Que las elecciones las iba a ganar Alberto Núñez Feijóo no estaba en duda. La única clave de la noche estaba en si mantendría -o incluso ampliaría- la mayoría absoluta, la que ya es la cuarta desde que lidera el Partido Popular de Galicia. Pero ésa era sólo la pelea importante, no la urgente, la de sus opositores. Ya no hay duda de que Feijóo es el gran triunfador, una vez más: más porcentaje y más escaños. Y la alternativa, desmembrada.

Y es que la única opción distinta la reválida del presidente era, como acusaba él y admitían los propios interesados durante toda la campaña, una amalgama de partidos de izquierdas y formaciones nacionalistas. Pero hasta eso se quedó en nada.

Al final, el descalabro de Podemos y el subidón de los galleguistas del BNG ha cambiado el mapa de la Cámara gallega por completo: serán sólo tres los colores de los grupos políticos que conformen el Parlamento regional en la legislatura 2020-2024, es decir, los populares, el Bloque Nacionalista Galego (BNG) y los socialistas del PSdeG.

Eso sí, el orden de factores en la oposición a Feijóo sí que alteraba el producto. Porque, lejos de lo que se pueda pensar en el resto del país -donde la hegemonía socialista invita a pensar que si no gana, a punto está-, la segunda pelea de la noche estaba en el liderazgo de la alternativa.

Nada sería lo mismo ni en la Xunta de Galicia ni en el Gobierno de España si al frente del bloque anti-PP quedaba la galleguista Ana Pontón o el socialista Alejandro Caballero. Pero tampoco importó, ambos quedaron lejísimos del ganador. El líder del PP, pese a caer unas decenas de miles de votos, incluso doblaba en papeletas al BNG, finalmente segundo en discordia. 

Arrollador

Con todos los datos escrutados a gran velocidad, se confirmó la cuarta mayoría absoluta de Feijóo, que consigue 41 escaños de los 75 que se reparten. 

La participación (58,76%) creció en más de cinco puntos, a pesar del miedo al coronavirus. Y se cumplió la máxima de las empresas demoscópicas: sólo la abstención confiada de los suyos podía privar a Feijóo del éxito. Y después de tres mandatos, se puede llamar arrollador a un triunfo que hace mayor la ventaja sobre todos los demás contendientes.

Alberto Núñez Feijóo celebra con su madre su cuarta mayoría absoluta, en un hotel de Santiago de Compostela. Efe

Mientras, el gran perdedor de la noche no estaba en tierras gallegas, sino que miraba la tele desde una casa en la sierra madrileña. Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno a pesar de que en cada llamada a las urnas desde hace cinco años pierde votos -ya sean locales, regionales, generales o europeas-, sólo aspiraba a que la coalición de Podemos-Esquerda Unida-Anova no se quedara fuera de la Cámara gallega los próximos cuatro años. Y no lo consiguió.

Toda la herencia de las mareas se la queda el BNG, que sube desde los seis escaños hasta los 19 relegando al PSOE a la tercera plaza (15). Un resultado que sorprende, porque las últimas encuestas hablaban de un empate técnico entre ambas listas, pero con los socialistas siempre por delante en votos y escaños.

Un descalabro morado

Y es que todo giró en torno al descalabro podemita. El cabeza de lista morado en este caso no contaba para el juego de mandar. Sólo para el de sobrevivir. Antón Gómez Reino, cuya carrera política se ha hecho más en Madrid que en su tierra natal, aceptó disciplinado hacerse cargo de una misión imposible: luchar, con una nueva alianza, por los despojos del éxito de hace cuatro años. 

En 2016, la confluencia de izquierda radical y nacionalismos gallegos, que se llamó En Marea, lideró la oposición con más votos -aunque los mismos 14 diputados- que el candidato socialista, que era un hoy olvidado Xoaquín Fernández Leiceaga. Ahora, y tras múltiples divisiones, traiciones y alianzas resucitadas, los morados se han despeñado del todo.

Los de Iglesias han transitado una eterna crisis en la Galicia, causada por golpes palaciegos desde Madrid y una errática política de alianzas. Las traiciones cruzadas culminaron cuando en 2019 la marca de En Marea se quedó en manos de un tal Luis Villares. Quiso mandar en la coalición, nadie lo aceptó, y todos se fueron. Pero uno a cada lado. Hoy ya no se sabe quién representa el espacio a la izquierda del PSOE en la región... y el Bloque lo ha sabido ocupar.

Entretanto, el color morado de podemos ya no tiñe casi ningún parlamento autonómico en España con influencia real. En las elecciones de mayo de 2019 el retroceso fue brutal y doloroso. Y con lo de este domingo, ya ha desaparecido en tres regiones: Cantabria, Castilla-La Mancha y, ahora, Galicia.