El 7 de julio es San Fermín. Y arde Navarra. Y por julio, el 6, arde Madrid con la cabalgata/manifestación del Orgullo. Madrid tiene santos veraniegos que van de la Paloma a San Cayetano pero que, a la hora de la verdad, reivindican poco. La verbena total es la del Orgullo Gay, que es verbena, manifestación, paraguas en julio y otras hierbas que venden los chinos. Este año hice la promesa de subir el Paseo del Prado con la comitiva de Cs. Y lo hice como reportero que soy.
Si el día antes de la manifa me dieron el kit del Orgullo Ciudadano, al día siguiente, customizado, sufrí un calvario de la misma gente que se saca una silla en el Prado y ve desfilar a los leguas, a los paracas y a lo que se tercie. La cita era, ya digo, al inicio del Paseo del Padro y Pablo Sarrión, gabinetero de los liberales, llevaba la arcoíris en una mano y la constitucional en la otra, en una metáfora de lo que pudiera ser España. Hacía en Madrid un calor como cómodo y caluroso, si la contradicción es admisible, y el camino me llevaba de naranja butano a la explanada del Reina Sofía.
Yo, frente a los que van a Saigón a contar cómo una familia de 15 come un plato de arroz y se preocupan por la geopolítica del ANSEAN (Asociación de Ancianos del Sudeste Asiático) ya digo, hago cosas: voy empotrándome en las manifas en las que España se hace Europa a pesar de sus Roucos y sus Monasterios. La cita era el sábado, y Pablo Sarrión me customizó de gay de Cs la mañana antes: camisa butanito con el lema "Con el orgullo ¡Vamos! (son tan liberales que puntúan como quieren), un saco mochileronaranja, y unas gafas de sol -también naranjas- que tengo que subastar cuando toque. La cosa es que a las 17.30 horas andábamos citados en El Brillante de Atocha y llegué y la masa liberal con globos naranjas de helio se fueron a la esquina de la Cuesta Moyano y el Paseo del Prado. Allí, custodiados con varias lecheras de la Nacional, se acariciaban y se medían los cardados capilares hombres y mujeres, antes de que la turba sobaquera buscase su minuto de gloria.
Ciudadanos llevó a la manifa del Orgullo globos de helio -gas noble como Toni Roldán-, una pancarta que Marcos de Quinto manoseaba como un capote y Arrimadas, que es feliz como surtidora de selfies y eso la honra. Arrimadas de verde, verde; y Patricia Reyes de naranja/naranja. Fotografié las zapatillas de Inés y sabíamos que la tarde iba a derivar en follón.
Así mandaron los liberales de Cs, los últimos de la fila, detrás de cuatro gatos de UPyD que arrastraron la pancarta boca abajo. Los chinos subían la Mahou de un euro a dos, y no vendían banderolas arcoíris porque son de tinte tóxico. A Inés Arrimadas se le acercaban activistas heterodoxos, donceles guapos, gentes varias y hasta quise ir yo por retractarme en la Historia.
En esa hora y más, iban humedesiéndose camisas, pero Arrimadas permanecía impasible con un verde fresco. Arrimadas parecía pedir selfies, le pedía una sonrisa y sonreía, y ya yo le hice la comparación con las hermandades de Jerez de Semana Santa y cuando van acumulando retraso. Y mientras la comparaban con Vox, la llamaban "puta' y llegaban a mi vera los escupitajos que tenían a Arrimadas de destinataria.
Pasa más de una hora hasta que Marcos de Quinto vuelve a agarrar la pancarta como una muleta. Y no avanza la comitiva de Cs. Yo llevo la camiseta de Cs y el carnet del periódico de mi infancia en la boca, con lo cual ando entre el filo de navaja.
El Paseo del Prado tiene su física como el amor su mecánica, y en el primer tercio la pancarta de Cs -tres metros detrás de los cuatro gatos de UPyD- empieza a caminar de costero a costero, que dirían en Sevilla. El rictus de Arrimadas va envejeciendo por cuanto activistas con pelos en las axilas la llaman fascista, le mandan un mensaje -un gargajo en una botella- y la política debiera seguir como si nada. Y es que cuando Cs avanza hacia Cibeles llueven botellas de orina, un tipo con guayabera me da un meco, me quita el sombrero y lo reto a duelo muchos años después: llevaba las de perder.
Ya en la gente de Cs, en el mogollón, Pablo Sarrión lleva la arcoíris y la constitucional, y le hago la foto de rigor. Después de una batucada, la comitiva de Cs sigue al norte, camino de Burgos, saludo a su Aurora Nacarino- Brabo y subo a que me escupan unos ofendidos de la derecha en general, del centro en particular y de Cs por reducir las quejas. Saco la cámara y grabo, me viene un ofendido llamándome "facha" y le saco una copia antigua de mi carnet del PCE, mi DNI, y le dije que antes de que él naciera yo ya andaba por la Platajunta: mentiras piadosas...
La manifa sigue llamando "fachas" a Cs, y "maricones" a los que vamos en la comitiva, con esa cosa del populacho mandriles que mezcla las churras, las merinas y los quereres. Pancartas contra Arrimadas, pocas contra Rivera y un insulto descarado al informador: volvieron a llamarme "fascista", a voltearse el sombrero y a darme un achuchón.
Señoronas que ven lo mismo un desfile del 12-0 que esta verbena, iban disfrutando el escrache. A Arrimadas le cambió el rictus. Cantó la palidez, se le dudó el pelo y se le anguló el rictus. Me dijeron cerca de Arrimadas que ya están acostumbrados a estos escraches, y que los escraches abertzales te meten una copia en Madrid y en Barcelona. Noté que todo el respeto de los muertos de Atocha en la Transición se convirtió en un descabello a quien no comulga con la comunión sectaria.
Fue en Día del Orgullo de todos. Meter a Vox en lo que hubo de ser una fiesta lo permitió todo. Tengo un rasguño en la ceja y quisiera estar en Pamplona. El colectivo gay tiene sus canallitas, y los asustan, y quiero más julios.
La Castellana fue la Avenida de los Francotiradores de Sarajevo, y mucho peor que Nueva York en los ochenta como me contó un mulato vivido. Vimos que el amor tiene que ser como quieran, sin liberales y sin librepensadores.
Sé que el amor es más que esto...