Para cualquier fan de House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca, el personaje de Iván Redondo encierra un apasionante halo de misterio. Si uno, además, es periodista, y se dedica a la información política, es como juntar el hambre con las ganas de comer: hay material más que de sobra para construir toda una historia de intriga y estrategia alrededor del asesor de Pedro Sánchez.
Estos días le hemos encumbrado como principal inspirador y ejecutor del plan que ha llevado al presidente en funciones a someterse a una sesión de investidura doblemente fallida, pero que al mismo tiempo ha desestabilizado la ya frágil estructura de poder del único partido que, hoy por hoy, puede sumar con el PSOE para formar gobierno, es decir, Unidas Podemos.
Pero las cosas no son siempre como parecen, aunque esto no vaya en detrimento de los méritos como asesor político de Iván Redondo. Hace tres años, cuando Pedro Sánchez fue desahuciado de la secretaría general del PSOE por los mismos que hoy le aplauden y le reconocen como líder indiscutible, no fue Iván Redondo quien diseñó la estrategia de su vuelta. Fue un pequeño equipo, liderado por un personaje aparentemente gris y poco seductor, pero con la cabeza sobre los hombros, llamado José Luis Ábalos.
Por eso, pensar que un partido como el PSOE, con 140 años de historia sobre sus espaldas, con unas estructuras de poder complejas y unas relaciones internas siempre tensionadas, iba a dejar en manos de un outsider su futuro inmediato, es desconocer el funcionamiento interno de los partidos políticos. Ni el PSOE. Ni el PP.
En las tuberías del poder siempre debe haber fontaneros -llámense Arriola, Redondo o Rubio- dispuestos a abrasarse
Pedro Arriola tuvo mucho poder en el Partido Popular de Aznar, porque el expresidente le hacía mucho caso, pero las estrategias políticas se decidían en pequeños comités de campaña que reunían, además de a Arriola, sí, a los hombres más cercanos al líder.
En las tuberías del poder siempre debe haber fontaneros -llámense Arriola, Redondo o Rafael Rubio- dispuestos a abrasarse por su jefes, bien sea en una negociación con ETA o intentando desestabilizar al contrario. Es lo que ocurre en el PSOE, y también en el partido que lidera Pablo Casado.
La decisión de evitar a toda costa un gobierno de coalición con Unidas Podemos no la tomó Iván Redondo, al igual que la decisión de ofrecer a Pedro Sánchez 11 pactos de Estado para facilitar la estabilidad política y desmarcarse así de la estrategia suicida de Albert Rivera, no la tomó tampoco Rubio -el Iván Redondo de Pablo Casado-, el homólogo con el que Redondo se ha reunido en unas cuantas ocasiones a lo largo de estos meses, y con quien mantiene una fluida interlocución.
Esa interlocución entre asesores es conocida y aprobada por sus respectivos jefes de filas, y tiene el fin de allanar el camino que pudiera llevar a la abstención del PP en la investidura de Sánchez. En una de sus comidas, delante de una apetitosa lubina al horno, Rubio le confesó a Redondo que en julio era imposible la abstención de Casado, pero que su jefe haría gestos que a su vez Sánchez debería interpretar correctamente, de cara a septiembre.
Ellos no tomaron esas decisiones, pero les tocaba ejecutarlas. Iván Redondo tiene una trayectoria más mediática que la de Rafael Rubio y, sobre todo, más diversa. Ha trabajado para el PNV, para el PP (fue el artífice del ascenso de José Antonio Monago en Extremadura) y, ahora, para el PSOE. Bueno, más bien para Pedro Sánchez. Ha sido tertuliano y analista político para los principales medios de comunicación de este país, y sin duda su nombre está, siempre, en todas las conversaciones políticas.
¿Te imaginas a Irene Montero en los medios, mañana, tarde y noche, mientras los demás nos dedicamos a gobernar?
Rafael Rubio ha tenido una trayectoria menos mediática, pero lleva muchos años trabajando como consultor político y analista electoral, sobre todo en Latinoamérica. Fue uno de los fichajes de Pablo Casado cuando éste ganó las primarias, muy próximo al Opus y al ala más conservadora del PP. De hecho, se le adjudica a él, junto a Isabel Benjumea, el diseño de una campaña electoral marcada por el perfil más conservador de Casado que no ha dado muy buenos resultados.
Aun así, el líder del PP sigue confiando en él y, de hecho, es el interlocutor de Iván Redondo. Ambos han asumido el papel de sherpas para allanar el camino que deben recorrer sus respectivos jefes de filas con el fin de encontrarse en la cima del acuerdo, del pacto que permita el desbloqueo de una situación que empieza a ser desquiciante.
Fue en el mes de mayo cuando Pedro Sánchez y Pablo Casado, conscientes del complejo momento político que les estaba -les está- tocando vivir y de que de cara a la opinión pública debían mantener una prudente distancia posicional, acordaron mantener los contactos de manera discreta. Y ahí entraron en juego ambos asesores, que ya se conocían y respetaban de antes.
Ahora, después de lo ocurrido este viernes en Navarra, es muy difícil, pero hubo un momento en el que ambos sherpas se reconocieron a sí mismos capaces de encontrar una fórmula de colaboración a partir de septiembre, cuando la sentencia del Supremo provoque una crisis política de imprevisibles consecuencias.
Con todo, Sánchez y su equipo siguen convencidos de que las circunstancias se van a volver favorables a la negociación con el PP, y eso tiene mucho que ver con lo que hace poco me decía una diputada socialista muy próxima al líder del PSOE: “No es posible un Gobierno de coalición con Unidas Podemos… ¿Te imaginas a Irene Montero en los medios de comunicación, mañana, tarde y noche, mientras los demás nos dedicamos a gobernar? Sería como meter al enemigo en casa…”.
Ábalos sabe que la estrategia debe ser conseguir del PP lo mismo que Mariano Rajoy consiguió del PSOE
Aunque la militancia socialista, la de “con Rivera, no” de la noche electoral, aplaudiría el pacto con Podemos, el votante en este país es básicamente conservador aunque sea de izquierdas, y lo que busca es estabilidad y tranquilidad. Por eso Redondo y Rubio van a seguir hablando este mes de agosto, y lo que haga falta, para buscar una salida al bloqueo.
¿Es posible? Bueno, Sánchez gobernó nueve meses con el voto prestado del nacionalismo y del partido de Pablo Iglesias a cambio de casi nada. De hecho, cuando el separatismo quiso cobrarse la factura el presidente del Gobierno convocó elecciones.
Ábalos sabe que ese escenario no se va a volver a repetir, que fue anómalo, y que el PSOE no puede permitirse la presión de verse condicionado por el independentismo, por lo que la estrategia debe ser conseguir del PP lo mismo que Mariano Rajoy consiguió del PSOE, aun siendo consciente de que el PP siempre le va a recordar a Sánchez el “no es no” y sus consecuencias.
El problema es que, incluso aunque lo consiguiera, los números no salen, porque sólo con la abstención del PP no basta, y de Ciudadanos no se va a conseguir nada. Así que el trabajo de Iván Redondo y Rafael Rubio consiste en encontrar una fórmula mágica que permita poner en marcha un gobierno sin que el hecho de hacerlo implique un desgaste para nadie.
La solución, por lo tanto, deben encontrarla estos dos personajes de relación fluida y constante, que han comprendido que su dilema navega entre la necesidad de servir fielmente a sus respectivos jefes y, al mismo tiempo, salvaguardar su prestigio profesional. Ambos llevan tiempo trabajando en la consultoría política, pero seguramente ninguno de los dos se haya encontrado nunca ante un escenario tan endiablado como éste, del que pueden salir fortalecidos o escaldados.
El trabajo de Redondo y Rubio consiste en lograr que no parezca que hay cesión por ninguna de las partes
Su trabajo consiste en lograr el equilibrio de que lo que acuerden no parezca una cesión por ninguna de las dos partes. Con ese objetivo nos van a someter estas semanas a una sobredosis de información. No es una tarea fácil, pero tampoco imposible, y sin lugar a dudas lo que ocurra en septiembre en Cataluña va a tener mucho que ver a la hora de encontrar una salida al bloqueo político.
El Gobierno de coalición, desde luego, impedía cualquier otro escenario alternativo, de ahí la necesidad que tenía Sánchez de evitarlo a toda costa. “En septiembre será imposible, porque aunque Iglesias aceptara la peor de nuestras propuestas para entrar en el Gobierno, no vamos a tener los mismos apoyos debido a la sentencia del Supremo, así que no saldrá adelante… Ese escenario está ya descartado, por suerte”, me dice esa misma diputada socialista.
Lo que busca Ábalos -y en lo que trabaja Iván Redondo- es en la doble abstención que le permitiría a Sánchez sacar adelante la investidura en segunda votación y gobernar tendiendo puentes a izquierda y a derecha en una legislatura que, en cualquier caso, se anuncia corta.
Lo que buscan Teodoro García Egea y el equipo que rodea a Casado -y ese es el fino trabajo de Rafael Rubio- es que el presidente del PP sea visualizado como el líder indiscutible de la oposición y, al mismo tiempo, como el hombre de Estado fiable en cuyas manos se puede poner el destino del país. Que lo consigan, ya es otro cantar, y siempre nos quedará noviembre.