"Antes que España, se romperá Cataluña" dijo José María Aznar en julio de 2017 y no sólo tenía razón, sino que se quedó corto. Porque antes que España se ha roto también el separatismo.
La crisis no podría haber llegado en peor momento para el independentismo, a las puertas de una sentencia del Tribunal Supremo que condicionará el futuro del procés, que con mucha probabilidad conducirá a la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas y que agudizará aún más, si es que cabe esa posibilidad, las diferencias entre las distintas tácticas de los principales actores del separatismo.
Esas tácticas son ahora mismo tres. La primera de ellas es la posibilista, defendida por ERC. Los republicanos consideran que el procés ha acabado con una derrota aplastante del independentismo frente al Estado. También opinan que las consecuencias para Cataluña, tanto en lo económico como en lo social, han sido malas, cuando no desastrosas, y que no es por lo tanto hora de elevar la apuesta, sino de plegar velas.
En consecuencia, ERC propone abandonar la belicosidad y las declaraciones flamígeras, y pactar la investidura de Pedro Sánchez a cambio de una vaga promesa de buen trato a los presos republicanos del procés y de unas futuras negociaciones para la reforma de la Constitución en un sentido federal.
La cara visible de esta táctica es Gabriel Rufián, considerado ahora por el independentismo radical como un botifler (traidor) más, cuando no, literalmente, como un "trol del unionismo". También se le ha acusado de trabajar "para el régimen franquista".
Prueba de ello son sus recientes rifirrafes tuiteros con algunos seguidores de Puigdemont, a los que ha llegado a calificar irónicamente de 'William Wallace', así como con otros partidarios de la táctica del 'cuanto peor, mejor'. Esos que empujan a los políticos separatistas al precipicio sin arriesgar nada en el envite y desde la comodidad de las redes sociales.
El hecho de que el líder de ERC, Oriol Junqueras, continúe en la cárcel y afronte una posible condena de décadas de cárcel condiciona esa táctica casi tanto como la obviedad de que el pueblo catalán ha demostrado estar muy dispuesto a manifestarse cada vez que sea convocado a ello, pero no a llevar su compromiso hasta el terreno del conflicto real. La catalana es una sociedad burguesa de clases medias y la obviedad de que las clases medias no organizan revoluciones ha empezado a calar en los sectores republicanos del independentismo.
Freaks del separatismo
La segunda táctica es la defendida por Carles Puigdemont, que languidece en Bélgica acosado por sus apuros financieros, sin aliados, atormentado por las derrotas judiciales en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo y en la Corte de Luxemburgo, y cuya declinante influencia sobre su propio partido ni siquiera se ve compensada por su estatus de símbolo para los sectores más rocambolescos del nacionalismo.
Condenado a ejercer de atracción turística para esos freaks del separatismo que viajan hasta Bélgica sólo para abrazarse con él o llevarse un puñado de tierra del jardín de su mansión, Puigdemont ve cómo su llama se apaga poco a poco y finge una normalidad que no es tal mientras ve acercarse el día en que una orden de extradición ponga, esta vez sí, fin a su fuga de la Justicia. Su irredentismo, sin embargo, ha calado entre esa parte del separatismo que todavía sueña con ocupaciones de aeropuertos o cortes de carretera masivos que paralicen la economía española.
Populismo antipartidos
La tercera táctica es la de la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y sobre todo la de su presidenta Elisenda Paluzie. Paluzie, con la libertad que le concede el hecho de no tener cuentas pendientes con la Justicia, defiende un populismo antipartidos con el argumento de que estos le han fallado al pueblo catalán al no haber llevado hasta las últimas consecuencias su desafío al Estado.
Los recientes ataques coordinados contra sedes de JxCAT y ERC en localidades como Tárrega, Tarragona, Vic, Vilafranca, Balaguer o Lérida, a cargo de los CDR y en los que se volcaron kilos de excrementos y basura frente a sus puertas, son consecuencia directa de ese populismo antipartidos.
"No trabajáis para hacer efectiva la independencia, detenéis activistas, pactáis con el 155, despreciáis los votos del pueblo", decía la cuenta oficial de Twitter de los CDR el pasado lunes 5 de agosto. El mensaje estaba encabezado por el hashtag #mierdadepartidos.
El mencionado clima antipartidos ha sido el que ha llevado a dos exconsejeros de ERC, Anna Simó y Josep Huguet, a no participar en la Diada de este año. Una Diada en la que la ANC ha eliminado la zona VIP que en ediciones anteriores se reservaba para los políticos de las tres formaciones separatistas y en la que este año se reivindicará la "unidad estratégica" del independentismo. La previsión es que el 11 de septiembre se convierta en una válvula de escape del separatismo radical. Las pitadas y los insultos contra ERC y JxCAT se dan por seguros.
"No iré a una manifestación que por primera vez una pandilla de exaltados quiere convertir en un aquelarre purificador contra los traidores", decía Josep Huguet el 31 de julio. "O antes del 11 de septiembre esta música antipartidos y especialmente antiERC frena o bon vent. Y llevo manifestándome desde los años 70" añadía.
Tanto la ANC como Òmnium Cultural han negado las acusaciones de haber caído en el populismo antipartidos, pero la realidad de la división en el independentismo es difícil de ocultar. "Como ANC no romperemos el hilo", decía Paluzie durante una rueda de prensa conjunta con Òmnium. "El pequeño hilo que aún nos une con el espacio de los partidos, porque creemos que tenemos la responsabilidad de no incrementar la desunión", añadía.
Preguntada por esos pitos e insultos que empiezan a ser habituales contra ERC y JxCAT, Paluzie respondió que estos son sólo hechos aislados en boca de "algunas personas concretas entre la masa a las que la ANC no apoya de ninguna de las maneras". Paluzie considera además que el trabajo de los partidos políticos debería ser preparar a los catalanes para "la vía unilateral".
Desde la ANC se considera que una lista conjunta de todos los partidos separatistas sería la opción óptima de cara al futuro de un procés que en la asociación no dan, ni mucho menos, por muerto.
Pero ni ERC ni la CUP aceptan esa fórmula, que sí da por buena Carles Puigdemont en su libro recién publicado Reunim-nos, de apenas cincuenta páginas –originalmente era un artículo de opinión que se alargó más de la cuenta– y donde el prófugo aboga por "una dirección política coordinada y empoderada que pueda imponerse a las inevitables tensiones partidistas que surgen". El libro es en buena parte una crítica no demasiado sutil a unos políticos republicanos a los que llega a calificar de "teóricos de la desunión".
Mientras todo eso ocurre, Tardà, ahora en segunda fila tras ceder el protagonismo a Rufián, abre puertas al PSC, del que dice que "forma parte del catalanismo político". Tardà también ha criticado el "uso perverso del concepto de unidad" defendido por JxCAT y ha cargado contra una ANC de la que muchos sospechan que pretende convertirse en el Gobierno en la sombra del procés. Es decir en un movimiento transversal que goce de todo el poder en la Cataluña nacionalista, pero sin ninguna responsabilidad frente a los tribunales de Justicia.
Mientras tanto, JxCAT, considerado por el PSOE como un actor secundario respecto a ERC a pesar de encabezar la presidencia de la Generalidad, exige hablar de tú a tú con el presidente del Gobierno y retomar "el diálogo iniciado en la cumbre de Pedralbes".
"Nosotros somos independentistas catalanes, representamos al partido independentista mayoritario en el Parlamento de Cataluña y somos el grupo parlamentario del presidente de la Generalitat", dijo ayer sábado Laura Borràs, portavoz de JxCAT en el Congreso de los Diputados. Borràs también rechazó reunirse con Adriana Lastra y pidió hablar directamente con el presidente del Gobierno.
Las reclamaciones de Borràs cayeron, de nuevo, en oídos sordos. El PSOE ya ha apostado por ERC y la división en el seno del separatismo va camino de convertirse en una guerra civil, de separatistas contra separatistas, dentro de otra guerra civil mayor, de catalanes separatistas contra catalanes constitucionalistas. Una especialidad regional que los catalanes pudieron catar ya en 1936. Con un presidente republicano como Lluís Companys, por cierto, al frente de la Generalidad.