A la periodista norteamericana Abigail Shrier, columnista del Wall Street Journal, la estaban esperando. Basta con un tecleo rápido de su nombre en Twitter para descubrir los sarpullidos que produce en ciertos entornos. "Atención a lo que va a publicar Planeta en una semana. Esto también es violencia". "En un contexto de crecimiento de la transfobia y la LGTBfobia son inadmisibles las publicaciones que favorezcan el discurso de odio". "No le deis mucha bola a la Abigail Shrier y su mierda porfa que hay un límite de veces que quiero leer la sinopsis de su panfleto".

Y todo a cuenta de una investigación que cobró forma de libro, Un daño irreversible, que publica Deusto y que explora el otro lado de la moneda del furor trans que seduce a las adolescentes en Estados Unidos. Un recorrido de 300 páginas que recibió el aplauso de la revista progresista The Economist y que denuncia los excesos del activismo trans en su país. Con casos que obligan a la pausa antes de seguir leyendo y que conducen a preguntarse (cuando menos) si no habremos llegado demasiado lejos. ¿Viviremos algo parecido en España?

Abigail Shrier encontró una explicación al disparatado incremento de las terapias para el cambio de sexo entre adolescentes en Estados Unidos (y algunos países europeos) durante la última década. ¿Cuál? Una corriente cultural, alimentada en las redes y en las escuelas, que adorna de virtudes la distinción trans y que provoca que se extienda a toda velocidad. Como una moda. Sobre todo entre adolescentes blancas, de familia progresista y de clase media-alta con episodios nada esporádicos de ansiedad.

Una locura (craze) que sería transitoria de no ser por la letra pequeña del contrato. Un proceso de conversión durísimo y definitivo que parte de diagnósticos más que cuestionables donde la opinión de los padres no ayuda, sino que estorba. Que avanza a fuerza de testosterona y a costa del desarrollo cerebral, la capacidad reproductiva y la salud cardiovascular de la niña. Y que concluye, a menudo, con un arrepentimiento que crece con los años.

Abigail Shrier, que se define como feminista y progresista, no cuestiona ni la disforia de género ni la transición para aquellos que verdaderamente lo necesitan. Denuncia, más bien, un sistema que anima a adolescentes inseguras a infligirse un daño irreparable, y una maquinaria de captación que arruina más vidas de las que protege. 

Seguro que sus amigos y su familia le recomendaron no escribirlo…

Desde luego. Ya lo creo.

Uno de los puntos que más le han criticado es que hable de una locura contagiosa.

Es que es obvio. Todos sabemos que los comportamientos de uno influyen sobre otros. Igual que sabemos desde hace tiempo que las adolescentes están particularmente expuestas a imitar determinadas conductas autodestructivas. No es nada nuevo. Pueden crear polémica sobre esto, si quieren. Pero es la verdad. No debería sorprender que se advierta sobre la necesidad de prestar atención a ciertos trastornos mentales cuando se disparan en un segmento muy concreto de la población.

¿Qué cree que lo hace irresistible para tantas mujeres jóvenes?

Son chicas profundamente angustiadas que han descubierto en el género una forma de recibir cariño y atención. Y en lugar de decir que odian su cuerpo y la pubertad, que están hartas de tener quince años, dicen que odian ser mujeres y que deberían ser chicos.

¿El deseo no tanto de ser un hombre como de dejar de ser una mujer?

Eso es, creo que muchas veces es así. Las mujeres tradicionalmente diagnosticadas con disforia de género solían buscar una apariencia de hombre. Ahora vemos a mujeres que quieren tener un aspecto queer, a las que les gusta verse como trans o como no mujeres, pero no necesariamente con un aspecto masculino. Es una experiencia completamente distinta.

Si la gente viera la facilidad con la que se inician tratamientos experimentales con los chicos, esto se acabaría

Basta con rascar en la superficie del libro para dar con una generación particularmente desorientada y devastada emocionalmente, que no sabe qué hacer con su ansiedad y su tristeza, y que tampoco encuentra referentes en sus casas ni placer en las comodidades.

¡Sí! Creo que la falta de desafíos hace que, paradójicamente, sus vidas sean más complicadas. Parece que los humanos estamos programados para sufrir ciertas dosis de angustia y dolor, y que si no tenemos razones para el sufrimiento lo creamos. Lo vemos mucho en esta generación, con unos niveles altísimos de ansiedad y depresión. Aun cuando no han vivido guerras mundiales. Aun cuando no han vivido una depresión económica. No se han enfrentado a los desafíos de generaciones anteriores y, sin embargo, lidian con un sufrimiento insoportable…

En una sociedad altamente medicalizada y dispuesta a resolver cada diagnóstico con una pastilla.

He hablado con muchos adultos trans que aseguran que recibieron la ayuda necesaria durante su transición. Cuentan que pasaron por un proceso de reflexión y de búsqueda de uno mismo, que fueron a terapia durante mucho tiempo y que llegaron a la conclusión de que tenían que hacerlo. Sin embargo, los jóvenes de ahora quieren ir a otra velocidad por las razones equivocadas. Lo hacen por sus amigos y por celebrarlo en el instituto. El problema es que, en lugar de evaluar la situación y echar el freno, los doctores y terapeutas aceleran más si cabe el proceso. Y no parece que eso sea lo más conveniente, precisamente. Al mismo tiempo, estamos viendo a muchas adolescentes identificándose como queer o trans a un nivel desconocido hasta ahora. Cada vez que hacen una encuesta en los colegios, la cifra aumenta. Es altísima. Lo suficientemente alta como para preguntarse si acaso no hay un componente social influyendo.

Pero ¿cómo un colectivo tan minoritario y marginado históricamente ha reunido tanto poder e influencia?

Yo creo que todos nos hacemos la misma pregunta. No tengo una buena respuesta para tu pregunta. Lo que sí puedo decir es que la ideología que lleva a cuestas es inflexible y rígida. Y siempre que hay una minoría inflexible y rígida frente a una mayoría flexible, la mayoría cede. Lo hemos visto una y otra vez a lo largo de la historia, y lo vemos ahora. La mayoría sólo quiere seguir a sus cosas, que no se metan con ellos ni que digan que van contra el movimiento LGTBI, porque no es cierto. De modo que tenemos una mayoría que ha ido cediendo y cediendo, y una minoría de activistas que han conseguido que cedan.

¿Cuáles son los problemas de introducir la ideología de género en las escuelas?

Vemos efectos secundarios como profesores que no consideran necesario dar ciertas asignaturas, que cargan con un complejo de héroe y que se disponen a redimir a los niños. No sé ni por qué, ni si alguien les pidió que lo hicieran. Pero la verdad es que enseñan mucho menos y adoctrinan mucho más en ideologías extrañas. Vemos que están confundiendo a los niños. Tenemos críos de cinco años con melena que llegan a casa y dicen: “Mira, ahora soy una niña. Es lo que he aprendido en clase”. ¿Por qué le hacen eso a niños de cinco años? Por supuesto, si un crío se siente incómodo con su cuerpo o su género, hay que ser considerado con él. Pero estamos hablando de un asunto distinto. Estamos hablando de una confusión deliberada y masiva que comienza cuando tienen cinco años y que continúa a base de insistencia a lo largo de los cursos. 

¿Por qué cree que no se emplea su libro a modo de contrapeso?

No lo quieren. Es un ejemplo más de cómo una minoría intransigente es capaz de imponerse a la voluntad de la mayoría. He tenido muchísimos lectores que han regalado ejemplares de mi libro a bibliotecas. Bibliotecas que, como mucho, tienen dos o tres copias. Muchas bibliotecas rechazan tener mi libro en este país. Y eso que hay cientos de personas en la lista de espera para leerlo. Hay gente que se ha ofrecido a dar un centenar de ejemplares y los han rechazado. ¿Por qué? Porque alguien dice que es homófobo o tránsfobo y, si permites que ese libro entre en tu biblioteca, estás promoviendo el odio. Es una reacción extrema. La verdad es que la gente de bien no quiere que los señalen como homófobos o tránsfobos. Prefieren pasar del tema.

¿Por qué enfurece tanto a los activistas?

Creo que, en el fondo, se debe a que saben que sus argumentos son más bien flojos. Que mi libro tiene la capacidad de convencer a mucha gente de que hay peligros reales y de que deberíamos ser más cautos cuando animamos a adolescentes a recorrer este camino. Lo que hacen es intolerable. Si la gente viera la facilidad con la que se inician tratamientos experimentales con los chicos, esto se acabaría. Tienen mucho que perder.

¿Ha seguido recibiendo mensajes de jóvenes arrepentidos por el paso irreversible que dieron?

Todo el tiempo. Es abrumador. Y dedico mi tiempo a responder a padres que están desesperados, que no conocen a ningún terapeuta, ningún grupo de apoyo. Trato de responderlos a todos, pero me veo superada.

 ¿Cómo lidia con algo así? A fin de cuentas, no es más que una periodista que ha escrito un libro sobre el tema.

Siempre digo que no soy psicóloga. Pero me siento honrada por su confianza, y creo que confían en mí porque se han dado cuenta de que no pueden confiar en los medios de comunicación mainstream, que sólo muestran una parte de la historia. Si quieres encontrar otras visiones, tienes que salir de estos medios y acudir a ciertos periodistas de confianza.

Portada de 'Un daño irreversible', de Abigail Shrier.

¿No sería de ayuda que aquellas personas que hicieron el cambio por sufrir una verdadera e insoportable disforia levantaran la voz y dijeran algo al respecto?

Requiere mucho valor hacer eso. Tiene represalias. Los adultos trans que conozco se esfuerzan por seguir adelante con sus vidas. No quieren que todo el mundo los vea como personas trans. No van por ahí en plan: “Hola, me conocéis como Sally pero mi nombre antes era Bob y estoy en contra de todo esto”. Lo que quieren, realmente, es que la gente los conozca como Sally. Lo entiendo y lo respeto. No es su trabajo controlar estos grupos radicales. Pero sí veo necesario que los médicos alerten sobre los riesgos de las medicaciones que suministran a los jóvenes. Es la obligación de la gente que suministra bloqueadores de la pubertad que sean honestas y asuman que no tenemos ni idea de los efectos a largo plazo de estos tratamientos. Hay una larga lista de contraindicaciones que afectan a la densidad de los huesos, al cerebro, etcétera. Hay gente que se supone que debería cuidar de los jóvenes, pero no son los trans adultos.

Las secuelas que dejan estos tratamientos son devastadoras.

Son devastadoras y vamos conociendo más conforme pasa el tiempo. Toman testosterona. Casi con total seguridad, estos niños no podrán tener sus propios hijos. Lo hacen con niños pequeños. Estamos aprendiendo de las implicaciones de tomar bloqueadores de la pubertad. Y hay cirugías que salen terriblemente mal. Y hay niños que nunca tendrán un órgano sexual funcional por culpa de los bloqueadores. La comunidad médica tendrá que rendir cuentas por lo que hizo.

En España está en trámite una ley que, en realidad, reúne gran parte de lo que comenta en su libro.

¿Qué incluye?

Por ejemplo, una adolescente de 12 años podrá cambiar de nombre y un adolescente de 14 podrá ir al Registro y decir que se siente hombre, que eso bastará para que lo sea oficialmente.

Esto es extremadamente peligroso. Ocurre en muchos estados de Estados Unidos. ¿Cómo te lo digo? Estos niños sufren un daño terrible, a menudo se arrepienten y toman decisiones que tienen consecuencias sobre sus vidas que no se pueden tomar con 12 años. Sobre todo, las chicas que toman estas decisiones sufren trastornos de ansiedad y depresión, y no son capaces de pensar con claridad. Tenemos que parar esto. Sé que da miedo levantarse, pero es lo que tenemos que hacer. La gente de bien tiene que decir basta. Son niños de 12 años. No puedes poner una decisión de este calado sobre los hombros de un adolescente con problemas.

Una adolescente de 16 años podrá iniciar un proceso de hormonación, si la legislación de cada región lo permite.

Están poniendo demasiada responsabilidad sobre una adolescente que está preocupada por demasiadas cosas. Una, cabrear lo máximo posible a su madre. Dos, tratar de complacer a sus amigos. Tres, probablemente odiar su cuerpo. Se supone que la sociedad debe proteger a los adolescentes, no ponerles una pistola en la cabeza.

Las personas trans competirán en los deportes dentro del sexo que conste en el registro.

Hemos visto en la Costa Oeste que la sociedad está saltándose a la torera los derechos de las mujeres por el simple hecho de que un grupo los reclamó. Es una traición monstruosa hacia las mujeres. Es como si les dijeran: “¿Quieres hacerte con las becas universitarias para mujeres? Adelante”. Porque todo hombre que lo reclame puede tenerlo. Hay cientos de chicos en las universidades capaces de superar los tiempos de las atletas olímpicas más rápidas. De modo que lo que están haciendo, básicamente, es ponérselo imposible a las chicas para competir o triunfar. Me parece excesivo que la sociedad dé la espalda a esto.

Las escuelas incluirán formaciones sexual-afectivas LGTBI y se fomentará que se enseñen referentes LTGBI positivos.

¿Sabes qué sucederá en España, entonces? Que habrá cada vez más jóvenes identificados con las siglas. Eso es lo que viene a continuación. Es puro product placement. Como en la televisión cuando anuncian Oreo con buen rollo. ¿Te gustan las Oreo? ¡A mí me encantan! Eso acaba, claro, con más consumidores comprando Oreo. Están haciendo lo mismo en las escuelas.

Y le doy un dato. El 82,7% de los jóvenes españoles se declara heterosexual, 11 puntos menos que la media de la población. De modo que hay 17 de cada 100 que son LGTBI. 

Es ridículo. En Estados Unidos tenemos universidades donde el 50% de las personas se reconoce dentro del LGTBI. Se da en el Evergreen State College. ¡No hemos visto nada parecido en la historia de la humanidad!

¿50%?

Como oyes. No tiene ningún sentido.

Tenemos que empezar a defender la libertad de expresión o la vamos a perder

Hay psicólogos que sostienen que se debe a que ahora hay una mentalidad más abierta y menos tabúes.

Sólo un idiota puede pensar que eso se debe a que han desaparecido los tabúes. Es que esto ni siquiera se ha visto en otra especie del planeta antes. Pero deja que te diga algo. Si este trabajo hubiese sido simplemente sobre el hecho de ser homosexual, jamás lo hubiese hecho. Si hubiese sido que, simplemente, los niños afirman que son homosexuales, me habría dado lo mismo. No habría escrito un libro. En eso no hay ningún problema. El problema está en hacer daño a niños. Va mucho más allá de decir que eres gay o no. Va de decir: “Ahora soy un chico. Quítame el pecho. Hazme infértil. Haz que sea sexualmente disfuncional para siempre”. ¡Lo están haciendo!

Su libro está lleno de ejemplos que obligan a tomarse un respiro.

Lo sé. Y estoy en contacto con muchas de las personas que entrevisté para el libro. Muchas madres me han ido contando novedades sobre sus hijas. Y, sinceramente, a veces es muy duro. Chicas jóvenes que han cortado toda comunicación con su familia. Lo ves constantemente. Lo llevan fatal, como es lógico. Hijas llenas de tatuajes, sin trabajo, que sólo hacen que hablar con niñas trans. Y esto, me parece, sólo va a peor. Si esto fuera positivo para ellas, no habría escrito el libro. Pero lo cierto es que estas chicas tienen una vida muy dura por delante.

¿Qué recomendaría que hicieran los padres españoles si España siguiera la estela de Estados Unidos?

Padres de España, alejad de esto a vuestros hijos. ¿Habéis visto lo que ha ocurrido en Estados Unidos? Alejadlos del adoctrinamiento en las escuelas. No lo permitáis. No traguéis con esto. Tenéis la suerte de contar con este precedente. Y no olvidéis que vosotros sois los padres. Los padres americanos han perdido el norte. Han perdido la autoridad sobre sus propios hijos. Pero los padres españoles no. Tenéis que plantaros. Sois sus padres. Y los padres son los únicos que se preocupan de verdad por sus hijos. Punto. Y lo único que tienen estos niños para evitar un daño terrible. 

En España, esta ley ha recibido la crítica feroz del feminismo tradicional, con el que se siente identificada. ¿En qué sentido cree que lo daña?

El feminismo ha sabido lidiar con este asunto muy bien en muchos países, pero no en los Estados Unidos. Con la excepción de organizaciones maravillosas como WoLF (Women's Liberation Front). Pero, por desgracia, demasiadas feministas de este país se han mantenido al margen de este desastre. Están patologizando la experiencia de ser mujer. Están permitiendo que los activistas conviertan ser mujer en un desorden. No hay nada de malo en ser cualquier tipo de mujer. Ser lesbiana no significa que tendrías que ser un hombre. Están contándole esta mentira a muchas jóvenes: que, si no eres la mujer más femenina, tendrías que ser un chico. Es una perversión enfermiza de lo que significa ser una mujer.

Y después de haber hablado de todo esto, ¿a qué cree que vino tanta polémica? ¿Por qué le llegaron a etiquetar como tránsfoba y por qué trataron de evitar que su libro llegara a las librerías?

Hay una parte de la comunidad transgénero que es extremadamente radical, que no respeta en absoluto la libertad de expresión, que sólo está preocupada por controlar el pensamiento de otras personas y que está dispuesta a gritar mucho hasta conseguir su propósito. Por desgracia, hay demasiadas instituciones en Estados Unidos delegando sus decisiones en esta banda de niños gritones.

¿Por qué en sociedades abiertas y supuestamente avanzadas no podemos hablar de cualquier cosa sin que se arme el escándalo?

Porque ya no son tan abiertas. Y la razón la puedes encontrar en las redes sociales. Si dices algo incorrecto, corres el riesgo de que lo compartan y se haga viral y te cueste el trabajo, la reputación y las amistades. No somos conscientes, pero todos somos susceptibles de ser monitorizados. De modo que eso nos coloca en una posición aterradora, incluso cuando de lo que se trata es de decir la verdad, que es lo que más cabrea a estos jóvenes radicales. Es un problema que se podría resolver con facilidad, pero implica mucho valor y hay mucha gente que prefiere estar callada.

Igual que el proceso de cambio de sexo es irreversible, ¿cree que la pérdida del juicio de Occidente también lo es?

No tengo ni idea. Espero que no. Estamos viendo los problemas que estamos sufriendo por estar callados. Esto sólo puede ir a peor. Estamos permitiendo la pérdida de libertades, estamos permitiendo que otros decidan los libros que se pueden leer. Amazon puede decidir los libros que un adulto puede leer en una sociedad libre. Tenemos que empezar a defender la libertad de expresión o la vamos a perder.

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