La vemos caminar por Bravo Murillo en una mañana de lluvia. Estamos nerviosos. Se lo decimos a María, una afiliada socialista que reparte propaganda. Nos tranquiliza. Dice que Reyes -ella la llama “Reyes”- “es muy simpática y muy educada”. Nos la define tan accesible que a punto estamos de saludarla con una broma: “¿Ve todos esos paraguas y ajos que vende esa señora? Son para defendernos del fascismo”.
Pero conforme Reyes se acerca, se vuelve más ministra. Debe de ser la mirada de la gente. “Es la de la carta”, dice uno. El otro no entiende. “¿Qué carta, qué dices?”. “¡La de la navaja!”.
Pero, ¿quién es realmente? ¿La ministra de Industria que logra el consenso con las Comunidades Autónomas? ¿La candidata que batalla contra la “ultraderecha”? Reyes saluda, Reyes sonríe. Le transmitimos nuestro desconcierto, nuestra desorientación. ¿Quién es usted? ¿Podría describir la metamorfosis?
“Me da pena irme del ministerio porque tengo mucho que aportar, pero estoy muy preocupada por Madrid”. Esas son sus primeras palabras. Nos hemos citado con ella en territorio neutral. Acaba de salir del Ministerio -trae en la mochila un montón de acuerdos- y está a punto de lanzarse a por votantes. Reconoce: “La campaña te obliga a subir un poco el tono”.
Esto iba a ser una entrevista divertida, pero la navaja lo ha puesto todo patas arriba. Reyes asiente. Y, como buena liber…, como buena socialista, hace un gesto-estilo: “No os preocupéis, hablaremos de todo”.
Entramos, por fin, al mercado de abastos. Enfilamos un pasillo inundado de carnicerías. Ya es mala suerte. Aquí todo son armas blancas. Se abre paso un señor con bastón. Grita: “¿Quién es?”. Le dicen: “La ministra de Industria”. Repregunta: “¿Y de qué partido es?”. Le responden: “Del PSOE”. Con voz más baja, le aclaran: “Sí, la de la nav…”.
El anciano, que resulta ser un agricultor jubilado, se lanza: “Pues voy a saludar a la ministra”. Tenemos mucho que aprender de este hombre, que pregunta sin anestesia.
-Ministra, ¿tienes miedo?
-Ya no tengo miedo. Lo he sentido por mi familia. Mi madre lloraba, mi marido estaba muy preocupado. Yo, al final, estoy protegida -mira a su escolta. Reyes no tiene prisa, veinte minutos de explicaciones.
Este hombre es un genio. No sabemos si hace como que no sabe… o si sabe demasiado. Le dice a Reyes: “Venga, jugad limpio. Tenéis que jugar limpio”. Reyes acepta, Reyes sonríe. Por un momento, improvisamos la escena de Casablanca: “Este puede ser el inicio de una hermosa amistad”.
La ministra, que ya es la candidata, se suelta y le cuenta al agricultor que su familia también es de agricultores: “De pequeña, en Medina del Campo, iba a recoger las patatas con mi padre”. También nos enteramos de que la pequeña Maroto quiso estudiar ingeniería: “Pero mis tutores me dijeron que una mujer no servía para eso y estudié Económicas. Ahora trabajo para cambiarlo”.
Aparece Carmen, miembro de la Junta que gestiona el Mercado Maravillas. Reyes pregunta: “¿Cuántas sois en la Junta?”. Carmen responde que “una, sólo yo”. Reyes le dice que eso hay que cambiarlo.
Nos congratula que Reyes Maroto -o cualquier político- pasee por el mercado. Aquí nadie habla de “fascismo o libertad”, de “socialismo o libertad”. A la ministra le preguntan por la “cepa india”, “la vacuna de nuestros padres” o “los fondos europeos”. La gente está a otra cosa. La gente no insulta. La ultraderecha que se encuentra la ministra es una señora que le dice: “¡Fatal! ¡Fatal! ¡Todo fatal!”.
Cuando salimos del Mercado, Reyes cumple su palabra. Nos concede una entrevista. Se arriesga a jugar fuera de casa, en la mesa del rincón más profundo del todopoderoso capitalismo: el Vips.
-Las encuestas dicen que la cosa está muy cruda para la izquierda. ¿Cree que el PSOE todavía tiene posibilidades de gobernar la Comunidad de Madrid?
-Uno sale al campo a ganar el partido. Cada hora podemos convencer a alguien para que nos vote. Tenemos la oportunidad para cambiar un gobierno de 26 años que ha fracasado y es inútil. Viven de la propaganda. Además, existe un serio riesgo de que pacten con Vox.
-El PSOE dice que Vox es muy peligroso. ¿Votarán la investidura de Ayuso para “librar al Gobierno de la Comunidad de la ultraderecha”?
-Es que yo no veo diferencias entre Ayuso y Monasterio. Hay un mestizaje. Ayuso se mueve cada vez más a la derecha. No podemos apoyar un gobierno del PP porque no está centrado en resolver los problemas de la gente.
Para “gente” la que hay aquí en el Vips. Una chica había encontrado el silencio en la mesa de al lado. Se ha puesto los cascos. Es lo que tienen los ministros: el gaje del oficio obliga la comitiva. Nos gusta. Es como si entrevistáramos en uno de esos platós de la tele. Hasta hace un telediario, Reyes Maroto no llevaba guardaespaldas, pero ya lo decía aquella señora en el mercado: “La navaja lo ha puesto todo patas arriba”.
-¿Qué ha pasado para que el PSOE dé tan mal en las encuestas? ¿Por qué esa desmovilización?
-Quizá sea que hay muchas alternativas en el voto de la izquierda. Hay dos opciones para la presidencia: Ayuso o Gabilondo. Debemos trasladar nuestras propuestas y decir en qué nos diferenciamos de la ultraderecha, de la derecha y del resto de grupos de izquierda.
-Ya ha visto en el mercado que la gente está a otra cosa, en los problemas de a diario. Nadie ha hablado de “fascismo o comunismo”. ¿Qué parte de culpa tiene el PSOE en la polarización?
-Todos somos responsables cuando, en lugar de hablar de los problemas de la gente, estamos denunciando los mensajes del odio. El contexto es complejo, la pandemia ha crispado el diálogo en ambas Cámaras. Ayuso no ha sabido explicar en qué se ha gastado el dinero del Gobierno de España. Eso genera frustración. Casado dice que Sánchez es un presidente ilegítimo. Vox nos llama “gobierno criminal”. A mí no me escucharéis hablar de odio, sino de futuro.
No me arrepiento de nada de lo dicho
-Ya le hemos dicho antes que nos desconcierta esa metamorfosis: de ministra a vehemente candidata. ¿Se arrepiente de algo de lo dicho esta semana?
-No, al revés. Una de las cosas que defiendo en política es la naturalidad. Nadie me escribe los discursos. Hablo con el corazón. No me arrepiento de nada de lo dicho.
-¿Moncloa no la ha empujado a hacer o decir ciertas cosas?
-En absoluto. No.
-Siempre ha habido amenazas a políticos, pero jamás se había visto esa tendencia de exhibirlas. ¿No cree que pueden producir un efecto llamada?
-Hablo en primera persona. Yo nunca había recibido una amenaza así. Las cartas que me llegan son de gente que muestra empatía y cuenta sus problemas. Las contesto e intento ayudar. Yo denuncié mi amenaza y es legítimo. Había una navaja, claramente una persona quería matarme.
-Por supuesto que es legítimo denunciar a la policía, y es lo que se debe hacer; hablaba de lo que ha ocurrido mediáticamente.
-Nunca había necesitado escoltas, me sentía segura y sigo sintiéndome segura. Quien me conoce sabe que yo no utilizo esto para ganar votos. Pero los responsables políticos tenemos que denunciar esas amenazas para que los amenazados de otros ámbitos, LGTBI, violencia de género o acoso escolar, también denuncien.
-La publicidad de las amenazas es un arma de doble filo: puede trasladarse a la sociedad que vivimos en un país donde el asesinato está al doblar la esquina.
-Hay que denunciarlos, pero también decir que son casos aislados. No hay que generalizar. Pero ya le digo: hablo en primera persona. Lo he denunciado, por supuesto. Yo no me había sentido amenazada jamás.
-Se le ha criticado mucho por su foto posando con la navaja. ¿Cómo tomó esa decisión?
-Fue algo muy espontáneo. Estaba muy afectada. Viví un momento complicado. Quise trasladar tranquilidad a mi familia. Llamé al colegio de mis hijos, a mis padres, a mi marido, a mis hermanos y a mis cuñados para decirles que estaba bien. Lo de la foto fue una manera espontánea de decir: “Esto hay que pararlo”.
-En ese momento dijo que “los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a Vox en las urnas”. Luego se supo que el hombre que mandó la carta sufría una enfermedad mental, que se presentaba como “agente secreto” y que llevaba veinticinco años enviando esos sobres. Teniendo en cuenta ese dato, ¿lamenta lo dicho?
-No. He explicado esa frase. Hay que condenar, denunciar y luego buscar las causas. Lamento la enfermedad de esa persona. Hablaría con ella y trataría de entender por qué ha puesto su foco en mí. Pero, ¿por qué se ha obsesionado conmigo? ¿Qué información le ha llegado? ¿Cuál es su entorno?
-¿Realmente cree que es “la ultraderecha”?
-La ultraderecha es la que polariza el discurso y trae el odio. Si me dicen que formo parte de un “Gobierno criminal”… Espero que todos los grupos dejemos atrás el discurso del odio. Ojalá yo vaya al Congreso y al Senado y no tenga que responder a insultos. No me identifico con la crispación ni los insultos.
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