Una de las supervivientes del campo polaco de Auschwitz tiene raíces españolas. Y vive para contarlo. Se llama Annette Floretin Cabelli (Salónica, Grecia, 1925) y a sus 94 años recuerda a viva voz canciones clásicas como Los Piconeros de Sara Montiel.
También recuerda cómo su madre, española, le preparaba el “mejor arroz con leche del mundo”. El año pasado recibió, al fin, su pasaporte español, que guarda y enseña con orgullo. De ahí la “bienvenida a casa”, que le ha dedicado la ministra de Exteriores, Unión Europea y Cooperación Arancha González Laya.
La ministra y la superviviente descendiente de sefardíes participaron este martes en un acto en Madrid para recordar el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz. España llevará a cabo diferentes acciones en el Senado por tal motivo, y el Rey acudirá al campo de exterminio para recordar a los españoles que fueron asesinados por los nazis.
La tragedia de Annette comenzó con apenas 17 años, cuando los nazis le arrebataron su vida. Hasta entonces tampoco había sido fácil su historia, puesto que su madre tenía que estar trabajando día y noche para poder darle de comer a ella y a sus dos hermanos. “Era un estrés la vida de mi madre, yo no tuve una amistad con ella porque tenía que estar trabajando todo el día”, explica.
Directa al "camión rojo"
En 1942 Alemania declaró la guerra a Grecia, y los primeros aviones Stukas no tardaron en aparecer. Menos tardaron en catalogarla a ella con la estrella de David, con la que los nazis marcaban a los judíos.
A Anette y a su madre les obligaron a subirse a un tren que les llevó a Polonia, donde les prometieron una mejor vida. Sin embargo, Annette recuerda que su madre ya pensaba que no encontrarían nada de eso. Y en efecto, tras estar cuatro días sin comer ni beber, y después de un largo viaje, llegaron al campo de exterminio donde empezaron a catalogar a los presos según sexo y condición física.
De esta forma, a la madre de Annette la subieron directamente al “camión rojo”. Cosas del destino, la sobrina de Annette, que también se encontraba allí, le salvó a ella la vida, ya que pidió a un guardia de la SS que la sacaran: “Tenía un pie dentro cuando de repente me sacaron”, relata.
No corrió la misma suerte su madre, que sí subió. No volvió a saber nada más de ella hasta unos pocos días después, cuando se enteró que quienes viajaban en ese camión iban directos a las cámaras de gas.
"No éramos nada"
Esta sefardí relata una vida difícil dentro del campo: “Nos cortaron el pelo, nos quitaron la ropa y nos duchábamos con agua fría primero y con agua caliente luego. Después de que te pusieran el número, ya no éramos nada más”, cuenta.
Todavía conserva el número 4065 en el antebrazo. Dentro del campo considera que tuvo suerte, ya que no trabajaba todos los días en la calle: la llevaron a un hospital a cuidar de enfermos. “Allí no había médicos, sólo enfermos. Querían que estuviera con ellos para recoger los excrementos de la mujeres. Había tanta gente, que venían a por ellos y llenaban el camión. Yo tenía frío, pero no tanto como quienes trabajan afuera, y así pude sobrevivir”, cuenta emocionada.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y tras dos años de cautiverio, Annette fue obligada a caminar en una de las llamadas “marchas de la muerte”. ¿Por qué les llamaban así? “Fueron cuatro días de viaje y más del 50% murieron”, explica. Era una forma de llevarlas a la frontera para liberar a los presos, pero sólo llegaban las que sobrevivían al duro viaje.
“Cuando salimos de allá, caminamos y vimos un pueblo donde en las calles había una montaña de armas. Eran de los alemanes, que habían dejado para vestirse de civiles”, cuenta. Desde entonces Annette nunca ha vuelvo a su lugar de nacimiento, se trasladó a Niza, donde se casó con Harry Cabelli, también deportado. Todavía vive en Francia, pero Annette siempre se ha sentido, y así lo sigue reivindicando todavía hoy, española.