Quim Torra parece decidido a ocupar el espacio que ha dejado vacante Carles Puigdemont al frente del sector montaraz del separatismo. Mientras el expresidente prófugo languidece en Waterloo tras los varapalos judiciales del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo y de la Corte de Luxemburgo, el presidente de la Generalidad incrementa día a día la beligerancia de su retórica a medida que se aproximan tres fechas clave para el separatismo: la Diada del 11 de septiembre, la publicación de la sentencia del procés y el segundo aniversario del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017.
"Descartado un Gobierno español que nos considere como interlocutores para pactar un referéndum, sólo nos queda la confrontación democrática y pacífica en defensa de la libertad y de los derechos civiles y políticos y el derecho a la autodeterminación", dijo Torra durante su conferencia en la Escuela Catalana de Verano en la localidad francesa de Prades, en los Pirineos Orientales. Localidad que el separatismo llama Prada de Conflent y que considera parte de unos imaginarios Países Catalanes.
Las declaraciones de Torra, probablemente las más vitriólicas desde que es presidente autonómico, tienen dos motivaciones evidentes. La primera es su necesidad de oponer un discurso radicalmente separatista a la estrategia de "diálogo con el PSOE y elecciones autonómicas anticipadas tras la sentencia del procés" defendida por Oriol Junqueras desde el penal de Lledoners. Un plan que beneficia a ERC, pues a su liderazgo en los sondeos de opinión sumaría el 'efecto mártir' de un Junqueras condenado a varios años de cárcel por el Tribunal Supremo.
La segunda es sacudirse el sambenito de 'presidente de transición' que cuelga de su espalda desde su investidura en mayo de 2018. Torra fue durante muchos meses, en el imaginario separatista, el sucesor designado por Puigdemont para calentarle la silla mientras este no volviera a Cataluña en loor de multitudes. Pero, a día de hoy, quien más quien menos en la vieja Convergencia es ya consciente de que Carles Puigdemont no volverá a corto plazo a España. Y, si lo hace, será esposado por la Guardia Civil y de camino a prisión mientras no se celebre su juicio en el Tribunal Supremo.
Y de ahí que Torra haya decidido luchar por la pole position en la carrera por la sucesión de Puigdemont. Con el prófugo fuera de juego, JxCAT descabezada y sin líder natural, y con Artur Mas todavía inerme –su inhabilitación finaliza en febrero de 2020– para Torra el momento es ahora o nunca.
Confrontación "pacífica"
"No nos mintamos ni nos engañemos más a nosotros mismos", dijo Torra en Prades. "Si alguien tiene alguna duda, ha quedado otra vez clarísimo en las negociaciones del presidente Sánchez para la investidura el menosprecio hacia los partidos independentistas, el olvido total sobre cualquier propuesta para Cataluña, el olvido absoluto, ninguna mención sobre la cuestión central que tiene el Estado en estos momentos".
Lo que Torra entiende por "confrontación pacífica" se parece bastante, en la práctica, a la confrontación no tan pacífica que defienden la CUP y los CDR con los eufemismos habituales. Y entre ellos el de "resistencia pacífica". Torra exige unidad al independentismo, llama a los catalanes separatistas a la ocupación de las calles y pide un pacto de los partidos separatistas para la aprobación de unos presupuestos que sean la base para la construcción de la república catalana. Pero ERC no está por la labor de facilitarle la labor a su enemigo.
"Hará falta arriesgar y mucho si queremos que nuestro proyecto independentista llegue a buen puerto", dijo también Torra en Prades. En la práctica, y de acuerdo a la tesis del presidente autonómico, esos riesgos han de ser tomados de forma colectiva por el Parlamento regional, la Generalidad, él mismo y el resto de los ciudadanos catalanes "asumiendo todas las consecuencias". La cuadratura del círculo consiste en conseguir la independencia sin que esas consecuencias pasen por la cárcel o por el exilio.
Tomar la iniciativa
"Cualquier ciudadano demócrata tiene el derecho de desobedecer las leyes injustas", añadió Torra. "Es obligación de cualquier político obedecer la soberanía de su país. Las grandes conquistas sociales, políticas y económicas se han conseguido cuando mucha gente se ha plantado frente a la injusticia, pero los políticos hemos de ser consecuentes en lo esencial. (…) A cada golpe de represión, nuestra respuesta sólo puede ser una: lo volveremos a hacer, tantas veces como haga falta, tantas veces como nuestros derechos sean negados".
La estrategia de Torra pasa por "tomar la iniciativa y no jugar a la defensiva, que es donde nos quiere el Estado español". Para ello, el presidente regional se ha inspirado en una frase del expresidente Francesc Macià: "Si el seny (la sensatez) no va acompañado de una firme voluntad de combate, sólo sirve para tapar cobardías". "Llega un momento en la historia de los pueblos en el que hay que saber arriesgar para conseguir un salto cualitativo para todos los que vendrán a continuación", añadió Torra a continuación.
Está por ver, en cualquier caso, que los catalanes separatistas estén dispuestos a "arriesgar" en ese "salto cualitativo" que, según Torra, beneficiará a las generaciones futuras. De acuerdo a los escasos sondeos locales de los últimos meses, parece más bien que la estrategia preferida por los catalanes separatistas es la colaboracionista de ERC, en buena parte un reconocimiento tácito de que el separatismo ha sido derrotado por el Estado y de que el procés, al menos en su encarnación actual, ha muerto.
Pero la verdadera prueba de fuego será en octubre, una vez se disuelva la espuma superficial de la indignación de los primeros días tras la sentencia del procés. Ahí se verá cuántos catalanes desean de verdad la independencia y cuántos sólo dicen desearla. Es decir, cuántos siguen a Torra, la CUP, la ANC y los CDR, y cuántos a Junqueras y el PSOE.