No habrá colas este domingo en los colegios electorales vascos y gallegos. Las elecciones autonómicas, cuya fecha había sido escogida con mimo por Iñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo para no coincidir con los tóxicos comicios catalanes, han quedado aplazadas hasta un momento indeterminado del futuro.
La fecha de la nueva cita electoral dependerá de cuánto dure el estado de alarma. Pero, sobre todo, de cómo se produzca la vuelta a la normalidad. Si esta es súbita, los comicios podrían celebrarse en junio. Si esta, como todo parece indicar, es gradual, lo más probable es que se celebren en otoño.
No resulta fácil valorar el impacto que la epidemia de Covid-19 podría tener en las elecciones autonómicas vascas y gallegas. La epidemia ha volado por los aires las estrategias electorales del PNV y del PP gallego. El Covid-19 no sólo podría hacer coincidir los comicios vascos y gallegos con los catalanes, sino alterar sensiblemente la valoración ciudadana de los gobiernos del PNV y del PP. Para bien o para mal.
País Vasco
Antes del estallido de la crisis, el PNV se preparaba para afrontar unas elecciones sin mayores complicaciones. Los sondeos vaticinaban una clara victoria del PNV y un buen resultado para el PSE, su socio de Gobierno. Ni siquiera el derrumbe del vertedero de Zaldibar parecía hacer mella en las expectativas electorales de Urkullu.
La coalición de PP y Ciudadanos, por su lado, parecía no dar mayores frutos en los sondeos. Algo que ambos partidos daban por descontado ante la evidencia de que el objetivo de su alianza no eran tanto los resultados electorales a corto plazo como explorar sus posibilidades a cuatro años vista.
Pero la epidemia de Covid-19 ha descentrado al Gobierno vasco y hecho que todas sus contradicciones ideológicas salgan a flote. Prueba de ello son episodios tan rocambolescos como las declaraciones de Andoni Ortuzar, el presidente del PNV, pidiendo en plena epidemia que el Gobierno no suspenda la Copa del Rey "porque es una de las pocas ilusiones que los vascos tienen en momentos tan difíciles".
El País Vasco es la única comunidad española en la que la UME no se ha desplegado con normalidad. El Ejército ha debido limitar sus labores de desinfección a las infraestructuras dependientes del Gobierno central por el rechazo del Gobierno regional vasco, ofuscado en un debate extemporáneo sobre competencias y transferencias.
"Es difícil comprender que el PNV haya reaccionado a la crisis como si Euskadi fuera una isla" dice una fuente cercana a la oposición constitucionalista vasca. "El Ejército está desinfectando calles y residencias, ¿qué tiene eso que ver con las obsesiones identitarias del PNV? El virus no entiende de fronteras".
La fantasía de un Euskadi autosuficiente se ha derribado con estrépito durante esta crisis. La duda es si el PNV logrará poner en pie esa fantasía de nuevo cuando la situación se normalice o si el daño que el Covid-19 ha hecho a la utopía nacionalista vasca tendrá impacto en las futuras elecciones autonómicas.
"El PSOE ha prescindido del PNV a la hora de decretar el cierre de empresas y el PNV ha quedado en evidencia" añade la misma fuente. "El PNV ha querido ser una isla en lo sanitario, pero seguir influyendo en lo económico". Un encaje de bolillos difícil de gestionar para cualquier Gobierno.
Y menos para un Gobierno regional aliado con el mismo partido que ocupa la Moncloa y al que se hará responsable de los errores –y los aciertos– en la gestión de la epidemia cuando los españoles vuelvan a la normalidad.
"El PNV siempre ha presumido de gestión y eso le ha permitido captar votantes que en circunstancias de normalidad votarían al PP e incluso al PSOE" dice la misma fuente. Pero la catástrofe de Zaldibar y la pésima gestión autonómica de la pandemia han demostrado que si el PNV podía presumir de gestión es porque los nacionalistas vascos nunca se habían enfrentado a un reto de relevancia.
"Y eso ha generado un enorme malestar entre los ciudadanos vascos", añade, "porque ven al Gobierno hablar de cuestiones identitarias cuando eso no toca. Las contradicciones han aflorado: ahora el PNV amenaza con retirar el apoyo al PSOE, aunque gobierna en el País Vasco con consejeros del PSE".
Se suele decir que el PNV es especialista en oler el fracaso ajeno antes de que este se concrete. "Si ves al PNV desmarcarse de alguien, desmárcate tú también" dicen en la comunidad. Y la moción de censura a Mariano Rajoy, pocos días después de que el PNV diera su visto bueno a los Presupuestos Generales del Estado, fue la mejor prueba de ello.
La amenaza de ruptura del PNV parece, ahora mismo, poco más que un aviso para navegantes. Es decir, un farol del nacionalismo vasco. Un farol, sin embargo, que podría llegar a concretarse en el futuro dependiendo de cómo evolucione la crisis sanitaria y, sobre todo, la económica.
Idoia Mendia, la secretaria general del PSE, ha pedido "más prudencia" al PNV en sus críticas al Gobierno de Pedro Sánchez. Está por ver cómo afectarán al PSE las críticas al PSOE por su gestión de la epidemia. Pero lo que parece obvio es que los equilibrios actuales entre PNV y PSE serán difíciles de mantener en el futuro.
La fecha que los partidos vascos manejan como más probable para las futuras elecciones autonómicas es septiembre u octubre. Es decir, la misma fecha en la que deberían haberse celebrado los comicios si Urkullu no hubiera decidido adelantarlos.
Galicia
La situación en Galicia es sensiblemente diferente a la del País Vasco. Alberto Núñez-Feijóo está capeando la crisis con bastantes menos sobresaltos que el PNV y no sería de extrañar que, de manera similar a lo que está ocurriendo en muchos países europeos, su liderazgo saliera reforzada de la epidemia. Al menos, en términos de valoración ciudadana.
Antes de la crisis, las encuestas electorales daban al PP gallego una victoria apabullante en porcentaje de votos –de alrededor del 46 o el 47%– pero ajustada en escaños ante la posibilidad de que la oposición en pleno decidiera unirse contra Feijóo en un remedo de la maraña de apoyos heterogéneos que sostiene a Pedro Sánchez en Moncloa.
Feijóo se había resistido como gato panza arriba a una alianza con Ciudadanos ante la evidencia de que el partido naranja apenas lograba superar el 1% de los votos en Galicia. Un dato que hacía sospechar al presidente autonómico gallego que la suma de ambas formaciones podría incluso restar apoyos en vez de sumarlos. Su renuencia avivó incluso los rumores de distanciamiento con Pablo Casado, cuyos incentivos para un pacto global con Ciudadanos son mucho mayores que los de Feijóo.
Vox, por su lado, había llegado a rozar el 8% en intención de voto, muy por encima del 5% necesario para entrar en el Parlamento gallego, pero los sondeos más recientes apenas le daban un 4%.
La incertidumbre, en resumen, era mayor antes del estallido de la crisis para Feijóo que para el PNV. Pero la situación actual es más favorable para el popular gallego que para los nacionalistas vascos, aprisionados en la contradicción de gobernar con el mismo partido que ha prescindido de ellos en la gestión de la crisis.
Feijóo ha dado apoyo al Gobierno en varias de sus decisiones, aunque manteniendo un perfil crítico en el terreno económico e incluso alineándose con el PNV en su crítica a la unilateralidad del Ejecutivo.
El presidente de la Xunta, por ejemplo, ha acusado al Gobierno de Pedro Sánchez de haberse apropiado de forma unilateral de cien millones del presupuesto autonómico gallego que iban a ser destinados a programas de formación de desempleados. Pero, en términos generales, el presidente gallego ha optado por un perfil bajo que le ha permitido distanciarse de la sensación de caos transmitida por el Gobierno central.
El gallego también ha reaccionado con sobriedad cuando ha defendido su decisión de ceder once aparatos de UCI a la Comunidad de Madrid frente a una oposición que se lo reprochaba.
Galicia ha sido, como Andalucía, también gobernada por el PP, una de las comunidades menos afectadas por la epidemia. En el momento de escribir este texto la cifra de muertos es de 200 y la de infectados, de casi 5.000. Algo que ha permitido que los hospitales en la comunidad no hayan sufrido las tensiones que sí han sufrido los centros madrileños, catalanes y castellanos.
La crisis ha permitido a Feijóo ocupar en exclusiva el escenario mediático gallego. En realidad, ningún partido de la oposición está en disposición de disputarle esa preeminencia en las circunstancias actuales. El Parlamento autonómico está disuelto y la única posibilidad de fiscalizar las decisiones de Feijóo es la Diputación Permanente, de alcance limitado. Mucho más en la situación de emergencia sanitaria actual.
Dada la previsible extensión del estado de alarma hasta finales de abril, e incluso principios de mayo, la fecha más probable para las elecciones autonómicas gallegas sería algún domingo del mes de septiembre o de octubre.
El escaso entusiasmo que suele generar entre los partidos políticos la idea de celebrar unos comicios durante los meses de julio y agosto sugiere descartar esas fechas, aunque lo anómalo de la situación podría hacer que los partidos aceptaran una excepción a la regla general. No es probable, sin embargo, que eso ocurra.