Cuando Ramón María del... Agustín Zamarrón se hizo famoso, este periódico envió un reportero a Miranda de Ebro para que escribiera el clásico perfil: las cosas buenas y malas que construyen el retrato de un hombre. No hubo manera de que encontrara algo malo.
Probablemente porque don Agustín es un impostor. No es siquiera don Agustín. Su barba, las gafas y el verbo le delatan. También las lecturas. ¡Cómo iba a devorar tanto libro un diputado de los de ahora! Meses después, lo encerramos para otro reportaje en la ruta de Luces de bohemia. Por fin confesó: "Sufro la posesión cuasi diabólica de Valle-Inclán".
El tal Zamarrón -ese alter ego que ha creado para deambular por el presente- nació en Segovia en 1946. Los niños de la posguerra suelen ser más prudentes que los de la democracia. Vean sus discursos. Diputado del PSOE por la provincia de Burgos; el más mayor de la Cámara. Es médico, especialista en el aparato digestivo. Por eso sabe que no conviene hacer política con las vísceras.
Con sus padres, solía merendar pan untado en vino y azúcar. Una vez se puso las botas que llevó su tío Leopoldo a la guerra de África. Odia las playas. Su mujer fue la primera con la que ligó.
¿Cuáles han sido sus chanclas más horteras?
Soy oyente del grupo No me pises que llevo chanclas, aunque no sé qué tal les va ahora. En la casa donde veraneábamos, ¡una casa ancestral!, había un armario lleno de zapatos viejos, entre ellos las botas de mi tío Leopoldo, de cuando estuvo en la guerra de África. También muchas zapatillas y sandalias del tiempo de la Guerra Civil.
Una vez me las puse porque eran muy aparentes, pero al pasar por un pequeño arroyo me quedé con el talón por un lado y la puntera por otro. La armadura era de cartón. En esa época no se tiraba nada.
¿Y el bañador que más le costó tirar?
El que va incorporado al cuerpo: la propia piel. Porque de niños nos bañábamos como Adanes en unas aguas heladas. Volvíamos morados a casa.
Un lugar en el que no volvería a veranear jamás.
En una playa. Jamás. Odio las playas. Las tolero mal. Me quema el sol inmediatamente. Para evitarlo, iba a los aguadulces, ahora no sé cómo se llaman: me empachaba de horchata y granizado de limón. Terminaba con el cuerpo rojo y el alma revuelta.
Nunca las playas. ¡Nunca! Eso de desproveerse de la arena y no contactar con ella… Ya lo dijo Cristo: “El que se baña en el mar de la vida sólo con lavarse los pies queda limpio”. Pero, claro, ellos eran pescadores y sólo se ensuciaban los pies.
El destino de veraneo que más feliz le ha hecho.
Los de la infancia. Nos juntábamos hermanos, primos, tíos, en la sierra, en Riaza. Los segadores, las labores de trilla y acarreo, las aventadoras, los sombreros de paja, el pan con vino y azúcar que nos daban para merendar… Extraordinario.
¿Qué le diría hoy a su primer ligue de verano?
¿A mi primer qué? ¡Ah! Ya le entiendo… A mi primer y casi único ligue de verano le digo todos los días "bonjour y pas de tristesse". A mi mujer la deseo todas las mañanas del mundo. Ya sé que las relaciones para toda la vida están en peligro de extinción. Creo que hoy las relaciones se basan en unas afinidades tan estrictas que luego es muy difícil cumplir. En mi pareja, cada uno va por su lado.
Su mayor locura en una playa.
No haberme tapado lo suficiente. En Cádiz cogí una insolación y estuve a punto de ingresar en el hospital. Quemaduras en el torso y edemas generalizados. Hay que protegerse del sol y de las ideas perniciosas.
¿Y en la montaña?
No hago locuras en la montaña porque padezco un vértigo terrible. Bueno, mi mayor locura en la montaña es seguir a mi mujer. Algunos días pienso que quiere eliminarme.
¿Se pondría mascarilla en una playa nudista?
Sólo he ido a una playa nudista, pero no me enteré. Sí, sí, se lo explico: llegábamos de dar una caminata, paramos allí y me lancé al agua. Mi mujer me gritó: "¡Quítate el bañador!". Yo no me quito el bañador, me quito las gafas. Es una forma mucho más excelsa de pudor… porque no ves nada.
La playa nudista me encantó. Era muy civilizada. En ese tiempo no había ortodoxos del nudismo. También hay otra cosa maravillosa: los niños son siempre nudistas. No hay cosa más bonita. Estuve en El Prado y vi el cuadro de Tiziano. Los angelitos que revolotean debajo de una estatua de Venus. Qué cosa tan obscena ponerle a un niño un bañador.
Lo mejor y lo peor que le ha pasado yendo de campamento.
Mis campamentos fueron de servicio militar en el campo de concentración de Robledo de la Granja. Una experiencia grande para saber lo que es la privación de libertad. Lo mejor y lo peor iba unido. Estuve rodeado de un montón de militares franquistas, pero coincidí en mi compañía con el capitán Pradillo. Un ejemplo de funcionario y de militar, con un respeto enorme a las personas. Conocí el mejor ejemplo en un sitio que jamás habría imaginado. Por favor, ponga su nombre en el texto: capitán Pradillo. Merece elogio, y no olvido. Lo peor era el entrenamiento militar hasta la extenuación.
El sitio más incómodo en el que se le ha caído la toalla.
A mí no me genera incomodidad la caída de la toalla. Los sanitarios tenemos poco pudor físico. Lo que sí tengo es pudor ajeno: no pongo los ojos donde no debo. Pero pudor personal, no. A mí lo que me molesta es que se me caiga la toalla y se me moje. Hay que estar preparado para mostrar el cuerpo y el espíritu.
¿Es más fácil veranear siendo de derechas?
Veranear de la vida siendo ajeno al sufrimiento ajeno, sí. Esa ceguera psíquica que la derecha a veces tiene respecto al sufrimiento ajeno supone veranear de la vida. Pero eso, en realidad, no es veranear. Mi veraneo es ver el sudor de los labriegos y los segadores. La enormidad del sufrimiento y el conocimiento de aquellas gentes es un verdadero verano cultural.
Una canción del verano que todavía escuche.
Soy muy aficionado a la canción española. Canción del verano, no. Porque escucho lo mismo en invierno. Me encanta Chavela Vargas.
En el verano se compran cosas absurdas. ¿Qué compra usted?
Soy propenso a comprar los mayores absurdos. Antes de que llegaran los nietos, mi mujer me llevaba de viaje al extranjero. En Marrakech me compré unos pantalones de esos holgados y unas zapatillas árabes. Cuando estaba regateando por una peseta, nos dio un ataque de risa al vendedor y a mí. ¡Por el vicio de regatear! También compro cerámica.
¿Alguna vez ha comprado en el top manta?
No. Nunca. Todas las semanas, el sábado, voy al mercadillo de Miranda de Ebro a comprar la fruta y la verdura. Pasé la infancia con mi madre yendo a los mercadillos de entonces, que eran los jueves. Ahí aprendí a comprar y a regatear. El top manta suele ser plástico. A mí me gusta la economía circular: que todo lo que uno compra se deshaga y acabe incorporándose al terreno.
¿Le gusta la sangría?
Sí, pero en mi casa habíamos tenido algún familiar alcohólico y mi madre prohibía la entrada de vino. Sólo la preparaba mi padre en Semana Santa. Tenía un lebrillo donde echaba vino aguado, canela, limón y mucho azúcar. Es un recuerdo extraordinario.
Lo peor del verano del político es…
La falta de providencia. Los políticos de a pie nunca sabemos qué vamos a hacer el día de mañana. La falta de programación. Vamos apresurados, como el conejo de Alicia.
Lo mejor del verano del político es…
Tener que abandonar un poco esos viajes infinitos que me hago en la Renfe. Eso de que las Cortes no funcionan en verano debió de ser en otro tiempo. Yo he ido varias veces en julio.
Lo bueno del verano es sentarse, mirar el cielo, que es tan distinto en la noche y en el día, y ver las nubes. ¿Sabrán las nubes si el cielo tiene orillas? Eso me pregunto cuando las miro. Porque mirar las nubes es viajar. Todo profundidad y ausencia de límites.
¿Alguna vez ha llegado a las manos con alguien?
Jamás. Bueno, de chiquillo con mis amigos. Me parece lo más espantoso. Hoy hay que decir: ¿cómo puede envilecerse el hombre hasta formar parte de una jauría y aniquilar a un semejante? Por desgracia, las bestias humanas son reales. Esa jauría que asesina y que viola. Es un problema gravísimo fruto de la incultura y de la perversión de los dioses.
Qué libros va a aprovechar para terminar.
Esto de la política es una desgracia, me obliga a leer múltiples cosas. Estoy a medias con Piketty, pero quiero releer en verano El Criticón, de Baltasar Gracián. Me acompaña siempre El arte de la prudencia, que debería ser el misal obligatorio de los diputados.
¿Va a pasar algún día con un adversario?
No, pero es que mi mujer y yo no hacemos vida social. El conocimiento y la serenidad no son propios sólo de una ideología, claro, por eso, si me encuentro con un oponente, charlaré y habrá una aproximación plena. Seguro que aprendo. Esa debe ser la disposición.
¿De quién no quiere saber nada hasta septiembre?
No de las personas, pero sí de lo que algunas personas dicen y hacen. Por ejemplo, Isabel Díaz Ayuso. Ha hecho elemento radical de su evolución ideológica, ha definido la libertad como la lenidad en la observancia de la ley. De esa forma de proceder no quiero saber nada.