Toda idea necesita un cimiento y una percha para triunfar. Lo primero, para resultar creíble intelectualmente, fundamentada y con sustancia. Lo segundo, para impulsarse con un ejemplo reciente, de rabiosa actualidad. Un ¡sí se puede!
Por eso Pablo Iglesias ha evolucionado su discurso desde el 10-N interpretando la realidad y presentándola con su prisma. Ofreciendo como hechos sus propias opiniones. Ha elaborado una carambola por la que pretende controlar las calles desde el Gobierno, apoyar las protestas, marchas y escraches para erigirse en una especie de líder montonero en el Consejo de Ministros.
La percha de estos días es atribuir al movimiento de las sardinas italianas la responsabilidad de que el neofascista Matteo Salvini no haya ganado en las elecciones de la Emilia Romaña. En el mensaje que el líder de Podemos inocula a sus seguidores se obvia adrede que esa región es la cuna del PCI y lleva siendo gobernada por la izquierda desde el final de la II Guerra Mundial. Era una posibilidad que la Liga ganara los comicios de hace unos días, pero no era lo más probable. Ni mucho menos inevitable.
Y el cimiento de la idea es -determinismo histórico- que su propio paso desde las plazas del 15-M al Gobierno, como vicepresidente que lleva americana y aplaude al Rey, demuestra que ¡Sí se puede!
Lo cierto es que Iglesias sabe que Pedro Sánchez ha disminuido el cogobierno de Unidas Podemos a la casita de invitados de la Moncloa. Su fuerza es muy pequeña, poco más de una cuarta parte de los diputados socialistas (35 frente a 120) cuando hace tres años aún soñaba con el sorpasso, y cinco ministros de 22, con carteras -todas ellas- desgajadas de otras mayores o recortadas en sus funciones tradicionales.
Así que se pone la venda antes de la herida de la decepción de sus votantes. "Nosotros no podemos ocuparnos de todo", lamentaba este viernes en un homenaje público al histórico militante comunista Marcos Ana. "Habrá que cabalgar contradicciones", había dicho a sus militantes al pedirles el voto a favor de la coalición, "y tendremos que hacer muchas cesiones".
Objetivo identificado
Si hay algo que repite como un mantra el vicepresidente segundo es aquello de "porque fuisteis, somos; porque somos, serán". Así legitima su quehacer en esa "memoria histórica" que presenta como la única "democrática". Tanto que este último adjetivo ha sustituido al primero, y ha expropiado para las izquierdas el concepto "democracia". Y de ese modo dinamiza a los suyos para "defenderla de la amenaza de la derecha, la ultra derecha y la ultra-ultra derecha".
También hace falta identificar un objetivo incontrovertible, indiscutible, máximo y superior a cualquier ideología para hacer triunfar la idea apropiándose de él al acabar el discurso. Por eso dice Iglesias que "las bases de la democracia" se defienden sólo como él dice.
Los que no son Unidas Podemos ni PSOE, los que no son los colectivos a los que su formación ha venido acompañando en cada movilización los últimos seis años, los demás, son "derecha, ultra derecha y ultra-ultra derecha", ésos que "pronuncian Venezuela mientras el Gobierno facilita que empresarios y trabajadores lleguen a un acuerdo para subir el salario mínimo"... lo que los morados llaman "cambiar las condiciones materiales de la vida de la gente".
Desde el abrazo del 12 de noviembre, apenas 48 horas después de las elecciones triunfales -ésas en las que PSOE y Unidas Podemos perdieron 1,5 millones de votos-, Iglesias no se bajaba de un mismo discurso: "Los gobiernos reciben muchas presiones, de intereses políticos y lobbies empresariales; así que quiero sentir vuestra presión, la de los colectivos que nos habéis traído hasta aquí".
El componente agresivo
Lo ha dicho en alguna entrevista, las de tele o radio en directo, únicas que concede porque controla su mensaje controlando el tiempo. Y también ante auditorios favorables... por otro lado, los únicos foros a los que ha acudido desde que es vicepresidente: dos actos de homenaje a víctimas o represaliados de la izquierda por el franquismo e incluso "por la Transición".
Pero ante esos públicos -en el Teatro del Barrio y la sede de CCOO- es cuando ha quedado claro el porqué de su pin antifascista, estrenado el día de la promesa del cargo: le ha añadido el componente agresivo. "Las derechas están lejos de la responsabilidad de Estado, asumen la mentira como arma política cotidiana". Y como nada une más que un enemigo, pide a "los militantes de Unidas Podemos y a los del Partido Socialista que se organicen" porque "el Gobierno no basta para resistir las amenazas contra la democracia".
Iglesias quiere forzar a Sánchez, arrancarle medidas que sabe que el presidente no se atreve o no quiere aprobar. Subido a las mareas ha llegado hasta el banco azul, y ahora pide un lobby callejero "para compensar la influencia de los oligarcas"... precisamente aquéllos a los que acusaba en las últimas campañas electorales de tener a Sánchez atrapado. "Quieren un Gobierno del PSOE con Ciudadanos, pero Rivera les ha salido rana... por eso ahora lo abandonan, ¿no te has dado cuenta, Albert, de que te pusieron ahí para eso?", repetía en los mítines del 10-N.
Pero en realidad lo que busca es manejar la calle desde el Gobierno. La cuadratura del círculo que sólo han logrado movimientos populistas como el peronismo o, más recientemente, el llamado "socialismo del siglo XXI", que él conoce bien. Así hará crecer su reducido poder en el Consejo de Ministros con el doble objetivo de escorar a Sánchez a su izquierda o, en caso de no lograrlo, curarse en salud. Y, de paso, aislar a Cs, PP y Vox, "la derecha, la ultra derecha y la ultra-ultra derecha".