Pedro Sánchez comparecía en el último fin de semana antes de que toda España esté al menos en la Fase 1 de la desescalada. Y lo supo aprovechar, acumulando anuncios positivos para él y señalando al PP, "un partido irresponsable" como culpable de su pirueta con Bildu del miércoles por la noche.
Pactar y romper en dos horas con el partido heredero de Batasuna una medida que nada tenía que ver con la quinta prórroga del estado de alarma rompió el diálogo social y soliviantó a propios (en el PSOE) y a extraños (en sus socios), pero el malo de la película es Pablo Casado.
"Superado el pico de la curva, conseguido con holgura que haya cada día más curados que infectados, ya estamos cerca del tercer hito, la reducción del virus". Aún faltará la cuarta victoria, "que será la definitiva", cuando haya una vacuna o un tratamiento efectivo para el coronavirus, dijo el presidente, ufano como nunca desde el 10 de marzo.
Era el día en el que las calles de las principales capitales se habían llenado de decenas de miles de coches convocados por Vox contra su gestión y "las mentiras en las cifras de muertes", pero el jefe del Ejecutivo le dio la vuelta al asunto pidiendo "un homenaje aún mayor para los que se han ido, ellos merecen nuestra memoria y sobre todo nuestra convivencia en concordia".
No es Bildu, es el PP
El jefe del Ejecutivo aparecía feliz, orgulloso y con mensajes optimistas por primera vez en más de dos meses: "Por fin, esta semana, todos podremos reencontrarnos con los nuestros, habremos recuperado buena parte de lo que perdimos por el Covid-19". Según Sánchez, "estamos a un paso de la victoria, y ya hemos recuperado mucho terreno frente al virus". Pero aún "es imprescindible no relajarnos" porque "seguimos en la emergencia sanitaria".
Y eso que había sido una semana durísima. No sólo por las dificultades de sacar adelante su quinta prórroga del estado de alarma. Sino por el acuerdo alcanzado con Bildu y rectificado en un par de horas. Como hizo su portavoz el viernes, Sánchez culpó al PP del acuerdo con los herederos de Batasuna: "Si no se hubieran instalado en el 'no', el Ejecutivo no habría tenido que atender peticiones que nada tienen que ver con la emergencia sanitaria".
Quizá por eso estaba satisfecho, porque sus asesores le habían buscado (y encontrado) una vía de escape a la polémica de acordar con Bildu la derogación íntegra de la reforma laboral: "Lo irresponsable es lo del PP, que gobierna en algunas CCAA, y votó en contra de la renovación de la alarma". Sin esa posición, "no tendríamos que haber buscado apoyos fuera".
La bronca con Podemos
No explicó que la posición del PP también estaba montado sobre una argumentación política -la de que sí que hay plan B, las leyes ordinarias de Salud-, pero que en realidad se basaba en otro motivo: la "chulería, displiciencia y desprecio" de la que le acusan los de Casado. "Si ni siquiera me mira cuando le hablo", recordó este mismo miércoles el líder popular desde el atril del Congreso.
Lo que sí dijo Sánchez es que haber llegado a un pacto sobre política laboral a espaldas de la ministra del ramo, Yolanda Díaz, era una consecuencia indeseada "porque había grupos preocupados de que el Gobierno se hubiera olvidado de su programa a causa de la emergencia sanitaria". Y, claro, tenían que demostrar lo contrario.
Pero esa excusa también era un poco traída por los pelos. Lo firmado por Adriana Lastra el martes, junto a las signaturas de Mertxe Aizpurua (Bildu) y Pablo Echenique (Unidas Podemos) no era el programa del Gobierno de coalición. Al contrario, era un paso mucho más allá de éste.
De hecho, era un salto atrás, a la campaña electoral, en la que se dio una carrera de palabrería entre Sánchez e Iglesias a ver cuál de los dos era más beligerante con la legislación en materia de empleo de los años de Mariano Rajoy. Un maratón de promesas antes del 10-N que inmediatamente se olvidó en el pacto del insomnio: los morados aceptaron dejar la contrarreforma en "los aspectos más lesivos" de la norma, por dos motivos principales: la imposición de Nadia Calviño y su necesidad de entrar en el Gobierno para conjurar los malos resultados en las urnas.
De ahí que en la mañana del jueves, el vicepresidente y líder morado echara un pulso al presidente y jefe socialista. No estaba dispuesto a renunciar a una conquista lograda por su mano derecha en el Congreso a costa del fervor izquierdista (y empeño en cumplir el encargo de rascar cuantos votos pudiera) de Lastra: "Lo firmado, firmado está, y se cumplirá", dijo en Catalunya Ràdio. "Que cada partido matice lo que quiera, pero soy cristalino: los pactos están para cumplirse".
Quién rompe el diálogo
Y es que, como en las artes marciales, el presidente trató de darle la vuelta a la debilidad de su maniobra jugando a la contra: "La reforma laboral del PP en 2012 no fue neutra, fue impuesta y rompió el diálogo social... desde entonces, hay malestar en el mercado laboral, por eso la queremos derogar".
Se olvidó de contestar a las preguntas de la prensa que le recordaron que su Gobierno había logrado el miércoles algo aún más meritorio: reventar la mesa social sin siquiera un número del BOE, sólo con un folio firmado. Bastó el anuncio nocturno para que la CEOE se levantara de la mesa, indignada. Y la rectificación dos horas después no logró solventarlo.
Tampoco terminó de explicar Sánchez, si es una "urgencia" esta contrarreforma laboral, a qué está esperando para sacarla adelante tras dos ya años en Moncloa. O si esas prisas las comparte (más bien, parece que no) su vicepresidenta tercera y ministra de Economía. Nadia Calviño habló el jueves en el Cercle de Economía -de hecho, por encargo de Sánchez- para calmar a los empresarios. Y lo que dijo es que "no es el momento, es absurdo abrir ese debate ahora, estamos para solucionar problemas, no para crearlos".
Sexto estado de alarma
Pero su semblante era de un presidente, por fin, cómodo, que ya mira al final del túnel: "Nos queda alrededor de un mes, dependiendo del lugar en que residamos". Aunque lo hace con pies de plomo, y, sobre todo, a través de una sexta prórroga del estado de alarma, más que segura.
"Será necesario mantener algunas restricciones económicas y limitaciones de movilidad". En ese sentido, puso en valor esta figura constitucional de excepcionalidad, "única que permite limitar la movilidad jurídicamente, según la Abogacía del Estado, nuestra guía en estos aspectos".
Escuchar al presidente cada semana se ha convertido en un ejercicio de fijación de ideas. Y entre ellas, las más repetidas en las últimas comparecencias, es que "el estado de alarma ha funcionado y ha beneficiado a todos".
Pero este sábado tenía más sentido, pues Sánchez aparecía en televisión cuando regresaban a su casa aparcando sus coches los decenas de miles de manifestantes de las caravanas de Vox que habían llenado las calles de media España.
Las marchas "de la ultraderecha"
El presidente prestidigitó la realidad tornando la indignación de los manifestantes en el hastío de los televidentes: "Tenemos sentimientos encontrados, extenuados por el confinamiento severo, y con la incertidumbre de nuestro empleo, pero somos conscientes de que juntos hemos superado una prueba enorme, salimos más fuertes", dijo.
Pero no dejó pasar la oportunidad para criticar "las manifestaciones convocadas por la ultraderecha". Porque "hemos vivido el desánimo, y han brotado conductas insolidarias, la discordia ha perturbado los aplausos. Pero el saldo global es el de una ciudadanía resuelta que ha parado la mayor calamidad sanitaria de un siglo, ésa es la gran verdad".