Tras los malos resultados del 10 de noviembre se está hablando mucho sobre el ser de Ciudadanos, sus orígenes, su presente y su futuro. En Cataluña, concretamente, el star system nacionalista se frota las manos y fantasea en vano con la disolución del único partido inequívocamente constitucionalista que ha sido capaz de ganar unas elecciones autonómicas en Cataluña tanto en escaños como en votos, impugnando de raíz y sin paños calientes la hegemonía nacionalista prevaleciente en nuestra comunidad desde la primera victoria electoral de Jordi Pujol, en 1980.
Hace apenas dos años, en diciembre del 2017, justo después de la consumación del golpe a la democracia perpetrado por el separatismo, Ciudadanos derrotaba al nacionalismo en las urnas y desmontaba la ficción instalada en Cataluña -por desgracia asumida a menudo por el PP y el PSOE- según la cual los catalanes somos por definición nacionalistas.
Poco después de la convocatoria de las elecciones con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la propia Arrimadas me propuso formar parte de la lista de Ciudadanos, propuesta que acepté sin titubear en un momento dramático para muchos catalanes, que tras la asonada liderada por Puigdemont y Junqueras vimos peligrar nuestros derechos y libertades como ciudadanos, e incluso algunos llegamos a plantearnos por momentos abandonar nuestra tierra con harto dolor de corazón.
Inés representa la unión en la diversidad y el compromiso cívico con los valores de la Constitución de 1978
Me ahorro alabanzas a Inés que puedan parecer lisonjas, pero aprovecho estas líneas para agradecerle su confianza en mí y su defensa de la libertad y la igualdad entre españoles. Pocas personas encarnan como ella la bella idea de patriotismo constitucional. De padres salmantinos, orgullosa andaluza de Jerez y sin complejos catalana de elección, Inés representa la unión en la diversidad y el compromiso cívico con los valores de la Constitución de 1978, la primera de nuestra historia que no surgió de la imposición de unos españoles sobre otros, sino del consenso y la concordia entre distintos que compartían la pasión por ese proyecto sugestivo de vida en común que es España, una nación moderna de ciudadanos libres e iguales.
La propuesta de Inés llegaba en un momento difícil para meterse en política, con Cataluña literalmente al borde de la ruptura civil tras el intento separatista de liquidar el Estatut y la Constitución desde el Parlament. Pero no lo dudé ni un segundo, y cada día estoy más convencido de haber tomado la decisión acertada. Tanto es así que, tras dos años como diputado independiente defendiendo desde el Parlament las propuestas de Ciudadanos, he decidido afiliarme al partido y seguir defendiendo junto a mis compañeros y bajo el liderazgo de Lorena Roldán y Carlos Carrizosa la libertad y la igualdad, desde la firmeza en la defensa de nuestras convicciones liberal-progresistas, la moderación, el respeto y la lealtad al conjunto de los españoles.
Lo hago convencido de que Ciudadanos es hoy más necesario que nunca para una España que tiende a los extremos con partidos de retórica guerracivilista a izquierda y derecha que no aspiran a resolver problemas sino a enquistarlos mediante la demonización del adversario político. Pero, sobre todo, lo hago porque me duele Cataluña, que sigue en manos de un agitador del odio como Quim Torra, con un historial panfletario abiertamente xenófobo y supremacista, elegido a dedo por el prófugo Puigdemont con el único objetivo de ahondar en la confrontación y colapsar Cataluña. Ya ni siquiera se atreven a plantear la clásica disyuntiva populista entre ellos y el caos, sino que admiten sin tapujos que ellos son el caos, que no tienen otra cosa que ofrecer a los ciudadanos de Cataluña más que la algarada callejera.
Resulta inquietante comprobar hasta qué punto se ha normalizado la insurrección institucional en Cataluña. El separatismo nos ha sumido en un eterno retorno de lo mismo que está destrozando Cataluña. Desde Ciudadanos nos vamos a dejar la piel para acabar con la “dictadura blanca” (Tarradellas dixit) del nacionalismo y para que Cataluña participe con lealtad en la puesta a punto que necesita España.
No pierdo la esperanza de que, algún día, Albert vuelva y recoja el testigo de los Prim, Estanislao Figueras y Pi i Margall
Pero volviendo a la reflexión sobre Ciudadanos que me lleva a escribir este artículo. Al día siguiente de las elecciones, Albert Rivera anunciaba en rueda de prensa su decisión de dejar la presidencia del partido y de abandonar la política como consecuencia del mal resultado cosechado, una decisión sin precedentes en la política española, tan acostumbrada a políticos que transitan por la vida pública de derrota en derrota hasta la jubilación con honores. Sigo pensando que Albert hubiera sido un magnífico presidente del Gobierno. De hecho, no pierdo la esperanza de que algún día, de aquí a unos años, vuelva para recoger el testigo de Joan Prim, Estanislao Figueras y Francesc Pi i Margall y se convierta en el cuarto catalán presidente del Gobierno de España.
Escuché su última comparecencia con emoción contenida y no pude evitar recordar nuestras primeras conversaciones allá por el año 2007, poco después de su entrada como diputado en el Parlament. Éramos dos chavales de 24 y 27 años respectivamente; hablábamos el mismo lenguaje y compartíamos referentes intelectuales y políticos (Josep Tarradellas y Adolfo Suárez) y preocupación por la deriva totalitaria que ya entonces empezaba a dominar la política catalana al calor del debate sobre el Estatut, iniciado irresponsablemente por un PSC que renunciaba así a gobernar Cataluña desde el respeto a su propia diversidad y la lealtad al resto de España y se lanzaba a competir en nacionalismo con CiU y ERC. De hecho, la deslealtad del PSC, su entreguismo al nacionalismo, está en la base del nacimiento de Ciudadanos como proyecto político liberal de centro reformista.
Impresiona releer hoy el manifiesto que dio lugar hace trece años al nacimiento de Ciudadanos, porque el diagnóstico que los firmantes hacían en aquel momento sigue vigente y ese partido identificado con la tradición ilustrada, la libertad de los ciudadanos, los valores laicos y los derechos sociales, cuyo propósito inmediato debía ser la denuncia de la ficción política instalada en Cataluña, es ahora más necesario que nunca en nuestra tierra y en toda España. Urge derrotar al separatismo en las urnas y poner de una vez por todas Cataluña y el conjunto de España en marcha.
*** Nacho Martín Blanco es diputado de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña.