Una viñeta de Puebla, humorista del ABC, da la respuesta a la pregunta que encabeza este artículo. En la viñeta puede verse a Jordi Pujol, Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra pasear a tres perros que simbolizan la ANC, TV3 y Òmnium Cultural. "La idea era crear una mentira tan grande que cuando se desengañen, les dé tanta vergüenza afrontarla que no les quede otra que seguir disimulando", dicen Pujol, Mas y Puigdemont al alimón. "¡Seguiremos!" apostilla Torra.
Abandonado el sendero de la democracia en 2017, al separatismo catalán no le queda otra opción que continuar bosque a través su camino hacia la nada. Es decir, por la vía de la violencia. Incapaz de esgrimir un "lo sentimos, nos hemos equivocado, no volverá a pasar", incapaces de afrontar la vergüenza por el esperpento ejecutado, incapaces de afrontar el daño inflingido a una tierra a la que tanto dicen querer, el separatismo sueña ahora con una insurrección civil pacífica que conduzca a Europa, a China y a los EEUU a reconocer el derecho súbito a la independencia de Cataluña, abrumados por el ejemplo de tanta dignidad democrática.
En la práctica, tan altas aspiraciones se concretan en esa imagen de los tres partidos separatistas jaleando en el Parlamento catalán a nueve radicales sospechosos de terrorismo. Algo que no ocurrió ni siquiera durante los peores años del terrorismo de ETA en el País Vasco, cuando el PNV, igual de rústico que Convergencia y ERC, pero algo más inteligente, se guardaba mucho de lanzarle vivas públicamente a los asesinos del amonal y el tiro en la nuca.
Si alguien cree que esa legitimación de la violencia por parte del separatismo catalán, camuflada de estricto y muy cínico respeto al Estado de derecho, no será leído por cientos de radicales en Cataluña como una puerta abierta a 'la acción' es que no conoce la historia del nacionalismo.
Sin tierra a la vista
No es casual que los protagonistas de la viñeta de Puebla sean líderes de Convergencia y no de ERC o la CUP. Como tampoco es casual que el perfil ideológico de los nueve CDR detenidos y acusados de terrorismo sea bastante más cercano a ERC y la CUP que a Convergencia. En la Cataluña de 2019 se navega al pairo de los vientos del procés sin timón, sin capitán, sin ruta y sin tierra a la vista, y de ese caos brotan errores típicos de Matrix como el de que el líder de la fuerza dominante de la burguesía regional incite a la revuelta popular –"apretad"– y que los que obedezcan sean extremistas de izquierda.
No acaba ahí el error de Matrix. Esos extremistas de izquierda, alguno de ellos candidato municipal de ERC a la alcaldía de su pueblo, han optado por obedecer a la derecha burguesa desobedeciendo a un Oriol Junqueras al que nada le interesa menos ahora mismo que el nacimiento de una ETA catalana. La ironía se explica sola. Hace sólo dos años, fueron Junqueras, Marta Rovira y Gabriel Rufián los que obligaron a Puigdemont a declarar la independencia con chantajes de distintos tipos: desde broncas a amenazas, lloriqueos, espantosos bramidos y acusaciones públicas de Judas.
Se entiende el desconcierto de dos millones de separatistas hoy. Los radicales piden calma, los burgueses piden revolución y ambos agachan la cabeza frente a la kale borroka del más pequeño de los partidos nacionalistas del Parlamento catalán, esa CUP que ha mandado más en la Cataluña de la segunda década del siglo XXI que Pujol, Mas, Puigdemont, Junqueras, Torra, Colau e Iceta juntos. Si no mediante el ordeno y mando, sí aprovechándose de ese extraño síndrome de Estocolmo que ha llevado a los dos partidos hegemónicos del nacionalismo catalán a poner sus vidas y sus haciendas en manos de un puñado de prepotentes y desafiantes hijos de papá. Esas prerrogativas pequeñoburguesas, como decía Pasolini.
En realidad, la pregunta que encabeza este artículo no es la más pertinente en las circunstancias actuales. La duda habría tenido sentido en 2000. O incluso en 2012, cuando Artur Mas dio los primeros pasos en dirección al procés. Hoy, que Cataluña caiga o no caiga en la espiral de la violencia es irrelevante. No desde el punto de vista de los posibles muertos. Pero sí desde el punto de vista de la historia.
Lo relevante es que, acabe estallando o no la violencia, en Cataluña se han sentado las bases para la sublevación. Ahí están todos los precursores, puestos en fila, uno detrás del otro. Y no en un garaje de mala muerte en algún arrabal de la Cataluña profunda, sino en el Parlamento autonómico catalán.
A la búqueda de un líder
La deslegitimación de la democracia, de las instituciones y del Estado de derecho. La xenofobia institucional e institucionalizada hacia la mitad de los ciudadanos catalanes. Unos medios de comunicación públicos y privados volcados en la producción de mentiras. La ocupación del espacio público por parte de una sola ideología. El señalamiento de los comercios y las viviendas de los discrepantes. La deshumanización del vecino, al que ahora ya no se llama 'charnego' sino 'colono' o 'ñordo'. La coincidencia en la región de dos populismos venenosos: el nacionalista y el bolivariano de Podemos y Ada Colau. Pero, sobre todo, la falta de un líder.
En su libro Feminismo pasado y presente Camille Paglia critica a ese progresismo académico estadounidense, por supuesto feminista, que en los años sesenta prefirió leer a Foucault antes que libros de historia. "Es algo parecido a lo que hacen los patos recién nacidos, que se van detrás de lo primero que ven. Si ven una aspiradora, creen que es su madre y se van detrás de la aspiradora. Eso fue lo que pasó. Foucault es la aspiradora a la que todos siguieron".
La Cataluña separatista anda a la búsqueda de un líder. Es un error típico de los burócratas que abarrotan las instituciones de Madrid pensar que ese líder debe ser un nacionalista. Cataluña aclamó a Francisco Franco Bahamonde cuando Francisco Franco Bahamonde mandaba en Cataluña y con mucho más gusto lo hará ahora con el presidente democrático español que ponga la Constitución sobre la mesa y, por primera vez en cuarenta años de democracia, imponga orden en la región. No tolerancia y diálogo. Orden. Es decir, ley.
La alternativa es que los patos nacionalistas se vayan detrás de la primera aspiradora que vean. Y si esa aspiradora es el terrorismo, el terrorismo será. Si no se entiende que la Cataluña nacionalista, puro carlismo del siglo XXI, siempre ha buscado un líder fuerte –y 'fuerte' en el sentido clásico, no posmoderno, de la palabra 'fuerte'-, apaga y vámonos.