En diciembre de 2016 la política española afrontaba el futuro próximo con una aparente tranquilidad. Mariano Rajoy acababa, como quien dice, de estrenar Gobierno gracias a Ciudadanos y a los barones socialistas que propiciaron la abstención después de un convulso comité federal del PSOE que acabó enviando a galeras a Pedro Sánchez y dejó el partido en manos de una gestora dirigida por el asturiano Javier Fernández, un alter ego del político gallego.
En esas fechas previas a la Navidad, se produjo un encuentro en el ático madrileño de Jorge Lago en el que nos encontrábamos el propietario de la vivienda, Daniel Iraberri, Íñigo Errejón y un servidor. Quería saber de primera mano qué era lo que pasaba por la cabeza del joven político de Podemos, uno de los fundadores de ese partido, que había abierto una brecha en la cúpula del partido morado.
Era tarde, y delante de un menú sencillo y unas cervezas, Errejón hizo una enmienda a la totalidad de la estrategia política de Pablo Iglesias. Resumo alguno de los puntos básicos: “Podemos tiene que responder al espíritu transversal del 15-M”, “tenemos que ser capaces de convivir con la derecha, incluso llegar a acuerdos con ella”, “nos equivocamos no permitiendo el pacto de Sánchez con Rivera”, “ir de la mano de IU nos identifica con la izquierda comunista de siempre”, “los planteamientos con los llegamos ya no son válidos”, “tenemos que distanciarnos de Venezuela y de Maduro”, etcétera, etcétera.
Las cosas le habrían salido francamente bien a Errejón si los resultados en la Comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid hubiesen sido los que pronosticaban las encuestas
Lo demás ya lo conocen. Errejón perdió el congreso de Vistalegre II, aunque sumó un importante apoyo a sus postulados del entorno del 40% de los votos. Fue abandonando su papel en el partido hasta que acabó rompiendo con sus ex compañeros y ya en la proximidad de las elecciones municipales y autonómicas, se unió a Manuela Carmena en el proyecto de Más Madrid.
Las cosas le habrían salido bien, francamente bien, a Íñigo Errejón, si los resultados en la Comunidad y en el Ayuntamiento hubiesen sido los que pronosticaban las encuestas y Carmena siguiera al frente del Ayuntamiento y Gabilondo hubiese sido investido presidente del Gobierno regional con el apoyo de la izquierda.
Ese era el plan, y a partir de ahí lanzar Más Madrid con una nueva marca de recorrido nacional. Pero Errejón no supo ver que su aventura iba a ser precisamente el obstáculo que impidiera el éxito: a la izquierda le pasó en Madrid lo mismo que le había pasado a la derecha un mes antes a nivel nacional, que el exceso de fragmentación le distanció del poder. De nada servía que Gabilondo ganara las elecciones o que Carmena fuera la primera fuerza en la ciudad de Madrid. El poder les sería arrebatado por la coalición de derechas. Y Errejón se convertía, así, en “el mayor traidor de la política española” en boca de Isabel Díaz Ayuso.
“Íñigo ha salido a dar lecciones, y ha recibido una lección de la mano de una política inexperta como Díaz Ayuso”
No es verdad. La política española está llena de traiciones y algunas muy sonadas. De hecho, Madrid vivió hace años una gloriosa traición –la de Tamayo y Sáez- que le hurtó el poder a la izquierda para entregárselo a Esperanza Aguirre. Y muchas otras traiciones destacadas.
No, la de Errejón no es, además, una traición al uso. De hecho, ni siquiera es una traición. Pero es cierto que el pasado miércoles protagonizó el que sin duda fue el debate más agrio de la jornada en la sesión de investidura de la nueva presidenta regional.
Una diputada de Unidas Podemos me lo resumía así: “Íñigo ha salido a dar lecciones, y ha recibido una lección de la mano de una política inexperta como Díaz Ayuso”.
Es cierto que analizando las formas, incluso el fondo, Errejón fue mucho más brillante. Pero la candidata del PP fue más eficaz: le dio donde más podía dolerle, donde le reconocen sus antiguos ex compañeros y donde le temen los que podrían ser los nuevos.
El discurso de Errejón, desde un punto de vista de análisis estratégico, es impecable. Su movimiento político, también. Su ambición, sin duda, es la normal en un líder político que demuestra una talla por encima de la media: cualquiera que acuda a dirigente de Más Madrid sin recelos puede aprender mucho de una joven promesa como él, aunque no se compartan muchos de sus postulados.
Pero sobre él ha caído una sombra de la que le va a ser difícil huir. Y no sé si consciente de ello ha tomado la decisión de aparcar, por el momento, el salto a la política nacional.