“Terminaremos lo que hace doce años no pudimos concluir en Navarra”. La frase pertenece a María Chivite, la secretaria general del PSN y candidata de los socialistas a la Presidencia del Gobierno foral. La pronunció un día después de las elecciones del 26 de mayo, cuando su candidatura quedó como segunda fuerza política, por detrás de Navarra Suma, lista que integran UPN, PP y Ciudadanos y que prácticamente dobla en escaños a los socialistas (20 frente a 11).
Sin embargo, con el enrevesado mapa electoral que dejaron las urnas, Chivite tiene poder para desempeñar el papel de árbitro en la vida política foral. Y es consciente de ello. Sus votos decantarán un gobierno constitucionalista o un gabinete en el que la de Cintruénigo deberá entenderse con los nacionalistas.
Con esas palabras, Chivite despejaba cualquier duda y confirmaba que entre sus preferencias no se encontraba la de aupar a Javier Esparza (Na+) al Palacio de Navarra. Y no engaña a nadie, porque aunque esa opción sigue abierta, cada vez se aleja más. Fue, de hecho, uno de los compromisos adquiridos por la la candidata socialista durante la campaña electoral: “Remar para frenar a las derechas”. No se puede decir que los anhelos de Chivite pillen ahora a nadie por sorpresa.
Pero conviene aportar contexto y retroceder a 2007. Solo así se entiende el órdago del PSN. Entonces el líder socialista era Fernando Puras. Los números daban para un Ejecutivo que desalojara a UPN del poder, pero requería un acuerdo a tres bandas junto a Nafarroa Bai e Izquierda Unida. Y la federación navarra del PSN votó mayoritariamente por ese gobierno.
El 'agostazo' de 2007
Durante aquellos días, en pleno verano, hubo presiones para paralizar la aventura que estaba a punto de arrancar Puras. Nunca antes el PSOE había llegado tan lejos. Y tras numerosas llamadas internas, al asunto se calmó, con una amenaza de José Blanco -número dos del PSOE- de por medio. O Puras daba un paso atrás o Ferraz deshacía la federación navarra y montaba una gestora.
A las conversaciones se unió, según ha podido conocer este diario de fuentes implicadas directamente en esas reuniones estivales, un importante intermediario entre UPN y el PSOE, que convenció a la cúpula socialista de rechazar la idea de Puras.
Los socialistas entraron en razón y el entonces secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, impidió un Gobierno con vasquistas y la izquierda radical y dio instrucciones para apoyar la investidura de Miguel Sanz, de Unión del Pueblo Navarro (UPN).
El 6 de agosto, Puras, tras acatar en un principio a Ferraz, acabó presentando su dimisión como gesto de disconformidad. Aquel episodio político se conoce en el argot navarro como el agostazo, y es un recuerdo que sigue pesando en la historia del socialismo navarro. Doce años después, Chivite quiere “concluir” el viaje que inició Puras pero que al final tuvo que abortar, porque desde Madrid le cortaron la cabeza, políticamente hablando.
La moción abortada
Algo similar ocurrió en 2014, cuando Roberto Jiménez mantuvo una gran disputa con Ferraz. Impulsó una moción de censura contra la entonces presidenta Yolanda Barcina. La ecuación también requería de nuevo a Bildu. Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general, llamó desde Madrid y congeló el intento de Jiménez. Elena Valenciano, secretaria de Organización, también se opuso; ella se jugaba mucho porque los comicios europeos estaban a la vuelta de la esquina. Y una foto entre abertzales y socialistas para desalojar a Barcina podía pasar factura electoral a nivel nacional.
La diferencia es que esta vez cuenta con Pedro Sánchez a su favor y con unos estatutos que recogen que los pactos de gobierno los decidirán los afiliados. Es decir, los líderes territoriales sí tienen ahora autonomía para fijar sus acuerdos de gobierno.
“Gobierno de progreso”
“No vamos a defraudar a esa Navarra de progreso”, insistía Chivite. Sabe muy bien que esta vez sí, en sus manos vuelve a estar la llave del futuro Ejecutivo foral. Su “Gobierno de progreso”, como ella misma lo ha bautizado, consiste en sumar con Geroa Bai, la marca navarra del PNV, Podemos e Izquierda-Ezkerra.
Chivite tiene, como decíamos, el aval de Sánchez, unos estatutos que le permiten tener voz propia en sus negociaciones… y también el visto bueno (a medias) de Ferraz. El secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, ha manifestado públicamente que la baronesa navarra está “legitimada” para intentarlo.
Eso sí, con una línea roja que no debe cruzarse: prohibido pactar con Bildu “ni por acción ni por omisión”.
Pacto "por omisión" en la Mesa
El miércoles se traspasó una nueva línea en ese órdago que mantiene Chivite. Durante la sesión constituyente de la Mesa del Parlamento de Navarra. Gracias a un pacto a última hora con Geroa Bai la presidencia acabó en manos de los vasquistas, con presencia incluida para la antigua Batasuna, en un pacto "de omisión".
La ministra portavoz, Isabel Celaá, dijo que todos los escaños son "legales y legítimos", en referencia a los de Bildu. Otros barones han evitado pronunciarse, por el momento. Esta vez, las llamadas externas que tuvieron un efecto inmediato en 2007 no funcionan por ahora.
De hecho, tal y como avanzó EL ESPAÑOL, un ex-alto cargo del PSOE movió ficha en privado y mantuvo una reunión con un peso pesado de Ferraz, tratando de convencerle de que Chivite diera un paso atrás y no permitiera otros cuatro años de nacionalismo.
Lo cierto es que aritméticamente las cuentas salen, pero en ese nuevo cuatripartito que intenta liderar el PSN es necesaria la colaboración de un quinto actor: EH Bildu. La izquierda abertzale deberá abstenerse para que los 23 escaños de PSN (11), Geroa Bai (9), Podemos (2) e Izquierda-Ezkerra (1) sumen más que el centroderecha (20).
Desde Madrid, la mayoría de líderes, sanchistas todos ellos, apoyan la meta que se propone Chivite, e incluso Navarra Suma ya se ve en el papel de oposición. La razón es muy simple: Sánchez necesita los apoyos de los nacionalistas para que Manual de Resistencia tenga segunda parte.