El día del debate a cinco, el día en que la Academia de Televisión legaliza a Santiago Abascal, llueve a ratos en Madrid. El Pabellón de Cristal de la Casa de Campo tiene algo, mucho, de lonja vacía. En lugar de merluzas se ven las cajas arrambladas tras los stands de los televisores desde donde los vips, los plumillas y los subsecretarios pueden seguir el debate.
Un camarero prepara un cátering con varios cuencos de Bardadillo. Mientras, el sociólogo Michavila explica dibujando números y hemiciclos con el brazo libre que le deja el paraguas y el chubasquero. La organización es eficaz sin el burbujeo/famoseo de los Goya, que algún año han caído por aquí. La seguridad de Presidencia bromea con las periodistas televisivas, que despliegan laca y un moreno que se contradice con el día de perros que cae. Los calefactores Juncker meten calor vertical a lo que es un descampado -este pabellón- con algo de aeropuerto soviético.
Estudiantes de debate
A las 19.00 le ponen la merienda a los técnicos, quesos y medias noches. En el hall mastodóntico, los que tienen la papela roja de invitados se tiran selfies con el fondo del hormigón visto. Hay algunos jóvenes, un cruce estilístico entre las nuevas novísimas generaciones y ganadores de algún concurso de debate religioso e interescolar.
En la entreplanta, que es el piso del debate, este cronista ha intentado medir pasos, diferencias de temperatura entre el interior y el exterior. Alguien de seguridad pide la credencial, se le muestra y se sigue grabando. Se trata de que la temperatura media roce los 19º. Se va a pisar una losa de granito con varios boquetes tendentes al tropezón.
Todo está preparado para que el todos contra Sánchez -los cinco hombres sin piedad- hagan una paradiña previa frente a la nube de fotógrafos (lugar tan común como verdadero). Seis focos iluminarán el cartón del fotocol que está sostenido por cuatro latas de pintura Mayvi por esa cuestión de la verticalidad y de los pesos: las leyes de la tramoya.
Campo Vidal, si la técnica funciona
Manuel Campo Vidal, a las 19.39, anda cansado, pero está cachazudo sabiéndose dentro de una tradición televisiva que es la misma, la española, la que va de estos debates a las campanadas de Sol. Se le pregunta -a Campo Vidal- por la costumbre del debate académico y sonríe: "Si no falla la técnica, todo tirao". Justo a su derecha las chicas de la limpieza cuadran horarios "a la vista de todo lo que hay que limpiar esta noche".
A las 20.00 los operarios intentar fijar con cuñas de madera la puerta por donde tienen que entrar los candidatos, le dan el parte meteorológico a María Casado que exclama: "¡Yo salgo sin chaqueta, con dos cojones!". Caen 13 grados. Nubes. Ha llovido lo justo para regar los cuatro pinos secos que hay en la entrada al recinto, pinos famoseados.
Los botines a dos hebillas de Abascal
"¿Cuánto queda, José Francisco?", grita un cámara dos minutos de que llegue Abascal. El viento hace peligrar los focos y María Casado se ríe como en una gala. Un Abascal puntual, en un monovolumen,emerge sin corbata y con el pecho adelantado y calzando unos botines de doble hebilla con los que salta los escalones de forma alternativa. Del asiento de detrás salta Espinosa de los Monteros como de un paracaídas.
Por orden de representación parlamentaria (muletilla comodín), el segundo en comparecer es Pablo Iglesias, que aparece en un taxi en el que caben veinte y que, casualmente, aparece tuneado de logotipos de pymes. A Noelia Vera le felicitan por su embarazo, la felicidad se le ve en la cara y es tal su dicha que avisa que "no va a pisar el cable" de la realización. Media hora antes alguien preguntaba "por Juanma, de Podemos" (intuimos que Juanma del Olmo, del equipo de Iglesias) por algo de una camisa.
Si Albert Rivera llegaba solo -con los De Páramo y así en segunda fila, en procesión de asesores-, Pablo Casado lo hacía con unos zapatos que brillaban en el tungsteno del tiro de cámara y en la noche sin luna. A Rivera le lanzan la primera en la frente: le sacan las encuestas los chicos de la prensa.
Iván Redondo, el discreto
Cuando Pedro Sánchez arriba al Pabellón de la Casa de Campo, todo el mundo hace quinielas de cuántos policías en funciones lleva el presidente en su comitiva. Corbata como morada con tachuelitas a la luz del foco, chaqueta abrochada con un solo botón... E Iván Redondo, en un discreto segundo plano que saluda con timidez, mira al suelo, se confirma a sí mismo y se pierde dentro del edificio. Un minuto más tarde, Ábalos y cía. llegan a paso atlético y a grandes zancadas.
Iglesias, su lapsus y las risas
Los debates electorales a cinco tienen esa vocación de eternidad, y toda sala de prensa algo de after en lunes. Muchos de los plasmas para seguir el debate parecen haber sido comprados hoy mismo, a juzgar por las cajas vacías de los televisores. Un speaker por mala megafonía avisa de "un día especial", como Raphael.
Entre la tribu hay una risa con retardo cuando a Iglesias se le traba una "m" donde debería haber una "n". Se escucha entonces un rumor como una ola en el Estadio Azteca cuando falta todavía una hora de espectáculos. Hay quien se pone el Netflix y juega con el retardo y con los #TT para hilvanar la crónica. Se llega al punto de esperar los lapsus cachondos de los candidatos, que son la sal de estos macrodebates. Y no son pocos los informadores que comentan a voces la jugada, como si fuera una comedia norteamericana cuyos ecos resuenan en el directo en el que se debate España.
Dos minutos después de que los cinco pidan el voto y de que cierto holliganismo periodístico se ría del speech de Rivera, nos cercan con una cinta negra, a la otra orilla de la cartulina, para esperar los canutazos. Hay entonces un silencio de misa, sólo suenan los walkies. Son esos momentos precisos en los que la Historia se hace una planta más arriba y quedan abiertos a la imaginación.
Justo a la una ya del día martes, Sánchez comparece. Ábalos y Redondo lo miran, Redondo asiente con el cuello del abrigo levantado. Ábalos cruza las manos con media sonrisa sostenida.
Antes, los chicos del presidente, los chicos de la seguridad del presidente en funciones, han repartido a los periodistas amigos algunos sandwiches del Rodilla que han sobrado. Presuntamente.