"Y quiero que mis últimas palabras en esta tribuna democrática, esta vez como vicepresidente del Gobierno, vuelvan a ser un homenaje a esas generaciones de españoles y españolas que lucharon contra el fascismo por la libertad y por la justicia social. Porque fueron, somos; porque somos, serán".
Ésta fue la despedida de Pablo Iglesias desde el atril del Congreso y, a la postre, su epitafio político. Un día después entregó su acta, pero el miércoles 24 de marzo el vicepresidente dijo sus últimas palabras antes de salir del Gobierno para bajar a la arena madrileña a medirse con Isabel Díaz Ayuso y "parar al fascismo" en las elecciones del 4-M. Ésas que, finalmente, significaron su suicidio político.
Suicidio no como se suele entender esa expresión, que -en política- se tiende a usar como sinónimo de muerte por imprudencia, o bien por corrupción o quizá por batacazo en las urnas. No. En este caso, suicidio político real: Pablo fue a Madrid a inmolarse en su propio incendio... salvo que ocurriera un milagro y, de verdad, las izquierdas lograran formar gobierno. "Entonces, el calendario es otro", dijo a sus íntimos.
Iglesias aprovechó la coyuntura electoral para acelerar el proceso sucesorio que llevaba larvándose desde 14 meses antes. Según ha sabido este periódico, el mismo día en el que Pedro Sánchez lo abrazó aunque no fuera a dormir por las noches con él de vicepresidente, se hizo el reparto de papeles: habría un poli bueno, la ministra de Trabajo, y un poli malo, el de siempre, el ruidoso y belicoso vicepresidente segundo.
En los poco más de cinco años que ha pasado en el Congreso, España ha cambiado de arriba abajo. Antes de él, la Presidencia abroncaba a los diputados sin corbata; a su llegada en 2016, junto a 70 diputados de estreno, aparecieron las camisetas, los vaqueros rotos y las rastas. Incluso una madre, Carolina Bescansa, amamantando un bebé en el hemiciclo.
Antes de él, el debate parlamentario se acompañaba de murmullos o de pataleos; con él nos hemos acostumbrado a que la dialéctica incluya el griterío, el insulto y la amenaza.
Y todo porque Iglesias importó a las bancadas de la soberanía nacional los argumentos ad hominem y la deslegitimación personal.
Las primeras imágenes que de él se conocen lo muestran organizando un escrache a Rosa Díez, entonces diputada de UPyD, en el auditorio de su Facultad de Políticas de la Complutense.
Aún no se conocía esa palabro en la jerga política española, y hoy se ha convertido en adoquines que revientan mítines del enemigo político. Adoquines que ya se blanden por lo alto en los debates y que, incluso, motivan la detención de trabajadores de Podemos, identificados por la Policía como integrantes de una turba violenta contra Vox.
Por el camino, para llegar al deterioro actual, hizo falta que el jefe de un partido nacional, él, acusara a quien le pedía el voto de investidura de liderar un partido "con el pasado manchado de cal viva". O que en una rueda de prensa, un político, él, señalara a una periodista pública y sarcásticamente tratando de descalificarla por poseer un abrigo de piel.
Pero con Iglesias en el Congreso, la inestabilidad no se ha limitado a la palabra o a los hechos, también llegó a las instituciones. Porque si desenterró esa "cal viva" fue para blanquear la primera de las veces que impidió un gobierno de izquierdas y demostró que todos los medios se justifican por un fin mayor.
Él aspiraba al poder, y evitó que el PSOE llegara a la Moncloa en 2016 porque el abrazo se lo habían dado a Albert Rivera. Lo volvió a repetir en el verano de 2019, favoreciendo la cuarta repetición electoral en cuatro años, hasta que tras el 10-N, por fin, logró su coalición.
"Ése es su legado", indica un colaborador cercano del dimitido líder. "Los comunistas volvieron al Consejo de Ministros 80 años después". De paso, y junto a ellos en cada votación parlamentaria, numerosos grupos regionalistas, nacionalistas, independentistas y hasta herederos de Batasuna, dan soporte al Gobierno de la nación a la que quieren desmembrar.
Alfredo Pérez Rubalcaba, antecesor de Sánchez al frente del PSOE, bautizó ese engendro como gobierno frankenstein. Murió hace ahora dos años sin volver a cruzar palabra con Sánchez ni Iglesias.
"El escorpión pica"
Ahora que se ha ido, un excompañero del Consejo de Ministros respira aliviado con su salida, en conversación con este periódico: "Él es un activista, no ha estado cómodo ejerciendo el poder". Al habla con un portavoz de la oposición, protagonista de varios encendidos debates con Iglesias, recuerda que "ha habido momentos hilarantes en estos meses en los que Iglesias levantaba la voz, reivindicaba cosas... y teníamos que recordarle que el Gobierno era él".
Y lo más sorprendente, uno de sus socios habituales en el Parlamento admite que "aunque la cacería personal que le han hecho es lo más bestia que he visto nunca, él la ha usado para tensionar aún más, y en su propio beneficio, a sabiendas de que daba alas a la ultraderecha... pero es que el escorpión pica a la rana porque es escorpión".
Su balance como titular de Derechos Sociales es la llamada ley Rhodes en defensa de la infancia, y el desbloqueo de 700 millones para la Dependencia. Poco balance concreto para tanto ruido como provocó, exigiendo acelerar el Ingreso Mínimo Vital para salir en la foto de un proyecto que era de la cartera de Seguridad Social, o para regular los alquileres.
Por ahora, el primero de esos proyectos es todavía un fiasco, con sólo un 20% de beneficiarios sobre las peticiones presentadas. El segundo, un fracaso en toda regla, porque prometió tenerlo antes de irse a Madrid, y aún sigue pendiente.
En medio, le pilló la pandemia por el coronavirus, sus peleas públicas y en Twitter con Nadia Calviño, tratando de demostrar que las medidas en favor de los afectados socioeconómicos sólo salían si él se las arrancaba a la "funcionaria neoliberal de Bruselas", y la gestión en las residencias de ancianos.
El 19 de marzo de 2020, Iglesias anunció que asumía el mando único de todos los centros de mayores, pero nunca llegó a visitar ninguno. Ni en la primera ola, ni después de ésta... nunca. Ante el clamor, Iglesias llegó a explicar que había asumido el control para "dar más poder a las Comunidades Autónomas" y para "mandar a la UME a desinfectar los centros". La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, negó lo primero y la ministra de Defensa, Margarita Robles, lo segundo.
Más de 30.000 abuelos perdieron allí la vida desde el inicio de la pandemia.
"Ayuso criminal"
La lideresa del PP en Madrid se convirtió entonces en su obsesión, una enemiga a batir en la que encontró su medida. Ayuso fue la primera gobernante regional que decretó el cierre de los colegios y de los centros de día para la tercera edad, y criticó las marchas del 8 de marzo. Iglesias llegó a acusarla de gestión "criminal" en las residencias y de dar órdenes para "no derivar ancianos a los hospitales".
Una vez en la precampaña madrileña, meses después, el líder morado incluso afirmó que la presidenta regional acabaría "imputada y en la cárcel por corrupta". Eso sí, ni presentó una prueba ni aclaró por qué delitos o acciones le ocurriría tal cosa.
Y es que cuando Iglesias decidió dejar el Ejecutivo recuperó el ánimo que había perdido durante sus meses en el Ministerio, según su entorno más cercano. Se grabó un vídeo en el despacho del Ministerio para anunciar su decisión, y se ganó una amonestación de la Junta Electoral; retomó su febril actividad en Twitter, su arma de comunicación masiva en los viejos tiempos, dio vuelo a un vídeo suyo encarándose a unos supuestos neonazis en Coslada... y acusó a Ayuso de haber "mandado a sus cachorros" para amedrentarle.
"El periodismo es un arma"
Iglesias había nacido a la política activa de la mano de Yolanda Díaz, como su jefe de gabinete improvisado en las elecciones gallegas de 2012. Ella, líder del PCE en la región, tiró de un tipo listo de 33 años que hacía un programa llamado La Tuerka en una cadena alternativa vallecana (Tele K) y que llevaba casi una década como profesor asociado en la Facultad de Políticas de la Complutense. Siempre al calor de un tal Juan Carlos Monedero.
Con publicaciones en revistas y fanzines alternativos desde que se licenció en 2001, al poco de trabajar para Díaz, Iglesias ya tenía claro que la política, para él, es comunicación. Dejaba claro que "el periodismo es un arma para disparar" y, sin ser todavía nadie, advirtió al mundo de qué tendría que pasar para que él "apoyara un terrible acuerdo de Izquierda Unida con los reformistas traidores protroika del PSOE". Sólo una: "Que pusieran en nuestras manos una televisión".
Ése es ahora su destino, hacer "periodismo crítico", como dijo él y como confirma este periódico tras hablar con su amigo Jaume Roures: "Si Pablo quiere hacer una serie sobre la Monarquía, me lo pienso".
Pero, ¿por qué sobre eso, precisamente? "Porque el objetivo de Iglesias siempre fue cargarse la Constitución. Ahora ha visto que no puede y por eso se va", apunta un portavoz parlamentario de la oposición.
Ni patria ni Rey
Desde que elaboró su primer programa electoral, Podemos ha jugado a traducir la respuesta social que supuso el 15-M, como protesta de los indignados en la crisis de 2008, en la impugnación del régimen... pero a su manera. Un proceso destituyente, más que constituyente; reventarle las costuras al sistema, desde la Carta Magna a la unidad territorial.
Con el caldo de cultivo del paro, los desahucios y los recortes, Iglesias buscó aunar todas las voluntades en un movimiento comprensivo con los independentismos, el republicanismo o el anticapitalismo. Había que "tomar el cielo por asalto" y "descerrajar el candado del 78".
Cualquier cosa valía para hacer ruido. Afirmaciones altisonantes, amenazas al Príncipe de Asturias en Twitter, escraches callejeros y en la Facultad, parar desahucios, rodear el Congreso... una hemeroteca que luego se le volvería en contra: "¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000€ en un ático de lujo?", publicó en su Twitter para criticar al ministro Luis de Guindos (PP). Años después, él gastó exactamente la misma cifra en su chalé de Galapagar.
Y así, subido a esa fuerza de los movimientos sociales, conquistó 71 diputados en su primera cita con unas elecciones generales... que nunca le sirvieron de nada. "Pero sin él no se habría hablado en el Congreso de cosas que llevaban mucho tiempo olvidadas", admite Joan Baldoví, diputado de Compromís. "Podemos revolucionó, sin duda, la política española, yo nunca había visto tanta ilusión junta desde la Transición".
El precio pagado
Sus colaboradores más cercanos, algunos que lo han acompañado en estos cinco años largos en el Parlamento, han visto cómo el proceso de caída en votos tras cada cita electoral corría paralelo a la conversión de Podemos, paulatinamente, en un partido más a la antigua usanza.
Aunque todos coinciden en que, de no ser por su audacia, el partido habría desaparecido en 2018. Es decir, gracias a que siempre concibió la política como la "creación de significantes" en una estrategia de tensión entre bloques: los de arriba y los de abajo; la casta y la gente; las puertas giratorias y los límites salariales; la ultraderecha y la democracia.
Éste es el legado principal que le reconocen todos los que han dormido con Iglesias en estos siete años. Algunos con aplauso, la mayoría con desdén... sobre todo, por el precio que ha pagado el clima político español desde entonces.
Iglesias ha señalado a jueces, a periodistas y a rivales políticos. Ha puesto en solfa las instituciones, de la Justicia a los medios de comunicación, del sistema financiero a la Policía, de las grandes empresas al Rey.
Y es que si había una investigación judicial, como la del 'caso Neurona' -todavía abierta-, la de los sobresueldos -en plena investigación- o la del 'caso Dina' -que aún le persigue-, el magistrado era machacado en prensa, radio, televisión e internet por sus colaboradores. Si a él se le criticaba en los medios, Iglesias deslizaba nombres de periodistas en la mesa del Consejo de Ministros. Y si el Rey defendía la Constitución tras el golpe independentista del 1-O, el vicepresidente lo acusaba de haber tomado partido "contra uno de los bandos".
Iglesias no sólo ha defendido la autodeterminación de Cataluña -como un soberanista más-, también ha sostenido ya como socio de Gobierno que "España no es una democracia plena" porque hay políticos presos culpables de sedición. De hecho, el dimitido líder de Podemos llegó a negociar los Presupuestos del primer Gobierno de Sánchez en la cárcel de Lledoners, de visita a Oriol Junqueras, y acompañado de su contacto con Carles Puigdemont, el hoy presidente de Unidas Podemos en el Congreso, Jaume Asens.
Pero también acabó con el bipartidismo para siempre. De hecho, el entorno de Íñigo Errejón, asambleísta con él en el 15-M, fundador con él de Podemos y traidor recíproco con él en varias ocasiones hasta la ruptura final, admiten que "el sorpasso de Más Madrid al PSOE también es hijo de Iglesias".
Aquellas europeas de 2014
En la noche del 4-M, Iglesias salió el último a hablar en público de entre todos los candidatos. Previamente, se había reunido con el Consejo de dirección de Podemos para anticiparles su decisión. Y después, con su equipo de comunicación, para preparar el discurso.
En esa improvisada tormenta de ideas, surgió la de mencionar el recuerdo de "aquellas elecciones europeas de hace siete años", en las que Podemos irrumpió con su efigie (coleta al viento) por logotipo, y en las que sacudió el mapa político cosechando cinco escaños.
La decisión de dejarlo todo era personal, propia e intransferible. Sólo la conocían los más cercanos que, como en un juego, habían sostenido el engaño que el propio Iglesias mantenía en cada entrevista: "Me quedaré donde digan los ciudadanos con su voto". Otro signo de su concepción personalista del quehacer político.
Mario Garcés, portavoz económico del PP en el Congreso, concluye que Iglesias "perdió el contacto con la realidad social" según crecía su figura.
El popular Garcés es el único opositor que no ha expresado su deseo de aparecer de forma anónima en este obituario político del líder que "revolucionó la política española". Pero "dilapidó la respuesta social del 15-M al convertirse él mismo en la élite retrógrada que criticaba". También fue Garcés el único diputado de la casta que bajó de su escaño -a la vista de todos- para estrechar la mano de Iglesias y despedirse de él aquel día, mientras la heredera lloraba.
Podemos sin Pablo
En estos años, los más cercanos a Iglesias también han tenido que lidiar con su empeño por hacer política feminista cuando él mismo admite sus "tics enormemente machistas". El pasaje ya mencionado con la periodista Ana Romero y su abrigo, su decisión de quedarse con una tarjeta de memoria con material íntimo de su asesora Dina Bousselham -que amenaza con llevarlo al juzgado- o el comentario sobre Mariló Montero ("la azotaría hasta que sangrase"), son sólo unos ejemplos.
Otro síntoma evidente fue aquel cartel 'machirulo' a su regreso de la baja paternal. El partido se descosía por el errejonazo y se despeñaba en las encuestas. Justo antes de las elecciones del 28-A de 2019, la desesperación era tal que nadie dentro de la formación se dio cuenta de que ese "vuELve" era un error fatal.
"Y un síntoma de que sin Iglesias nos caemos", admitían entonces algunos diputados del partido, "muchos le deben mucho en las calles... y muchos le debemos el sueldo aquí". Algunos que le discutieron sus modos fueron purgados. De hecho, ya no queda nadie de la primera foto fundacional. Ni Carolina Bescansa, ni Sergio Pascual, ni Íñigo Errejón, ni Tania González, ni Juan Carlos Monedero, a los que fue dejando caer o empujando... ni ya él mismo.
Con su huida de la política, Iglesias deja ahora en la Asamblea de Madrid un grupo parlamentario, además, lleno de independientes que en realidad eligió como instrumentos de campaña: el líder de los manteros de la capital, Serigne Mbayé; un profesor jubilado de CCOO; o la abogada antidesahucios Alejandra Jacinto, que impulsó el escrache contra la vicealcaldesa Begoña Villacís, embarazada de nueve meses...
"Es un manipulador, una persona que piensa que el fin justifica todos los medios... y que hace política con el descontento de la gente", explica un portavoz parlamentario a este diario. "Pero si prometes cosas imposibles, al llegar al Gobierno te das cuenta de que lo imposible no se puede hacer".
Hoy, pocos confían en que Podemos sobreviva sin él. No al menos como lo hemos conocido. Y eso que desde el primer día en el que Pedro y Pablo se abrazaron se organizó este desenlace: él cargaría con la presión y la imagen de batalla mientras Yolanda forjaría acuerdos y heredaría una formación de Gobierno.
Como ya anticipó EL ESPAÑOL en mayo de 2020, el secretario general de Podemos no agotaría la legislatura ejerciendo la política: las generales de 2023 había que dejarlas preparadas para otro... para otra. La hoy vicepresidenta tercera siempre tuvo una buena relación con Pablo Iglesias. Son amigos muy cercanos y ella destaca su gran legado en la historia política de este país.
"Ni un escándalo, ni una corruptela, ni un batacazo en las urnas... Pablo se va subiendo resultados en Madrid y con una vicepresidenta comunista en el Gobierno", apunta un colaborador. "Su obsesión es que Podemos le sobreviviera"... y para eso, vaya, lo más rápido era suicidarse.
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