De cara a los medios de comunicación, la imagen es de tranquilidad absoluta. Pero las cifras no mienten. A estas alturas del año pasado, 50.000 catalanes separatistas se habían inscrito ya para los actos centrales de la Diada del 11 de septiembre. A día de hoy, en la Asamblea Nacional Catalana sólo constan inscritos 37.500. Un 25% menos. Es decir, la menor cifra de los últimos seis años. Según la ANC, el número de autobuses fletados –cuatrocientos cincuenta– es, sin embargo, muy similar al del año pasado.
La excusa dada por la asociación civil catalana para la desmovilización del separatismo es que este año no hay programado un gran acto como el de 2018 o como los de los años anteriores. "La Asamblea interpreta este descenso de inscritos como una consecuencia a que este año no se haya organizado ninguna 'performance' y que, por tanto, los asistentes no ven la necesidad de inscribirse aunque tienen la intención de ir" dice el comunicado oficial de la ANC, redactado en un español arduo.
La nota de la ANC, publicada en su página web, destaca también el dato de la cifra de camisetas vendidas: 178.000, un 5% más que el año pasado. "La entidad valora positivamente [el dato] porque demuestran que la sociedad catalana percibe como muy necesario colaborar con la compra de camisetas como herramienta imprescindible de financiación de la Asamblea" afirma el comunicado.
Cifras dudosas
Las cifras deben cogerse, en cualquier caso, con pinzas, como cualquier otra proporcionada por los partidos, las instituciones o las asociaciones separatistas catalanas. Porque en 2018, el número de inscritos en la Diada fue, oficialmente, de 440.000; el número de autobuses fletados, de 1.500; y el número de camisetas vendidas, de 270.000.
Las razones de la desmovilización son en realidad muy diferentes a las mencionadas por la ANC y no obedecen a un solo factor. No ayudan los varapalos de la Justicia europea, que han demolido la fantasía separatista de que todas las naciones y las instituciones europeas se unirían con entusiasmo al clamor de libertad del pueblo catalán y en contra del Estado español.
Tampoco ayuda la evidencia de que la república catalana no está ni se la espera. Y aún menos el hecho de que Carles Puigdemont se haya convertido ya en poco más que un Julian Assange regional del que huyen la mayoría de los diputados y altos mandatarios del Parlamento Europeo.
Los nuevos padanos
"Te puedo asegurar que en el Parlamento Europeo, y más allá de cuatro freaks de partidos marginales o ultraderechistas, a nadie le importa lo más mínimo el tema catalán. Nadie habla de ellos ni se preocupa ni pide información sobre el tema. Han convertido su causa en la Padania española a base de pesadez. En un capricho de ricachones insolidarios y xenófobos que ponen en riesgo la unidad europea en un momento en el que hay problemas reales y mucho más importantes por delante" explicaba el otro día a EL ESPAÑOL una fuente muy cercana a un eurodiputado español del grupo liberal.
Pero, sobre todo, no ayuda en nada al procés la guerra civil en el seno del separatismo y el enfrentamiento de todos contra todos: de Oriol Junqueras contra Quim Torra y Carles Puigdemont, de la ANC contra los partidos separatistas, de los puristas –atrincherados en TV3 y en los medios de prensa digitales catalanes– contra los posibilistas –encarnados en Gabriel Rufián–, de ERC contra JxCAT, de los presos contra los prófugos y de la CUP contra todos los anteriores.
Dando por buenas las cifras oficiales de la ANC, o asumiendo que el maquillaje de las cifras en 2019 sea proporcional al maquillaje de las cifras de 2018, estas parecen encajar en cualquier caso con la percepción de una desmovilización del separatismo en las calles de Cataluña. Pero, sobre todo, con la sensación de que el procés separatista ha pasado de fingirse un movimiento revolucionario a convertirse en un fetichismo político más.
Un fetichismo puramente declarativo y cuyo único rédito no es político, sino financiero y derivado de la venta de merchandising: camisetas, lazos amarillos, pendientes, cava, helados, tazas, banderas e imanes para la nevera. Pero, sobre todo, muchas urnas de plástico que replican las utilizadas en el referéndum amañado del 1 de octubre de 2017 y que pueden verse por doquier presidiendo bares, restaurantes, tiendas e incluso oficinas de la administración regional.
Mientras en Hong Kong, el último 'referente' internacional con el que gusta de compararse el separatismo catalán, las tropas chinas acampan en los límites de la ciudad a la espera de una posible intervención militar y policial, en Cataluña no hay un solo Todo a cien en el que no se puedan comprar montañas de bagatelas separatistas a un euro. Es más que probable que la Gran Revolución Catalana no llegue jamás. Pero mientras la venta de camisetas siga a buen ritmo, el procés continuará vivo. Al menos, en el carrito de la compra de la tienda de la ANC.