"Hay que poner fin a la costumbre de hablar en castellano a cualquier persona que por su aspecto físico o por su nombre no parezca catalana".
La frase de la alcaldesa de Vic y diputada de JxCAT Anna Erra, pronunciada durante el pleno de ayer del Parlamento autonómico catalán, no parece ser una ocurrencia extemporánea o una frase torpe de una oradora novata, sino un eslabón más en la larga cadena de tesis xenófobas e incluso abiertamente racistas y antisemitas que el nacionalismo catalán ha elaborado durante los últimos ciento cincuenta años.
Anna Erra, que leyó su discurso y que poco antes había hablado de los catalanes "autóctonos", es de suponer que en oposición a aquellos que lo son sólo por imperativo administrativo, pasa a formar parte con su frase de una larga saga de racialistas catalanes.
Saga que abarca nombres como el del político republicano Valentí Almirall (1841-1904), al que se considera de forma casi unánime como el pionero de las tesis más racistas del nacionalismo catalán, o los de Jordi Pujol, Quim Torra, Núria de Gispert, Oriol Junqueras o Carme Forcadell.
"España se ha ido empequeñeciendo desde que las circunstancias hicieron que la raza menos pensadora y menos ilustrada de la Península [la de los castellanos] fuera la que dominara" escribió Valentí Almirall en 1879.
Pocos años antes, en 1866, Almirall había escrito que el "carácter racial castellano" es "del tipo generalizador, sin base de observaciones propias ni recogidas por el estudio. Cree que todo puede reducirse a una fórmula simple e indiscutible. Con divagación bien vestida pretende resolver el más intrincado problema, y trata a continuación de imponer su solución a los demás".
Faltaban pocos años para que la pérdida definitiva del negocio del esclavismo antillano y el desastre del 98, del que se nutrían las fortunas de una buena parte de los burgueses catalanes, dieran a luz al nacionalismo catalán como la válvula de escape que permitió a las elites regionales adjudicarle a un enemigo exterior, España y los españoles, todos los males de la patria.
Los mesocéfalos castellanos
Quizá el más famoso de los racistas catalanes originales, como explica José Luis Ortigosa en el segundo volumen de su libro La cuestión catalana, fuera sin embargo Bartomeu Robert, el 'doctor Robert', que llegó incluso a alcalde de Barcelona en 1899 y que es conocido por su conferencia La raza catalana.
En dicha conferencia, Robert distinguió entre "braquicéfalos" –los habitantes de la costa atlántica–, "dolicocéfalos" –los mediterráneos– y los "mesocéfalos" –los habitantes de la meseta central, y que serían una mezcla de los dos anteriores.
Los dos pilares del nacionalismo catalán fueron, desde su nacimiento, la leyenda negra y el odio contra los españoles.
Los racistas nacionalistas originales trajeron hasta Cataluña las tesis del racismo científico que en ese momento se gestaba en París gracias a los viajes de personajes como Pompeyo Gener Babot (1848-1920), más conocido como Peius, un periodista barcelonés cuyo nombre se suele omitir en las crónicas nacionalistas sobre el nacimiento del catalanismo político por razones fáciles de comprender cuando se leen sus tesis sobre la raza catalana.
"En España, la población puede dividirse en dos razas" escribió Gener Babot en 1887 en su libro Heregías. Estudios de crítica inductiva sobre asuntos españoles. "La aria (celta, grecolatina, goda), o sea del Ebro al Pirineo; y la que ocupa del Ebro al Estrecho, que, en su mayor parte, no es aria sino semita, presemita y aun mongólica (gitana)".
El periodista, cuyas tesis preceden en casi cuarenta años a las del Mein Kampf, un libro publicado por primera vez en España por una editorial barcelonesa, también dejó escrito que "todo catalán es un rey" y que "la raza catalana, continuamente cruzada con otras europeas, se ha mejorado. Los cruces con razas afines superiores pertenecientes al mismo grupo se sabe que son altamente beneficiosos. Al contrario, con razas inferiores, de otros grupos divergentes, dan productos híbridos, estériles".
De Gener Babot surge la identificación nacionalista original de los catalanes como un pueblo ario y de los españoles como un pueblo semita, emparentado con los hebreos.
Una identificación que fue abandonada durante los años sesenta cuando el nacionalismo cristiano catalán viró 180 grados y pasó a considerarse a sí mismo como hermano del pueblo de Israel en su lucha por la construcción de un Estado independiente frente a un enemigo exterior bárbaro, cruel e incivilizado.
Los judíos de España
Pero para ello, el nacionalismo catalán tuvo que abandonar el antisemitismo que había empapado su cultura a lo largo de la primera mitad del siglo XX y que puede rastrearse, entre otros muchos rincones, en la obra de poetas como Antoni Bori i Fontestà, que había llamado "a matar judíos" en uno de sus poemas con la frase "barrámoslos de la tierra y hundámoslos en el infierno".
Lo que no abandonó el nacionalismo catalán a partir de los años sesenta, en ningún caso, es la xenofobia antiespañola.
"El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. (…) Es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. (…) Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad" escribió Jordi Pujol en 1958, en su libro La inmigración, problema y esperanza de Cataluña.
No es de extrañar, a la vista de las tesis que defendía el fundador del nacionalismo moderno a mediados del siglo XX, que las aguas de la xenofobia catalanista hayan llegado hasta donde han llegado en el siglo XXI.
De vuelta a Cádiz
Xenofobia que llevó a toda una expresidenta del Parlamento catalán, Núria de Gispert, a mandar a Inés Arrimadas de vuelta a Cádiz en 2017. "¿Por qué no te vuelves a Cádiz?".
De Gispert se disculpó tras el posterior escándalo, pero un año después llamó a Arrimadas "inepta e ignorante" y la volvió a invitar a marcharse. "¡Se debe de encontrar muy mal en Cataluña! ¡Debe de añorar su pueblo! ¿Quién la obliga a estar aquí?".
El 15 de enero de 2008, Joan Oliver, director de TV3 entre 2002 y 2004, había dicho durante una tertulia en Catalunya Ràdio: "Los españoles son españoles y son chorizos por el hecho de ser españoles, desde mi humilde punto de vista". Oriol Junqueras, presente en la entrevista, ni se inmutó.
Ese mismo año, el líder de ERC había escrito en un artículo titulado Proximidades genéticas que "los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos".
Los españoles "dan pena"
Poco antes de ser nombrado jefe político de los Mossos d'Esquadra en 2017, Pere Soler había escrito en su cuenta de Twitter: "Espero que nos vayamos ya [de España], porque me dais pena todos los españoles".
También en 2017, el consejero de presidencia Jordi Turull, hoy preso en la cárcel de Lledoners, calificaba de "súbditos" a los españoles que no fueran a votar en el referéndum ilegal del 1 de octubre. Es decir, a más del 50% de la población de la comunidad.
Dos años antes, en 2015, el alcaldable de la CUP en Arenys de Munt Josep Manuel Ximenis, había defendido en una entrevista en el diario digital E-notícies la tesis de que el apellido Jiménez es "catalán o vasco" y la de que "la mentalidad castellana lleva en sus genes la aceptación natural: ser mandado".
En 2014, la presidenta de la ANC, Carme Forcadell, le había negado la condición de catalanes a los votantes de PP y Ciudadanos: "Nuestro adversario es el Estado español. Debemos tenerlo muy claro. Y los partidos españoles que hay en Cataluña, como Ciudadanos y el PP. Que no se debería llamarse Partido Popular de Cataluña sino Partido Popular en Cataluña. Por tanto, estos son nuestros adversarios, el resto es el pueblo catalán y el resto somos los que conseguiremos la independencia".
También son harto conocidos los artículos abiertamente xenófobos del actual presidente de la Generalidad Quim Torra.
En uno de ellos, La lengua y las bestias, publicado en 2012, el diputado de JxCAT ahora inhabilitado por los tribunales españoles decía, en referencia a los españoles: "Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos!".
En el mismo artículo de Torra se podía leer también: "Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, escorpiones, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que beben odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con verdín, contra todo lo que representa la lengua".
Los "lapsus linguae"
Hace sólo unos meses, el 22 de septiembre de 2019, la consejera de Cultura autonómica, Mariàngela Vilallonga, afirmó durante un encuentro con bailarines de sardanas que "la raza catalana" se define por la cultura y el folklore tradicional de Cataluña, como los castellers, los gigantes o las propias sardanas". Poco después, Vilallonga se disculpó frente a los que pudieran haberse sentido ofendidos y habló de un lapsus linguae, una excusa habitual entre el nacionalismo catalán cuando afloran a la luz sus tesis racialistas.
La lista de las tesis xenófobas del nacionalismo catalán, dominantes tanto entre partidos de izquierda como de derecha, y tanto en el mundo de la política como de la empresa, de la cultura o del deporte, podría ocupar un libro entero. Y Anna Erra es sólo el último eslabón de un hilo, no precisamente invisible, que une al nacionalismo catalán contemporáneo con las ideas supremacistas de Almirall, Robert y Gener Babot que forman los cimientos del catalanismo político.