El bloque separatista y el bloque constitucionalista son especulares, el ying y el yang de la política española. Los partidos nacionalistas fingen pureza ideológica y unidad de acción de cara al exterior mientras libran una guerra cainita soterrada por el control de los resortes del poder en Cataluña.
Guerra provocada por su renuencia a aceptar lo que es ya una evidencia para cualquier observador imparcial: que la violencia separatista de las últimas semanas no es más que el último, impotente y desesperado coletazo de un procés que ha sido aplastado por el Estado. Dicho de otra manera, que sus opciones no son ya independencia o autonomismo, sino autonomismo o 155.
Los partidos constitucionalistas, por su parte, escenifican sus discrepancias en los medios entre grandes aspavientos mientras, de puertas adentro, se empieza a abrir paso entre ellos la convicción de que sólo un gran pacto nacional entre PP, PSOE y Ciudadanos permitirá afrontar con garantías de éxito los obstáculos con los que se topará el país a partir del 10 de noviembre.
Y entre ellos, el principal: esa Cataluña que, según un informe de la Cámara de España de esta semana, lastra a España en el 51% de los indicadores económicos clave. De motor a peso muerto. Ese es el resumen de logros del procés.
Manifestación constitucionalista
La manifestación de Sociedad Civil Catalana (SCC) no ha sido la excepción a la regla. Aun habiendo sido concebida como una manifestación "de la gente" y con el protagonismo de los tres grandes partidos constitucionalistas reducido a su mínima expresión, el morbo de la jornada estuvo en la posibilidad de que se produjera esa conjunción astral constitucionalista en forma de foto protagonizada por Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, Albert Rivera, Inés Arrimadas, José Luis Ábalos, Josep Borrell, Miquel Iceta y, por qué no, Manuel Valls. Finalmente, no hubo tal foto.
El gran fracaso de la manifestación de este domingo no fue el hecho de que las cifras de asistencia –muy superiores a esos 80.000 asistentes que contó la Guardia Urbana antes de que a la corriente principal de la manifestación se sumaran varios brazos de manifestantes rezagados– se quedaran lejos de las cifras de la del 8 de octubre de 2017, cuando un millón de catalanes recorrieron las calles de Barcelona contra el procés estimulados por el discurso del 3 de octubre de Felipe VI.
El gran fracaso fue la incapacidad de los tres grandes partidos nacionales para escenificar su unidad respecto a un problema cuya importancia es muy superior a la de los cálculos electoralistas cortoplacistas de sus estrategas de campaña.
En las fotos de la manifestación distribuidas por la agencia EFE está la prueba. En una de ellas aparecen Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, Josep Bou, Xavier García Albiol y Dolors Montserrat. En otra diferente, Albert Rivera, Inés Arrimadas y Lorena Roldán.
Para encontrar una de los socialistas Josep Borrell, Miquel Iceta, José Luis Ábalos y el presidente del Senado, Manuel Cruz, hay que irse a las redes sociales del PSOE.
Todos ellos estaban en la misma manifestación, convocada bajo un lema transversal, pero nadie le vio la cara a nadie de otro partido que no fuera el suyo. Juntos pero no revueltos.
A la misma hora en que la multitud se agolpaba frente al escenario levantado por SCC, Pedro Sánchez atacaba en un acto del PSOE en La Coruña a Albert Rivera acusándolo, poco más o menos, de negacionista del Holocausto. Que el PSOE está intentando pescar en el caladero de Ciudadanos para darle la vuelta a unas encuestas que no pintan tan bien como su jefe de gabinete Iván Redondo preveía es una obviedad. Pero quizá una elemental prudencia aconsejaría no retorcer unas palabras de Rivera hasta compararlo con un alemán "al que no le importa el Holocausto porque nació después de 1945".
En comparación con la andanada de Pedro Sánchez, Casado y Rivera estuvieron casi institucionales. Aunque ninguno de ellos pudo evitar acometer contra sus rivales. "No se puede gobernar con Quim Torra, no se puede gobernar con Arnaldo Otegi ni con los que queman las calles" dijo Rivera.
División estética
Casado, por su lado, instó a que Sánchez aclare su futura política de pactos. "Si no quieren cerrar la puerta a volver a pactar con Torra y Junqueras el 10-N, lo tienen que decir antes de que los españoles voten. Si no, pues directamente hoy es un buen momento para que sus representantes en esta manifestación anuncien que rompen de inmediato cualquier acuerdo".
La división, más estética que real, entre los partidos constitucionalistas no se trasladó a los manifestantes de a pie. El Paseo de Gracia, escenario durante las dos últimas semanas de las razzias incendiarias del separatismo, se llenó de banderas españolas y catalanas, aunque la jerarquía parecía meridianamente clara para todos los presentes. "Se te ha caído la bandera" le dijo un matrimonio a un manifestante al que, efectivamente, se le había caído la bandera española de los hombros. "Gracias, si se me cae la autonómica me da igual, pero la nacional es otra cosa" respondió él, a dos pasos de mí.
Del ambiente en la manifestación da fe que los periodistas la cubrimos sin casco ni chaleco identificativo. Ningún restaurante tuvo que echar a golpes a ningún radical después de que este irrumpiera en él para refugiarse de la policía. Ningún contenedor fue quemado. Ninguna tienda saqueada. Ningún adoquín arrancando del pavimento. Ningún policía agredido.
Lo escribí en Twitter. Ayer salió a la calle la otra Cataluña. La pacífica. La que no adoctrina a sus hijos para que odien a sus vecinos. La que no destroza su ciudad. La que no señala, acosa y margina. Ayer, el nacionalismo comprobó que hay dos Cataluñas y que la suya camina hacia la extinción, condenada a cortar carreteras y vías ferroviarias para que los catalanes no lleguen hasta las manifestaciones de signo contrario a las suyas.