El procés lleva camino de convertirse en la única revolución endémica de la historia de la humanidad. Una revolución que se escenifica cada año en fechas señaladas, como la Semana Santa, y que permite a sus acólitos volver a las 00:01 de la madrugada a las rutinas de siempre –el vermut, los partidos del F.C. Barcelona, los telediarios de TV3– como buenas Cenicientas de la autodeterminación. Los catalanes independentistas, en fin, son tan revolucionarios por conmemorar cada año el 11 de septiembre y el 1 de octubre como devotos católicos son los españoles por celebrar cada año la Nochebuena y la Navidad. Es decir, entre poco y nada.
El segundo aniversario del referéndum del 1 de octubre pasó con la misma pena y la misma gloria que cada nueva entrega de The Fast & The Furious. El espectáculo es el mismo, pero cada año es más teatral y melodramático, y también menos real. El 1 de octubre de 2019, el previo a la promulgación de la sentencia del procés, hubo menos movilización, menos entusiasmo, menos violencia –al menos, a la hora de escribir este texto, las 22:00 horas– pero las mismas inflamaciones discursivas de cada año. El separatismo pinchó en la Diada y pinchó ayer, para descanso de Oriol Junqueras y tormento de Quim Torra y Carles Puigdemont.
Al cierre de esta edición los Mossos d'Esquadra sólo se había producido una detención por presuntos desórdenes en Barcelona, en la zona de la Travessera de Dalt. Medio centenar de manifestantes jóvenes llegaron a esta vía barcelonesa procedentes de la manifestación principal en el centro de Barcelona, organizada por la ANC.
Intentaron cortar la Travessera de Dalt con la calle Escorial, pero los agentes de la Brigada Mòbil (Brimo) lo han impedido y les han empujado hacia la zona de la plaza Lesseps, y en el transcurso de esta maniobra han detenido a un joven y han identificado a otros que estaban en la calzada.
Fue el prófugo de Waterloo el que ya de buena mañana, durante una entrevista en Catalunya Ràdio, levantó la primera polvareda retórica del día al pedirle "mesura" a Pedro Sánchez en la aplicación del 155. Lo hizo con el argumento de que en el País Vasco hubo casi mil asesinatos de ETA y ese artículo de la Constitución no se aplicó jamás. La duda que flotó en el aire es la de si Puigdemont estaba amenazando a Sánchez con muertos o recordándole la obviedad de que el País Vasco no vio mermado ni un ápice su autogobierno a pesar de la querencia criminal de una buena parte de su ciudadanía.
En realidad, y como suele ocurrir con las salidas de pata de banco de los líderes nacionalistas, daba igual. Las declaraciones de Puigdemont tuvieron la virtud de ofender tanto al PNV como a los constitucionalistas, aunque contentaron a los seguidores del prófugo, a los que cualquier hueso que incluya la insinuación de violencia, aunque sea con el eufemismo de "pacífica", les vale. Hubo, por supuesto, más huesos. Puigdemont también dio validez en la misma entrevista a toda acción "que fuerce al Estado a negociar". "La vía de la desobediencia, de la resistencia no violenta, se practica y se practicará en todas las democracias del mundo. No nos hemos de alarmar" dijo Puigdemont.
Colau se desmarca
'Desobediencia' fue la palabra del día. La mencionó Puigdemont y la mencionó el manifiesto que partidos, sindicatos y entidades separatistas –ERC, JxCAT, CUP, ANC, Òmnium, Unió de Pagesos y USTEC, entre otros– elaboraron para la ocasión y en el que se llamó a la movilización masiva "desde la lucha no violenta y la desobediencia civil".
El manifiesto fue leído por David Fernández, de la CUP, Martí Anglada, periodista y tertuliano habitual de TV3, y la historiadora Anna Sallés, histórica militante del PSUC y habitual en las movilizaciones en defensa de los presos del procés. No estuvieron presentes durante la lectura del manifiesto los comunes de Ada Colau, que se desmarcaron del acto sin demasiado aspaviento y sin que nadie les echara de menos o reprochara su ausencia.
El pinchazo, en cualquier caso, fue estrepitoso. La Guardia Urbana cifró en 18.000 los asistentes a la gran manifestación de la jornada en Barcelona mientras los organizadores hablaban de 50.000. Es probable que la cifra real a duras penas superara los 5.000 asistentes. Y la prueba es que ni siquiera los diarios separatistas habituales se atrevieron a titular con un "cientos de miles" o un más modesto "decenas de miles", sino que optaron por un casi humillante "miles". Que el lema más coreado de la manifestación de ayer fuera "ni olvido ni perdón" sólo añade insulto a la injuria. Si algo se demostró es que, detrás de esa retórica separatista preñada de épica, sólo queda olvido a raudales.
Pero no hay fracaso de convocatoria o señales suficientes de abatimiento del separatismo capaz de lograr que los líderes separatistas echen el freno y revelen la verdad a sus simpatizantes: que el procés ha sido un fracaso, que el Estado ha ganado la partida y que Cataluña jamás será independiente. Torra se comprometió a "avanzar sin excusas hacia la república catalana para que sea una realidad". Le acompañaba su vicepresidente, Pere Aragonès, que se sabe presidente súbito, sin necesidad de elecciones, tras la futura, probable y cercana en el tiempo inhabilitación de Quim Torra.
"Viva Terra Lliure"
Al fondo a la derecha del escenario en el que líderes políticos y civiles catalanes representaban la obra de cada año, los CDR se consolidaban como los últimos mohicanos de la violencia proclamando su intención de "hacer temblar al enemigo". "Nacimos para defender un referéndum. Crecimos para defender una república. Seremos los que haremos temblar al enemigo. Y ganaremos, no tengáis ninguna duda", dice su manifiesto del 1 de octubre de 2019.
Pero la frase más reveladora del manifiesto de los CDR, más allá de su "viva la Terra Lliure", es esta: "El Estado español actúa como una bestia malherida, dispuesta a atacar ferozmente aún sabiéndose perdedora de la batalla". Y no sólo porque, como es obvio para cualquier observador adulto, retrata mucho mejor la realidad de los CDR que la del Estado español. Sino porque avanza cuál será la estrategia del separatismo a partir de ahora: belicismo retórico, inactividad política y parlamentaria, sabotaje de la gobernabilidad en Madrid y confianza en que la publicación de la sentencia provocará una rebelión de las masas malheridas en la que los CDR tendrán un papel clave.
La única duda, que es la misma duda del juez instructor de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón, es hasta qué punto los líderes de la Administración catalana y sus organismos-estructura de Estado han colaborado, o colaborarán, en los planes de los CDR. No sólo de los que ahora duermen en prisión. Sino de todos los que ayer durmieron en sus casas.