Jueves 8 de octubre, 16.41: "Aún no hay hora". 18.56: "No tenemos respuesta". 20.09: "No hay novedad". Ésas eran las respuestas del departamento de Comunicación del Ministerio de Sanidad en la tarde noche anterior al estado de alarma. Salvador Illa había solicitado una reunión con Madrid. En privado -antes de entrar en la Comisión del Congreso- y en público -ante sus señorías, para que quedara claro-. Quería negociar, evitarse el trago. Pero Madrid daba largas.
El Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) acababa de denegar la ratificación de las restricciones a la movilidad en la capital y nueve ciudades más, producto de la orden del ministro del 30 de septiembre. Era la víspera del Puente del Pilar y el titular de Sanidad ya se veía sin más salida que decretar el estado de alarma en la región.
Pero después de un primer contacto entre su gabinete y el de Enrique Ruiz Escudero, consejero de Sanidad madrileño, lo único que había al otro lado de la línea era el silencio. El consejero dejó de contestar.
A las 11.35 horas, la Sección Octava de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJM había denegado, "por verse afectados los derechos y las libertades fundamentales", la ratificación de las medidas acordadas "en el apartado tercero de la Orden de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid", trasposición -letra a letra- del documento de Illa.
El Gobierno de Madrid se había limitado una semana antes a copiar el texto del BOE y pegarlo en el BOCAM, aspecto éste que ejerció de punto de inflexión para el desenlace de una película de esperpento inverso: la ciudadanía espectadora estaba en la tragedia y los protagonistas, interpretando un guión de comedia... casi de vodevil.
La tarde del jueves fue frenética, con decenas de llamadas sin contestar; un presidente de viaje en Argelia; una vicepresidenta primera, Carmen Calvo, preparando un Consejo de Ministros extraordinario y repasando el decreto, ya elaborado 10 días atrás, para actualizarlo al criterio de Illa; y una llamada brutal, a última hora, entre el ministro y el consejero.
Fuentes conocedoras de la conversación, la reproducen así:
-Lo teníais todo pensado para llegar hasta aquí, ministro.
-Consejero, habéis llegado tarde, no habéis actuado.
-No, los datos nos daban la razón, y de repente nos cambiasteis el guión, es un chantaje.
-¿Los datos? Los datos los mandáis con retraso, y no os podéis jactar de una bajada con tan pocos días...
Ése fue el último telefonazo entre Illa y Ruiz Escudero. Mientras, y después de dar largas toda la tarde, Díaz Ayuso sólo quiso hablar con Pedro Sánchez, al aterrizar de vuelta en Madrid. En su primera conversación, pasadas las 21.00 h del jueves, Sánchez le dio un ultimátum: o emites una orden con soporte jurídico, o pides el estado de alarma o lo decretamos nosotros.
La segunda llamada, a las 22.15, según fuentes de su gabinete, fue más corta:
-Presidente, necesito tiempo.
-Tienes hasta mañana a las 12.00.
21 días de película
Pero el telón de toda esta historia se había levantado tres semanas atrás, cuando los rebrotes de Covid-19 en Madrid pasaron a ser "transmisión comunitaria".
El 15 de septiembre, España pasaba de los 30.000 muertos de manera oficial. Pero el Gobierno se afanaba en estirar la sensación de "nueva normalidad", anunciando proyectos políticos de enorme calado ideológico, como la nueva Ley de Memoria Democrática.
Y mientras el debate sobre el estado de la región en la Asamblea de Madrid se centraba en los cantos de sirena del PSOE a Ciudadanos para hacerle una moción de censura a Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña se defendía atacando: "Hay una campaña de desprestigio urdida desde la Moncloa para hacerme culpable del virus".
Pero todo estalló cuando el viceconsejero de Sanidad, Antonio Zapatero, anunció un miércoles 16 que, en dos días, Madrid aprobaría "nuevas medidas para frenar los contagios" y que éstas incluirían "restricciones a la movilidad y confinamientos selectivos". Ni la presidenta estaba preparada para esas declaraciones de quien había sido "el héroe de Ifema" durante el estado de alarma, ni su número dos, Ignacio Aguado (Ciudadanos), había sido informado.
A la mañana siguiente, Illa hizo dos cosas en una sola entrevista en RNE. Levantó la voz ante la escalada de los contagios, advirtiendo de que la Comunidad de Madrid ya estaba en 642 casos de incidencia acumulada por 100.000 habitantes [consulte el informe oficial]. Y que eso significaba multiplicar por más de 10 el dato que la Unión Europea marca como frontera para tomar "medidas urgentes"
...y aprovechó la confusión política en Madrid, con la esperanza de meter cuña para ganar la batalla: el ministro reclamó "medidas contundentes" y avisó de que las tomadas "si no resultan suficientes, habrá que contemplar todos los escenarios"... sin llegar a pronunciar el término maldito, el mcguffin de esta representación: "Estado de alarma".
Todo eso pasaba ante las cámaras. Pero Ruiz Escudero e Illa tienen muy buena relación personal, y fuentes del Ministerio de Sanidad confirman a EL ESPAÑOL que en aquellas semanas "hablaban todos los días, incluso más de una vez". Este periódico ha podido saber que incluso se animaban el uno al otro, en lo humano, por la carga de trabajo y las dificultades en la gestión sanitaria (y política) de la pandemia.
Los 'principales de segunda'
Pero hagamos un flash forward de tres días. El 21 de septiembre, la película daba un giro inesperado de guión: Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso se reunían ante las cámaras y daban una rueda de prensa mano a mano. Con algunas pullas pero manteniendo el buen tono, anunciaron la creación de un grupo conjunto de trabajo que reuniría a la ministra de Política Territorial, Carolina Darias, y al vicepresidente madrileño, Aguado, además de a los titulares de Sanidad, Illa y Ruiz Escudero.
Es decir, que se trasladaba a oficial y público -bajo el nombre poco original de Grupo Covid-19- lo que ya pasaba entre bambalinas, lejos de los ojos del espectador. De hecho, los augurios no podían ser mejores, porque el talante de Illa y Ruiz Escudero anunciaba "una gestión cabal" de la pandemia, en palabras de los colaboradores del ministro.
La cumbre Sánchez-Ayuso no se había cerrado por teléfono, elemento fundamental de esta trama, sino por cartas públicas cruzadas. Pero desde ese jueves noche a la cita del lunes, sí fueron infinitos los telefonazos que se cruzaron Iván Redondo y Miguel Ángel Rodríguez, los jefes de Gabinete de ambos líderes. El papel secundario de estos dos personajes es lo que en cine se llama el de los principales de segunda.
Sin ellos, nada se entendería. Y basten dos pinceladas para definirlos: ninguno de los dos es político, son expertos en comunicación. Pero ambos manejan los hilos de la estrategia política de sus líderes y la relación que mantienen sus instituciones con los medios.
Por eso, cuando Sánchez y Ayuso agradecieron públicamente a sus equipos "la preparación de esta reunión" durante todo el fin de semana, a lo que se referían era a la parafernalia con la que se representó. Porque las discusiones entre Redondo y Rodríguez versaron sobre si ella saldría a recibirlo a él, quién subiría las escaleras por delante, dónde se colocarían para la(s) foto(s), con quién al lado -en una de ellas, se coló Aguado, con gran enfado de la responsable de protocolo-, y lo de las banderas: 24 en total, 12 de Madrid, 12 de España... "Madrid es España dentro de España", y tal.
Dos escenas simultáneas
Volvamos atrás, al viernes 18. Ayuso había anunciado el confinamiento perimetral de 37 zonas básicas sanitarias, basando su decisión en unos criterios -más de 1.000 casos de incidencia acumulada, tendencias al alza y vecindad con otras áreas en similar situación- que decepcionaron profundamente en el Ministerio de Sanidad: y es que la vida iba a seguir exactamente igual para el 87% de los madrileños, mientras la región ya escalaba a los 682 casos por 100.000 habitantes [consulte el informe].
La rueda de prensa de la persidenta se anunció a las 11.00, se retrasó una hora, se quedó en el aire... finalmente, compareció con más de seis horas de demora, en medio de la confusión de cómo, cuándo y de qué manera se cerraría Madrid... y en medio de las quejas públicas de su número dos, Aguado.
Esa noche, en televisión, Sánchez descartaba un nuevo confinamiento en España, pero anunciaba "semanas difíciles", y su ministro de Sanidad volvía a llamar a Escudero para recordarle que había que tomar medidas más contundentes, "adelantarse al virus".
La propueta que le transmitió era la de cerrar las barras de los bares, reducir aforos y una limitación de la movilidad para toda la Comunidad de Madrid. Y así se oficializó en la primera reunión del Grupo Covid-19, el lunes 21 de septiembre por la tarde; así se mantuvo en la segunda, el martes 22, y se reiteró en la tercera, el viernes 25, cuando todo estalló.
El ministro contraprogramó a Ruiz Escudero y salió en rueda de prensa a la vez que el consejero, hizo público su desacuerdo y dejó caer una advertencia: "Si Madrid no atiende nuestras recomendaciones, habrá que tomar otras decisiones".
Aquella escena de serie B sacó de plano, sin haber llegado a decir ni su primera frase, al portavoz seleccionado por las dos administraciones, que dimitió. Emilio Bouza, doctor y catedrático, fundador de la Sociedad Española de Microbiología Clínica, no perdió el tiempo en hacer llamada alguna y se limitó a publicar una carta exasperada: "Me siento utilizado políticamente".
Amago de alarma
Y aquí fue cuando Moncloa redactó el borrador del decreto de alarma. Se puso en marcha el plan de confinar Madrid si Ayuso "no entraba en razón", según explicaron fuentes de Moncloa a este periódico. Nunca como en ese fin de semana estuvo tan cerca la intervención, sólo parada por la mediación de Aguado -lo que volvió a soliviantar a la presidenta-.
Uno de los más estrechos colaboradores de Sánchez, en conversación con este diario, insistió en que el Gobierno quería respetar las competencias de cada uno: "Aún confiamos en no tener que intervenir", dijo. Pero el decreto ya estaba redactándose, con los criterios de Sanidad: cierres de municipios de más de 20.000 habitantes, con más de 500 casos de incidencia acumulada, saturación de UCI al 35% y un 10% de positividad PCR.
"¡Ya vamos tarde, déjese ayudar!", bramó el ministro el lunes 28 de septiembre, en la primera de sus tres ruedas de prensa aquella semana. La segunda, el martes, fue la del supuesto "acuerdo". Y la tercera, el miércoles, la que cerró una etapa sin vuelta de hoja: "No entendemos por qué votan en contra de lo pactado ayer, Madrid tiene descontrolada la pandemia".
Cediendo a su petición de subir de 20.000 a 100.000 el listón de habitantes para confinar una población, Illa había admitido que las medidas se aplicaran por igual en toda España. Y Ayuso se sintió ganadora unas horas, hasta que entendió la encerrona... la parte madrileña no se había percatado de que aquello era "un traje a medida": las 10 ciudades afectadas eran de Madrid.
"Asesina", "injerencia"
Tras votar no en la Comisión Interterritorial -donde se reúnen todas las CCAA con el ministro-, Ruiz Escudero negó la validez del acuerdo: "No ha habido consenso, no es válido jurídicamente", dijo.
Lo que hacía, en realidad, era desviar el foco de la polémica... mientras en los despachos de Presidencia regional se preparaba otra jugada: el 1 de octubre, mientras Ayuso acusaba a Sánchez de presentarla "como una asesina", su equipo jurídico se limitaba a trasponer la orden de Illa sin cambiar una coma, dejando de invocar, por primera vez en las siete ocasiones en que había pedido permiso judicial para imponer restricciones, la Ley General de Sanidad de 1986.
Al día siguiente, Fernando Simón montaba en globo por la tele... y el 3 de octubre, Navarra pasaba a Madrid como la región más afectada por el virus.
Era la ocasión para hacerlo, así que el Gobierno de Ayuso empezó a presumir de que sus medidas habían funcionado, bajando a 563 la incidencia acumulada [consulte el informe], y que las de Illa, por tanto, eran innecesarias. Pero ni Sanidad creía en los datos ni eran homogéneos, ya que unos días antes, la región había reducido el número de PCR, cambiando el criterio para considerar quién es un "contacto estrecho" de un positivo en Covid.
The end
Las reuniones del Grupo Covid-19 ya eran tensas, e inútiles, porque el monólogo de Illa y Simón era tan repetitivo como el de los contactos privados. En ellos, Ruiz Escudero -según fuentes cercanas al ministro- le daba a entender que él habría preferido ser más drástico, pero que la presidenta tenía claro que "el confinamiento es la muerte para Madrid".
Al cabo de una semana de entrar en vigor las restricciones, cuando los jueces del TSJM denegaron la ratificación [consulte el auto], alegando que el texto legal era "una injerencia en los derechos fundamentales de los ciudadanos sin habilitación legal que la ampare", Illa salía al patíbulo de la Comisión de Sanidad del Congreso.
Allí, aguantó broncas y peticiones de dimisión mientras anunciaba una reunión más con Madrid... ésa que nunca se celebró y con la que empezaba este relato.
No hubo más llamadas del uno al otro. Sólo las de Sánchez dando el ultimátum a Ayuso, y una más el mismo viernes 9 de octubre, ya empezado el Consejo de Ministros en el que se decretó la alarma en la región. A la salida, Illa se explicó, lacónico: "Pidieron tiempo, y decidieron no hacer nada", fin de la historia.