El separatismo existe en Madrid. Pero poco tiene que ver con el "secesionismo madrileño" que la izquierda atribuye a Isabel Díaz Ayuso por sus políticas fiscales o por su estrategia de confrontación con el Gobierno de Pedro Sánchez. Lo he encontrado en el Teatro del Barrio, en Lavapiés, donde se ha celebrado una "mesa de diálogo" para reivindicar el "derecho a decidir" de Cataluña frente a la "represión" del Estado.
Los separatistas catalanes -pero capitalinos-, aglutinados en la organización Madrileños por el Derecho a Decidir, han escogido la semana en la que se levantan las restricciones para su reunión, aunque apenas han conseguido llenar una sala con aforo para un centenar de personas. Un éxito que da cuenta de que el procés "no ha muerto", en palabras de los organizadores, cuatro años después del referéndum ilegal de independencia.
Ahí están políticos como Oskar Matute, Bel Pozueta (EH Bildu) o Gerardo Pisarello (Unidas Podemos). Pero los espectadores son lo de menos en un acto en el que intervienen la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), Elisenda Paluzie, y el miembro de la Junta Nacional de Òmnium Cultural, Ángel Castiñeira. Entre otros ilustres ponentes.
Modera (sic) la parla la nacionalista Mireille Tumba, que agradece a "todos, todas y todes" los asistentes su presencia antes de dar paso a Jordi Cuixart. El presidente de Òmnium Cultural, condenado por sedición, manda un "fraternal abrazo" telemático antes de arengar con un "ho tornarem a fer" ("lo volveremos a hacer") a Charo, a quien cedo el asiento generosamente para que pueda ver la pantalla, tapada por los dos orondos indepes sentados en la fila ocho: "Graciès, maco".
Apenas transcurren diez minutos y ya he oído seis veces la palabra "represión". Pero eso -la "represión"- no es algo que preocupe a Paluzie, que avisa de que "hemos reforzado la legitimidad interna y externa del derecho a decidir" para la próxima vez "conseguirlo ejerciéndolo directamente, con preparación previa".
Poco aforo
La sala, insisto, cuenta con un aforo estimado de 100 asistentes, pero no está llena pese a la entrada libre y gratuita. A mi lado, una cincuentona -a la que hemos llamado Charo para preservar su anonimato- masculla algo sobre "desjudicializar la política", "poner fin a la represión" y otros mensajes del próces que parecen haber calado en la extrema izquierda madrileña.
Pero no es un tsunami democrático lo que percibe este cronista, sino un cenagal de lugares comunes que van del "derecho a decidir" a "las urnas contra las porras", pasando por el "franquismo" del Poder Judicial. Ésto hace las delicias de dos orondos de Vallecas antes mentados, que andan preocupados por inmortalizar el momento con sus iPhone.
Ambos miran sus pantallas ajenos a las consignas que de cuando en cuando se lanzan contra el "Estado fascista español". Sin embargo, es en un grupo de guasap adornado con ikurriñas donde se comprueba la temperatura de esta colección humana variopinta que el procés ha unido y que la Justicia española no podrá separar.
Mi look hace sospechar a algunos de los ahí congregados: unos pantalones negros ceñidos, una camisa de Scalpers y, sobre todo, una mascarilla de EL ESPAÑOL, obsequio del director, Pedro J. Ramírez, que a poco me priva del acceso al mítico teatrillo. Ahí se llevan más camisetas cortas de Euskal Herria Okupatu, por ponernos en situación.
Miradas desafiantes
Continúo la cobertura sin problemas, obviando alguna mirada desafiante, cuando escucho a un jurista decir que el juicio a los sediciosos del procés fue una "farsa" que vulneró "todos los derechos fundamentales". El ínclito, un tal Joaquín Urías, pide "persistencia en la persecución" de la independencia.
Por desgracia, no puedo quedarme hasta el final de la función, que son dos horas y se me está acabando la batería del Huawei, con el que tomo veladamente nota de cuanto dislate se profiere. Además, creo que ya lo ha escuchado todo cuando Castiñeira, el de Òmnium, dice que "ho tornarem a fer millor" ("lo volveremos a hacer mejor").
A la salida del teatro, en la castiza calle de Zurita (junto al Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid), lo último que recuerdo es a un par de señores convenciéndose entre sí de que el "españolismo" o el "nacionalismo español" son graves problemas de los que "nadie habla" mientras se turnan el cigarrillo y una litrona.
Yo me voy a casa tranquilo. No sé si existe el susodicho "secesionismo madrileño", pero el separatismo catalán apenas puede llenar la diminuta sala que dejo atrás.