un solo mes y sólo logró la llave de la gobernabilidad de Asturias y La Rioja. En las capitales de provincia, tres cuartos de lo mismo. Salvo el Cádiz del anticapitalista Kichi y la Barcelona de Ada Colau -además, con los votos "molestos" de Manuel Valls-, la formación morada se quedó casi en irrelevante.
La debilidad de Podemos es tal que ahora el discurso ha cambiado. Y lo ha hecho en dos direcciones. La primera, se ha olvidado la apuesta de "cuanto más decisivos seamos en los gobiernos autonómicos más fuerza tendremos para negociar con Sánchez", que bramaba Iglesias en cada mitin. Ahora, la formación de los círculos se remite a la "proporcionalidad surgida de las urnas el 28-A", tal como insistía este mismo lunes Noelia Vera, portavoz del Consejo de Coordinación.
Pero es el otro cambio el más relevante: Podemos ha rebajado todas sus exigencias para evitar dos de los tres escenarios que contempla. Fuentes de la dirección del partido explican que "o Sánchez acepta gobernar con nosotros o pacta con Rivera... o repite elecciones". No hay más. Y los dos últimos supuestos son terribles para Iglesias y los suyos.
El partido morado ya no enarbola la bandera de la "derogación de las reformas laborales de Zapatero y de Rajoy", uno de los argumentos principales de las campañas de este último ciclo de elecciones. Este lunes, Vera hablaba de "eliminar los aspectos más lesivos" de estas normas. La coincidencia con el PSOE es total, hasta en la terminología elegida.
Acababa de desgranar algunas de sus primeras exigencias: "Una jornada laboral de 34 horas y permisos de paternidad y maternidad de 25 semanas". Sorprendía pues que, habiendo elegido medidas laborales en el momento de poner las primeras exigencias sobre la mesa, Podemos renunciara de inicio a su exigencia estrella.
Es más, enrocada la portavoz como estaba en aclarar que "no estamos en el escenario de las sillas y los ministerios, sino en el del programa", se le preguntó por la posibilidad de que su partido renunciara a sentarse en el Consejo de Ministros a cambio de lograr que Sánchez asumiera sus postulados. Y Vera no lo descartó: "no adelantemos acontecimientos", se limitó a esbozar.
La realidad es que, dadas las circunstancias, a Podemos sólo le vale tocar poder. Para ser relevante y capitalizar en algo esa "suficiencia" de los malos resultados electorales con la que se contentaba Iglesias en la mala noche del 28-A. Y para atar en corto al PSOE "de las dos almas". Sobre todo a la que las fuentes de la dirección morada atribuyen al secretario de Organización socialista, José Luis Ábalos, que este domingo pedía a Albert Rivera que reflexionara y evitara "un Gobierno con ataduras".
El calificativo ha molestado en Podemos, que ya está tragando con que el PSOE haya elegido el término "cooperación" y no "coalición" para lo que están negociando Iglesias y Sánchez. De hecho, Vera respondía con gesto agrio: "Se equivocan si piensan que compartir es una atadura", contestó. "Es evidente que hay quienes no quieren que entremos en el Gobierno y que Sánchez elija a Rivera... él sabrá", dijo refiriéndose al también ministro de Fomento en funciones.
La calle o el vértigo
Y es que en el caso de que esas "fuerzas que sin duda existen en el PSOE", explica una fuente de la dirección, "logren su objetivo, que es seducir a Ciudadanos", Pablo Iglesias quedaría esquinado en el extremismo: "Se podría hacer una oposición salvaje", detalla un portavoz del partido. Pero en la sede de la calle Princesa se sabe que sería más de cara a la galería, logrando titulares de prensa y movilizando colectivos en las calles, pero no habría capacidad legislativa real. "Y si por algo se caracteriza Podemos es porque sus dirigentes se creen lo que dicen, que están aquí para cambiar las condiciones de vida de la gente".
Y si finalmente no hay acuerdo entre PSOE y Podemos para ese "Gobierno de cooperación", una repetición electoral no se augura fácil para las listas de Iglesias. En el último ciclo electoral, Podemos ha pasado de los 5 millones de votos de la anterior legislatura a los 2,2 millones de las europeas. "No son comparables", insisten en Podemos, pero sí son unos comicios a nivel nacional, y sólo un mes después de las generales en las que ya habían cosechado 3,7 millones. Un millón y medio menos de electores en un solo mes es mucho vértigo para afrontar otra convocatoria a las urnas.