Cuando hace ya nueve días Pedro Sánchez lanzó en televisión su oferta de unos nuevos Pactos de la Moncloa, para hacer frente a la emergencia del coronavirus, el PP ya reaccionó con prevención. Pocos minutos antes, el presidente había mantenido una conversación telefónica con Pablo Casado y no le había anticipado nada del asunto. "No es creíble una oferta como ésa lanzada así", apuntaban fuentes parlamentarias del PP. "Lleva días sin llamarnos y ahora quiere mutualizar la responsabilidad del desastre".
La primera reacción de los de Casado fue emplazar al propio Sánchez a que él mismo se retratara: "La pregunta se la debe trasladar a su vicepresidente, Pablo Iglesias... ¿estaría dispuesto a renunciar a firmar unos acuerdos cediendo tanto como hizo Santiago Carrillo en 1977?". Era el inicio de una leve huida hacia delante antes de tomar una decisión: devolver la pregunta. Y, a la vez, una estrategia de medio plazo: si Sánchez nos quiere con él, deberá romper con el "totalitarismo populista" de Unidas Podemos.
Pero presidente y vicepresidente segundo lo tienen claro. Lo han hablado insistentemente en la última semana, desde que el socialista hizo su oferta y el secretario general morado la recibió con poco (o ningún) entusiasmo. Irán juntos y de la mano a estas reuniones, no como respectivos líderes que son de cada uno de sus partidos, sino como Gobierno. Así lo ha podio saber este periódico de fuentes internas del Ejecutivo: si alguien apuesta por quebrar la coalición, pinchará en hueso.
La iniciativa es de Sánchez, Iglesias tiene sus reticencias, pero ambos están unidos en esto. La posición del Gobierno es clara: esta crisis no es de gestión, nadie se debe quedar atrás y hay que demostrar que éste es un Gobierno progresista.
A la mesa (o mesas, si finalmente la reunión es telemática, como reclama Inés Arrimadas, presidenta de Ciudadanos) no se sentarán el secretario general del PSOE y de Unidas Podemos, sino que serán los dos hombres fuertes del Ejecutivo. En ese sentido, ellos no representarán las posiciones de sus respectivas formaciones. Para eso, ya están Adriana Lastra y Pablo Echenique.
Los más duros
Precisamente, quienes más duro golpean desde el flanco izquierdo a la oposición. El pasado jueves fueron más de 11 horas las que duró la bronca en el Congreso. Primero, de 9.00 h a pasadas las 15.00 h para el debate de la segunda prórroga del estado de alarma. Y después, las casi cinco invertidas en la defensa y réplica a los tres decretos que llevó el Gobierno a convalidar a la Cámara.
Allí, en el hemiciclo, no sólo se evidenció el caldeamiento político que ya está provocando la crisis del coronavirus, sino que Pedro Sánchez empezó a perder los apoyos prácticamente incondicionales que le habían dado los grupos hasta el momento... hasta Vox le había votado a favor dos semanas antes.
Esta vez, el PP siguió dando un sí a prorrogar el confinamiento de la población, pero ya llevaba dos noes y una abstención preparadas de antemano para las medidas concretas que lo acompañan. "Llevan a la economía al abismo", argumentaban las fuentes populares consultadas por este periódico.
Lo que no se esperaban en la bancada liderada por Pablo Casado era el discurso una "dañino, indigno y desleal" de la portavoz socialista, Adriana Lastra. Y menos aún, que el presidente les reclamara "unidad y lealtad" mientras arremetía sonriente contra una deficiente gestión del PP "en las comunidades en las que gobierna con la ultraderecha".
En todo caso, la comparecencia de Sánchez este domingo ante la prensa pretendió restañar un poco las heridas abiertas. Si ya acabó el debate del Congreso admitiendo sutilmente que "quizá se han dicho cosas de un modo que luego nos podemos arrepentir", su enésima aparición televisiva de fin de semana en horario de máxima audiencia fue casi una llamada desesperada al PP.
La "posguerra"
El presidente esta digiriendo un resultado decepcionante de las negociaciones en Europa. El grifo de Bruselas viene con más de 500.000 millones de euros en diferentes tipos de fondos, con diversas condicionalidades para quien acuda a ellos. Pero es eso: un canal abierto a los 27 Estados miembro de la UE, y la crisis está acelerando ahora en Francia y Bélgica, y pronto serán más los países tan necesitados de ayudas como ahora lo están Italia y España.
Así que al Gobierno de España le puede costar acudir a esos instrumentos de financiación con la frecuencia con la que precisará para pagar todas las prestaciones, ayudas, subsidios, avales y moratorias puestos en marcha.
De ahí que apelara Sánchez a Pablo Casado, presidente de "un partido de Gobierno" para que se una a la "reconstrucción de posguerra" aportando sus "ideas y remando en la misma dirección". Los populares siguen dudosos de su sinceridad, según ha podido saber este periódico, y temen que fracasada la idea de mutualizar la deuda europea con los coronabonos, Sánchez quiera ahora compartir la responsabilidad del resultado de unas medidas tomadas "de manera unilateral" y que ellos consideran "catastróficas".
Confianza mutua
Y más si deben asumir la posición cerrada entre el presidente y su socio, Iglesias. Fuentes de Unidas Podemos destacan a este periódico que, a pesar de que hay mucho debate dentro del Gobierno, Sánchez les está sorprendiendo por su audacia en "medidas poco ortodoxas", que están consiguiendo liderar "una salida a la crisis muy distinta a la de 2008.
¿Y las maniobras en la oscuridad? El reciente anuncio de una renta mínima temporal por parte del equipo del vicepresidente, sin siquiera un acuerdo dentro del Ejecutivo, molestó sobremanera en Moncloa. Pero "todos los desencuentros se hablan y se arregla cualquier malentendido, la relación entre Iglesias y Sánchez sigue siendo de confianza", explican en este caso las fuentes del lado morado del Gobierno.
De ahí que el PP, al no lograr abrir cuña, se pregunte si servirá de algo ir a la reunión de los Pactos. Temen una maniobra envolvente y que no les quede más que optar entre la adhesión a políticas previamente diseñadas o ser empujado a la posición negativa que ya tiene Vox. "El Gobierno y su unidad no están en cuestión", insisten desde el Ejecutivo, recordando que en 1977 se firmaron unos pactos para cambiar políticas, pero nadie pidió a Adolfo Suárez que cambiara a sus políticos.