No veía una cola así desde el último Black Friday. Son las diez de la mañana del sábado y cientos -quizá miles- de personas venidas de toda España aguardan expectantes la apertura del IFEMA. A mi lado, unas quinceañeras se preguntan entre ellas, visiblemente emocionadas, "cuándo vendrá". Y no hablan de Justin Bieber, que sería lo propio de su edad, sino de Santiago Abascal.
Están ahí porque Vox celebra el acto Viva 21: España en pie, que es algo así como un día del simpatizante, una feria folclórica o una "fiesta de la diversidad de España" -palabras de Abascal- que el partido celebra este fin de semana en detrimento de los manidos actos de Vistalegre. El último, de recuerdo no muy grato (cof cof).
Se esperan, según datos de los organizadores, 20.000 simpatizantes, que es justo la cifra de personas que logró congregar la semana pasada el Partido Popular en la Plaza de Toros de Valencia en el cierre de su Convención Nacional. El paralelismo está servido, y más cuando Nacho, valenciano, dice haber recorrido casi 400 kilómetros "para decidir a quién voto en las próximas elecciones".
Pero no es un acto político lo que se vive en el mítico recinto. A las once, cuando se abren las puertas, la primera impresión de los asistentes es la de estar ante un "parque de atracciones" o un "Voxaventura", pues lo primero con lo que uno se topa es con un parque de bolas, camas elásticas, toritos mecánicos... "¡Esto es una frikada!", exclama uno de los más madrugadores.
Y luego 50 carpas, una por cada provincia, en las que se representa una España estereotipada hasta el paroxismo. ¿Qué se encuentra uno en el stand de Burgos? Morcilla. ¿En el de Cataluña? Senyeras y calçots ¿Y en el de Sevilla? Trajes de sevillana. Así sucesivamente.
Más 'zoomers' que 'boomers'
Me doy cuenta, por la parte que me toca, de que la caseta de Navarra no está del todo lograda. Ion, un joven venido de Pamplona, siente como un "insulto" que no haya referencia alguna a la chistorra. Le gusta más, dice, la carpa de Murcia, donde hay paparajotes, pimiento molido y bonito en salazón, entre otros productos típicos que "no se los salta un gitano".
Ahí, donde la caseta de Murcia, hay una cuadrilla canallita venida del norte "a ligar" que da cuenta de esa fauna variada que es la España viva y que poco o nada tiene que ver con eso que llaman "ultraderecha"; etiqueta reservada para especímenes más peligrosos.
Hay más zoomers que boomers y eso indica que los de Abascal si algo tienen es cantera. Justo es Canterae el tuitero que, in situ, me hace el mejor resumen del acto cuando me dice que "no tendrá la seriedad de una convención, pero no tiene precio ver a familias de siete hijos engominados saltando en colchonetas mientras los padres prueban torreznos de Soria, vino de La Rioja o adoquines de Zaragoza".
Parece claro que se trata de un día dedicado al folclore y a la fiesta, ya que no será hasta este domingo cuando Vox presente su contraAgenda 2030. Una hoja de ruta contra el ecologismo o el feminismo que, según admite un dirigente a EL ESPAÑOL, hará hincapié en "hacer frente a la inmigración irregular": "No sólo tienen que dejar de entrar, es que hay que empezar a devolver".
"Quieren que dejemos de consumir carne, que comamos grillos y planchemos de madrugada mientras ellos siguen en el poder poniéndose tibios", denuncia Manolo, orondo de Albacete que va por la segunda -o tercera- cerveza antes de las 13 del mediodía. Hora de irse a comer.
Macarena baila
Es a la tarde cuando llega toda la plana mayor de Vox. A Santiago Abascal le acompañan Rocío Monasterio, Iván Espinosa de los Monteros o Macarena Olona, una de las más aclamadas, que se anima a bailar la mítica canción de Los del Río para disfrute de Miguel, irundarra, que se confiesa admirador de la abogada del Estado: "Yo sí que le daba alegría".
Antes de Olona, la estrella había sido José Antonio Ortega Lara, 537 días secuestrado por la banda terrorista ETA, visto cerca de los stands de Navarra y La Rioja. "¿Ese quién es?", pregunta una joven ante el revuelo causado. "El que sobrevivió casi dos años encerrado en un zulo", le responden.
Otra de las figuras más veneradas es la del líder de Vox en Cataluña, Ignacio Garriga, que es coreado como un "valiente" por hacer frente a los "radicales separatistas".
Pablo 'Cagado'
El cronista ha pasado por casa para dejar su ya característica mascarilla de El Español, medio vetado por Vox, y así evitar problemas. Ahí se llevan más las del partido, las de la BRIPAC y hasta alguna que otra de Millán Astray. O directamente no se llevan. "Ponérsela al aire libre es de boomer", me reprocha un joven.
Así, infiltrado, es como uno se hace amigo de un par de chicas que confiesan ser unas de esas ranitas que Macarena Olona arenga en Twitter contra "los progres". Éstas no toleran que se les tache de "extrema derecha" cuando es Pedro Sánchez el que gobierna con "los proetarras, los bolivarianos y demás chusma inmunda", y exigen a Abascal que nos haga recuperar "el orgullo por el país".
Parece que el dirigente de la formación las ha escuchado, pues nada más subir al escenario (18.00 de la tarde) reivindica "el orgullo por la historia de España", que ha hecho "lo mejor que haya hecho ninguna nación en la historia de la humanidad".
Aplausos y confeti rojigualdo tras la diatriba contra el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al que el líder de Vox afea "atacar la obra de la hispanidad": "¿De verdad se atreve a decir eso quien avanzó a plomo sin dejar ni un indio y metiéndose en reservas?".
Dicen que a la feria se va por todo, pero por narices no. Y hay simpáticos voxeros que han venido a lanzar proclamas contra el "sepulturero" Pedro Sánchez, la "ministra comunista" Yolanda Díaz y, sobre todo, contra "Pablo Cagado", al que se acusa de "tibio", "soso" y hasta de "traidor a la patria" por no haber apoyado aquella moción de censura que aún duele en el seno de la derecha dura.
Música y fallas
Pero no sólo de consignas viven los voxeros, sino de una variedad musical que va del rapero G Babe a algunos DJs desconocidos que sólo hacen tiempo hasta que el mítico rockero Sherpa -ex de Barón Rojo- sube al escenario a eso de las ocho de la tarde y se lleva una de las ovaciones de la jornada.
Nada parece casual en una fiesta que recupera los desfiles de Moros y Cristianos y que utiliza demonios para representar las costumbres de Cataluña; demonios que bailan y saltan al ritmo de fuegos artificiales en una representación de los correfocs (o correfuegos, como me corrige una señora poco amiga del bilingüsimo), claro.
Dicen que lo mejor se suele dejar para el final, pero no es así en esta ocasión. Vox pretendía cerrar la fiesta (21.30 horas) por todo lo alto con una falla valenciana, y se especulaba con la quema de algún símbolo musulmán, por enmendar lo sucedido en la última edición de las fiestas, pero ni siquiera ha ardido la figura antifeminista preparada por el partido. "La derechita cobarde", se queja un pollopera de vuelta a casa.
Desde Vox celebran que el acto "ha dejado pequeña" la Convención Nacional que el PP celebró el pasado fin de semana. Pero no es una convención lo que creo dejar atrás, ni siquiera un acto político, sino el paroxismo de lo que fuimos... Y quizá aún seamos. Mañana más y mejor.