La consigna en el PP para la sesión en el Congreso de los Diputados de este miércoles era clara. Todos los cañones del partido debían apuntar hacia Fernando Grande-Marlaska.
La táctica consistía en centrar el foco en el ministro del Interior, acorralarle a preguntas, cerrarle cualquier posible ruta de escape y, sobre todo, no entrar al trapo de ninguna celada retórica ajena al escándalo del cese del coronel Diego Pérez de los Cobos y la injerencia en la investigación judicial del 8-M.
Pero Cayetana Álvarez de Toledo optó por un camino diferente, llamó "hijo de terrorista" a Pablo Iglesias y abrió el debate en el seno del PP. ¿Fue la de la portavoz de los populares una decisión acertada o, por el contrario, le permitió coger aire al ministro del Interior cuando este luchaba por sacar la cabeza del agua?
Debate superado
Por suerte para el PP, el debate quedó superado a las pocas horas por el cese del número tres de la Guardia Civil, el general Santafé. El general es la nueva víctima de la purga iniciada por el ministro del Interior el pasado domingo por la noche.
Si la intervención de Cayetana había dado un respiro a Marlaska, este no tardó, en fin, en desaprovecharlo para volver a ocupar las portadas de todos los medios nacionales.
El cese de Santafé, dimisión según otros medios, llegó después de que varias asociaciones y colectivos de la Guardia Civil hayan pedido durante las últimas 48 horas la dimisión del ministro tras haber perdido la confianza en él.
Alejada de Vox
La intervención de Cayetana, muy dura con Pablo Iglesias, volvió a dividir al partido y a los simpatizantes populares en dos bandos.
Por un lado, el de aquellos que le exigen al PP un estilo de oposición más aguerrido y mucho más cercano al de Vox. Paradójicamente, el estandarte de este sector es Cayetana Álvarez de Toledo, quizá uno de los altos cargos del partido más alejados ideológicamente del partido de Santiago Abascal, si no el que más.
En este caso en concreto, la confusión entre fondo y forma de las intervenciones de la portavoz del PP equivoca a muchos defensores de la línea dura, pero también a no pocos detractores, que ven en Álvarez de Toledo una agresividad que no perciben sin embargo en el tono pausado de un Pablo Iglesias que cuenta sus intervenciones por provocaciones.
Por el otro lado se sitúan aquellos que creen que el éxito político y la crudeza retórica no siempre son conjuntos coincidentes y que los discursos excesivamente combativos suelen acabar beneficiando al rival si no van acompañados de un plan de acción política posterior.
Es ese sector del partido que, liderado por algunos barones y en sintonía con el secretario general, Teodoro García Egea, ven en Cayetana un eslabón libre cuyas intervenciones no siempre reman a favor de la estrategia o de las tácticas decididas por Pablo Casado.
También de forma paradójica, la que ayer sí pareció ajustarse a la táctica del PP fue la portavoz de Vox, Macarena Olona, que con un tono más sobrio de lo habitual, acorraló a Fernando Grande-Marlaska con cinco preguntas que este, en la línea usual del Gobierno, no contestó.
Las expresiones de Marlaska mientras la portavoz de Vox le cuestionaba eran la mejor prueba posible que Olona pinchó en la llaga.
Estilo de oposición
Al fondo del debate sobre la pertinencia o la oportunidad del rifirrafe entre Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias late un litigio de mucho mayor calado relativo al estilo de oposición que debe llevar a cabo el PP.
Un debate que no existe por ejemplo en un gobierno en el que conviven los halcones –Adriana Lastra, Pablo Iglesias, José Luis Ábalos– con las palomas –Yolanda Díaz, Nadia Calviño, Margarita Robles– sin mayores problemas y con ámbitos de acción y de influencia, tanto entre el electorado como en los medios, muy distintos.
Por las razones que sean, el PP de Pablo Casado sigue intentando encontrar la fórmula para encajar a Cayetana Álvarez de Toledo en una estrategia aceptada por una amplia mayoría del partido. El problema, visto desde el punto de vista de un PSOE bifronte que sí ha conseguido cuadrar ambas almas, es absurdo. Pero en el PP ha acabado convirtiéndose en una cuestión existencial.
En el PP, algunos creen que al partido le falta el maquiavelismo que le sobra al PSOE. Otros creen que la unidad de acción debería ser absoluta y que los versos sueltos no deberían tener cabida en el partido.
Una parte de la militancia envidia la contundencia de Vox, mientras que otra la aborrece. Otros creen que las elecciones se ganan en el centro. Y un último grupo opina que el perfil bajo, el que defendería Mariano Rajoy en circunstancias similares, es el camino más seguro hacia la Moncloa.
El debate existió, pero el cese del general Santafé devolvió las aguas a su cauce. El foco vuelve a estar puesto hoy en Fernando Grande-Marlaska.