"La prudencia y la moderación no están de moda", se defendía Ángel Gabilondo el pasado mes de mayo de los que le piden un estilo de oposición más acorde con el tono de Rafael Simancas o de Adriana Lastra. "Yo no soy de ese estilo", añadía, dando a entender que él no es el perro de presa que busca el PSOE para el asalto definitivo a la fortaleza de Madrid.
La estrategia del PSOE respecto a la Comunidad de Madrid, que alterna la mano tendida de Pedro Sánchez con el guante de hierro de los ataques a Isabel Díaz Ayuso, además de con la continua amenaza de una moción de censura, sigue el modelo utilizado por el socialismo a lo largo de las últimas décadas en una región que se resiste a caer en sus manos.
Hasta qué punto la frustración del PSOE por su incapacidad para hacerse con el poder en la Comunidad ha agravado las actuales tensiones entre ambos gobiernos es materia de debate. Pero de lo que no cabe duda es de que no hay proyecto político nacional que no pase por el control de la Comunidad de Madrid y de su capital.
Y con Madrid convertida en una aldea gala liberal que resiste ahora y siempre al invasor socialista, no hay Agenda 2030 que valga. Porque todos los planes de futuro del PSOE de Pedro Sánchez destinados a consolidar una hegemonia política y social en España que se alargue durante tres o cuatro ciclos electorales pasan por Madrid. Es decir, por la segunda Administración más importante del país después de la central, además de la segunda región en presupuesto –20.072 millones de euros en 2019– tras Andalucía.
No era esa la situación de la Comunidad en 1978. La democracia y el fin del paternalismo regionalista que caracterizaba al franquismo dispararon a Madrid en detrimento del País Vasco y Cataluña. El procés hizo el resto.
En cabeza de todo
La Comunidad de Madrid es hoy la primera de España por PIB y PIB per cápita. Es la primera por densidad de población. Es la líder en creación y facturación de grandes empresas. Es la que más plazas MIR ofrece, la que más impuestos reduce y la que más empleo crea.
Es también la que más turistas recibe en el segundo país que más turistas recibe del planeta. Su aeropuerto, Barajas, es el primero de España en número de pasajeros, de operaciones y de carga.
Su capital es la ciudad más poblada de España, la que lidera el crecimiento económico nacional y la que encabeza el ranking cultural nacional. Suyos son los dos museos más visitados de España. También es la que más empresas financieras y de servicios de alta tecnología atrae.
Madrid es la primera ciudad nacional por superficie de parques, la segunda del mundo con más árboles y la quinta del planeta en influencia y proyección económica, según la consultora PwC. A pesar de no tener mar, Mercamadrid es el segundo mayor mercado mundial de pescado, después de Tokio.
En Madrid tienen sede Ericsson, Telefónica, Repsol, ACS, Gas Natural, Mapfre, Ford, El Corte Inglés, Microsoft e IBM, entre muchas otras empresas punteras nacionales e internacionales. El BBVA y el Santander, bancos originarios del País Vasco y de Cantabria, tienen también sus sedes centrales en la capital.
Madrid es el iceberg en el que se estrella una y otra vez el Titanic del PSOE.
Décadas en blanco
Hace 25 años que el PSOE no gobierna en la Comunidad de Madrid. El último socialista que la gobernó fue Joaquín Leguina. Desde 1995 hasta hoy, nada.
La maldición es aún más intensa en la capital, donde el PSOE no gobierna desde 1989, cuando Juan Barranco Gallardo, que había sustituido a Enrique Tierno Galván después de su fallecimiento en 1986, fue destituido tras una moción de censura.
Desde 1995, han presidido la Comunidad Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes, Ángel Garrido e Isabel Díaz Ayuso. Todos ellos del PP.
Desde 1989, han encabezado el Ayuntamiento Agustín Rodríguez Sahagún, José María Álvarez del Manzano, Alberto Ruiz-Gallardón, Ana María Botella, Manuela Carmena y José Luis Martínez-Almeida. Salvo Sahagún, del CDS, y Carmena, de Ahora Madrid, todos los alcaldes de Madrid desde 1989 han sido del PP.
Dicho de otra manera. Desde que nació el PP, en enero de 1989, el dominio de los populares ha sido prácticamente absoluto. Hasta el punto de que podría decirse que el PP de Madrid es Madrid, de la misma forma que el PNV es el País Vasco o que la CiU de los años 80 y 90 era Cataluña, o el PSOE de los últimos 35 años, Andalucía.
Madrid es liberal
"La clave de todo fue Esperanza Aguirre", dice una de las personas que mejor conoce la campaña electoral que recuperó la alcaldía de Madrid para el PP en 2019. Una campaña frente a Manuela Carmena, la rival más dura que han tenido los populares en treinta años. "Aguirre transformó sociológicamente Madrid", añade.
"Determinados hitos que de forma común se asocian al Partido Popular, como los bajos impuestos o la libertad de elección de escuela o de médico, ya no son considerados valores intrínsecos del PP de Madrid, sino valores de la propia Comunidad de Madrid", añade.
"Ignacio González hizo con Madrid lo que Iván Redondo está haciendo hoy con el resto de España", subraya este experto en campañas electorales.
Dicho de otra manera: el PP más liberal en sus treinta años de historia transformó la sociedad a partir del molde del partido y logró que los valores de este se convirtieran en los valores por defecto de todos los madrileños. Para saber cuál es el proyecto del PP para España, sólo hay que echarle un vistazo a Madrid.
"En Madrid el campo de juego lo ponemos nosotros, no el PSOE", afirma un líder del PP con mando en plaza. "Y nosotros decidimos a qué se juega en Madrid desde hace muchos años. Es lo mismo que hace el PSOE en el resto de España. Pero en Madrid somos nosotros los que decidimos".
Tensión extrema
Con la única excepción de Carmena, cuya alcaldía acabó siendo rechazada incluso por los distritos del sur que en teoría deberían haberles sido más favorables, el PP ha ostentado todo el poder en Madrid a lo largo de los años, convirtiendo la región en la única de toda España que ha sido capaz de generar un clima relativamente impermeable a la batalla cultural emprendida por la izquierda.
Lo ha hecho incluso en periodos de extrema igualdad electoral y en circunstancias de máxima tensión, como las del tamayazo de 2003. O como las de la victoria de Ángel Gabilondo en 2019, cuando el PP perdió 18 escaños con respecto a 2015 y obtuvo su peor resultado histórico en la Asamblea de Madrid. Algo que no le impidió sin embargo retener la presidencia de la Comunidad gracias al apoyo de Ciudadanos y de Vox.
Un análisis de las elecciones municipales, regionales y nacionales celebradas en Madrid durante los últimos 20 años no deja lugar a dudas. El dominio de la derecha es prácticamente total. En las pocas ocasiones en las que la izquierda ha roto esa hegemonía, lo ha hecho por márgenes muy estrechos.
El techo máximo de la derecha en Madrid ronda los 2.000.000 de votos. El de la izquierda, 1.600.000. Cuando el PSOE ha estrechado la distancia que le separa del PP en Madrid, lo ha hecho gracias a la desmovilización del electorado, no por mérito propio.
Sólo José Luis Rodríguez Zapatero consiguió superar los 1.700.000 votos para la izquierda. Fue en 2004, tras los atentados islamistas de Atocha, y en unas circunstancias de tensión prácticamente irrepetibles, con el partido socialista llamando a rodear las sedes del PP en toda España.
Ahora los socialistas creen haber encontrado en la gestión que de la pandemia está haciendo Ayuso la palanca para abrir la puerta de una Comunidad que no gobiernan desde hace un cuarto de siglo. ¿La oportunidad que estaban esperando?
El PSOE necesita tensión
Es probable que haya sido la evidencia de que el PSOE sólo logró superar ampliamente a la derecha en unas circunstancias de tensión anómalas y generadas por el propio socialismo, las que han convencido a este de que la táctica para repetir ese éxito y acabar con décadas de hegemonía liberal pasa por tensar la cuerda hasta los límites de la crispación social.
Es esa estrategia de la tensión la que ha hecho que prácticamente todos los presidentes de la Comunidad de Madrid y todos los alcaldes de Madrid, con la ya mencionada excepción de Carmena, hayan sido caricaturizados hasta el esperpento por el PSOE y su entorno mediático.
Esperanza Aguirre fue caricaturizada a lo largo de sus tres mandatos como una mujer despiadada y no muy inteligente. Curiosamente, también se la dibujó como la Margaret Thatcher española. Algo que, sin duda alguna, debió de parecerle mucho más insultante a sus detractores que a la misma Aguirre, encantada con la comparación.
Ana Botella fue retratada, de forma machista, como poco más que la esposa florero que José María Aznar enchufó en la alcaldía de Madrid. Incluso su inglés fue ridiculizado hasta la extenuación por el mismo partido que había llevado hasta la Moncloa a un presidente –Zapatero– que no lo hablaba en absoluto.
Cristina Cifuentes vivió escraches sin fin y todo tipo de ataques personales que iban mucho más allá de lo político, hasta que el escándalo del robo de unas cremas en un supermercado acabó con su carrera política. Cuando sufrió un grave accidente de moto, parte de la izquierda madrileña deseó su muerte en las redes sociales.
Isabel Díaz Ayuso, una de las pocas políticas del PP que sí se ha mostrado dispuesta a dar la batalla cultural contra el PSOE como hizo Aguirre en su momento, ha sido calificada de incapaz, ignorante y negligente. También se la ha retratado como una lunática incapacitada para gestionar y como una marioneta controlada por un gabinete de radicales liderado por Miguel Ángel Rodríguez.
José Luis Martínez-Almeida fue bautizado como "Carapolla" en las elecciones municipales de 2019, y sufrió una brutal campaña de humillación por parte de Podemos y de Ahora Madrid, dos partidos que no dudan jamás en utilizar el machismo, el sexismo y las burlas personales contra sus rivales políticos de la derecha, pero que consideran anatema ese mismo tipo de ataques en cualquier otro caso.
Los ataques han alcanzado también a vicepresidentes y compañeros de gobierno. Begoña Villacís sufrió un escrache en la pradera de San Isidro durante las últimas étapas de su embarazo en 2019 del que tuvo que salir prácticamente a la carrera.
Ignacio Aguado ha sido caricaturizado en la misma línea que Díaz Ayuso: como un incapaz sobrepasado por su ambición. También se lo suele considerar como el eslabón débil del gobierno de Ayuso, y de ahí los habituales intentos de tentarlo con una moción de censura que descabalgue a esta de la presidencia.
Modelo socioeconómico
Las explicaciones que la izquierda suele dar de la hegemonía del PP en Madrid muestran algunas piezas del puzzle, pero casi nunca el retrato completo del porqué.
Se habla de los errores de unos líderes de izquierdas que ha centrado sus ataques en la sanidad privada y en la educación concertada en una región de clases medias burguesas con el PIB más alto de España.
Se habla de la creación por parte del PP de un modelo social y económico de clases medias y liberales que prima la propiedad por encima del alquiler y el dinamismo económico, los bajos impuestos y el individualismo por encima del colectivismo.
Se habla de la división de la izquierda en multitud de grupúsculos y partidos, generalmente enfrentados entre sí y tensionados por la frustración que conlleva su incapacidad para acceder al poder en la Comunidad y en el Ayuntamiento.
Se habla de sus bajos impuestos. De la libertad política y social que se respira en sus calles y que en Cataluña y el País Vasco son lisa y llanamente inimaginables. De una prosperidad económica que ha hecho que incluso sus barrios, distritos y ciudades con menor PIB per cápita superen a municipios de nivel medio de otras comunidades como Andalucía, Galicia o las dos Castillas.
Se habla de la conversión de la región en la indiscutible líder económica, política y cultural española desde un punto de partida, el Madrid de los años 70, que apenas aspiraba por aquel entonces a convertirse en el eje administrativo e institucional de la España de la democracia.
Pero todas esas explicaciones, siendo parcialmente ciertas, demuestran que la izquierda sigue sin entender la verdadera naturaleza de Madrid. La de una comunidad modelada a imagen y semejanza del PP más liberal. La comunidad más española de todas y, al mismo tiempo, la menos española de todas ellas.