Isabel Díaz Ayuso, 40 años, nueva presidenta de la Comunidad de Madrid —si no hay sorpresas de última hora—, era una práctica desconocida para la mayoría de los ciudadanos cuando Pablo Casado la eligió para intentar revalidar la joya de su corona, la comunidad más preciada dentro del poder territorial popular.
Periodista y militante desde que el propio Casado la afilió cuando eran veinteañeros, apenas se había dado unos garbeos por las tertulias televisivas, protagonizando algún que otro encontronazo mientras encabezaba lo que por entonces se denominó un PP “sin complejos”. Era el látigo del casadismo que aún se estaba cocinando, que germinó en la convención ideológica del partido apenas unas semanas más tarde y que cristalizó con el diseño, a la medida del presidente, de una nueva cúpula del partido.
Ayuso fue una elección personal, una apuesta arriesgada por su poco recorrido en el partido. Y se notó: pasó de ciertas polémicas —desde la improvisación en un desayuno informativo en una respuesta sobre alguna de sus propuestas, a base de un “No lo he pensado, no lo tengo claro, creo que no”—, a la construcción de una política que será la baronesa con mayor poder de todo el partido. Una mili hecha al calor de su partido.
Declaraciones polémicas
Sus adversarios políticos llamaban a cada uno de estos errores de comunicación las “ayusadas”. Se jactaban de sus traspiés en campaña: por ejemplo, del intento de defensa de Madrid Central con la morriña de los atascos, que hacían de la capital de España un lugar “especial”.
“Era parte de la vida de Madrid. Si sigue Podemos en el Ayuntamiento de Madrid no va a haber atascos, más que, eso sí, por el día porque esos están por todas partes. No creo que sea motivo de disfrute pero es una seña de identidad de nuestra ciudad, de que la calle siempre está viva”, explicaba.
No fue la única declaración que levantó urticaria: también su apoyo a cualquier tipo de empleo, sea basura o no —“Hablar de empleo basura es ofensivo para la persona que está deseando tener empleo”—; celebrar a las mujeres que deciden no disfrutar de su permiso de maternidad —“Este el tipo de mujer que a mí me gusta y no el de la izquierda, que tiene que victimizar y colectivizar los sentimientos”— , o cuando quiso contraargumentar la propuesta de Vox de enviar la celebración del Orgullo a la Casa de Campo afirmando que allí no era buen lugar puesto que había “familias”.
Giro de 180 grados
Ya no cabe la improvisación: ahora está todo bien medido. El perfil de la candidata dio un giro de 180 grados en tan solo unos meses. En su intento de parecer natural, cercana, caía en errores de novata y se desdibujaba su mensaje. Lo pasó mal. Ella lo achacó, en parte, a gajes del oficio y al machismo. “La polémica que se está suscitando en los medios le puedo asegurar que no le ocurre a cualquier otro candidato hombre en esta campaña”, explicó en una ocasión.
“Todo lo que digo yo siempre es cuestionado, da igual del tema que hable, dónde hable, que ya se encargan muchos periodistas de extraer lo conveniente para hacer activismo político y no periodismo”, mantuvo.
Pero ahora es diferente. Es bien difícil pillarla en un renuncio, por no decir imposible: está asesorada para ello y prepara todas sus intervenciones concienzudamente con asesores de su máxima confianza. Al nivel de leer palabra por palabra su discurso de investidura, sólo dejando espacio a la novedad tras los aplausos irónicos de la izquierda cuando anunció “tolerancia cero” a la corrupción en su gobierno. Ayuso se ha armado y comienza su mandato.