A las 17.00 horas es cuando Madrid dispara los termómetros, cuando la sombra es precisa y cuando toda manifestación -del signo que sea- acaba derivando en multitud acalorada. A esa hora, en El Brillante que da a Atocha, están citados los de Cs para la manifestación del Orgullo Gay. Hay un kit que consiste en un sombrero arcoíris, unas gafas de sol, dos abanicos de cartón blando y una camiseta que, de color naranja butano, justifica la presencia de partido de Rivera en el día D y en la hora H. A 300 metros del Museo de Antropología y de su lema -Nosce te ipsum- van llegando simpatizantes de Cs.
Ríen, porque el Orgullo es feliz y no sólo para los hosteleros de Chueca. Antes de desfilar en la romería que debiera ser transversal, desde Ciudadanos, dieron a simpatizantes, militantes, naranjas varias la siguiente arenga: “¡Sonrisas! Esto va a ser duro, pero hemos venido a defender la libertad”. Luego, al Norte del Paseo del Prado, la cosa derivó en OK Corral. Se veía venir, y sin embargo, Cs no se amedrentó.
Llega Arrimadas con aplauso, y un imberbe customizado como el primer Almodóvar desafía el cuero, la calor, y ruega/implora un selfie con ella. Hasta que la organización (¿?) de la manifa dice que 'avanti el popolo' como hora y pico después. Arrimadas y Patricia Reyes encabezan la cabecera (sic), de un material tan sintético como naranja.
Adelante, a 10 metros mal contados, los últimos de Filipinas -UPyD- arrastran una pancarta como quien lleva el SPQR en una procesión de Málaga. En medio, una charanga, quizás un desecho de tienda de San Fermín, entona los acordes de Despacito.
A partir de la segunda puerta del Botánico, se congrega una multitud tras las vallas. Ataviados con pistolas de agua, empiezan a disparar orines, líquidos urinarios y otros detritus de la humanidad encarnada. Marcos de Quinto, impasible el ademán, con el polo chorreando, se intenta convencer de que peor fue lo del Carnicero de Mondragón. A Arrimadas se le va el moreno jerezano, y toca las palmas y canta los mensajes de su partido con una fe que es autodefensa. Señores descamisados inventan un nuevo partido en carteles de dudosa ortografía y con un neologismo de baratillo: "Ciudadavox'.
Al rato, los abucheos se vuelven escupitajos, golpean a simpatizantes en el término dudoso entre el pescozón y la agresión. Al paso de Cs, una quinceañera prepara un esputo, se lo coloca en la mano derecha y apunta a Arrimadas. El gargajo atraviesa dos metros y cae en alguien que no es de la Ejecutiva.
La violencia va en aumento. Pablo Sarrión sabe que sufre lo que sufrió Figo cuando la cabeza de cerdo en el Camp Nou. El insulto de "fascista" es demasiado elaborado: gritan "¡facha!" abuelos con niños, niños con abuelas, niñas que no han terminado la ESO y llevan un feliz acné contestatario. Pasando la segunda entrada del Botánico se escucha "¡puta!", dirigida a Arrimadas. Y van abuelos con niños a abroncar a los globos de Ciudadanos. La organización se tensa, exigen un cordón de brazos -no sanitario- para evitar las ofensas, los gritos, los tortazos de los más exaltados.
La sentada
Pero la nave va, que diría el clásico. Hubo una sentada, con ingles abiertas y un megáfono sin pilas. "No pasarán", cantaban con las posaderas en el suelo contaminado y ardiente de Madrid. Y hubo un detalle, algún policía -nobleza obliga a no revelar el cuerpo- argumentó que Cs iba provocando.
Patricia Reyes es contundente a este periódico: "Lo que pasó el sábado no es espontáneo, tiene responsables y los señalo: el PSOE, con Marlaska al frente, y los organizadores: FELGTB y Cogam.”
Después todo fue que Ciudadanos fue a provocar, que para ser activista LGTBI ha de tener certificado de penales, una recomendación del catequista y otras cosas que pide- y pedirá- Marlaska para que no se repitan incidentes. Hubo pocos pañuelos arcoíris, mucho activista prostático contra el periodismo y calor, mucho calor. Llovieron hostias, y no fueron las de Rouco en aquellos años.