Los crímenes de Otegi: todo lo que hizo y dijo por lo que debería pedir perdón
Arnaldo Otegi participó en el secuestro del empresario Luis Abaitua y justificó atentados como el de Santa Pola, que tuvo a una niña como víctima.
19 octubre, 2021 06:03Noticias relacionadas
Sin pedir "perdón", sin utilizar la palabra "condena" y sin referencia alguna a su pasado criminal como miembro de ETA. Así se dirigió Arnaldo Otegi a las víctimas -"a todas"- en una declaración solemne con motivo del 10º aniversario del alto al fuego de la banda terrorista. "Sentimos su dolor y desde este sentimiento sincero, afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido y que a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera ni que se hubiera prolongado tanto tiempo", se limitó a decir.
El coordinador de EH Bildu articuló este lunes un discurso regado de todos los tics de la extrema izquierda abertzale, y así habló de un "conflicto" entre dos bandos -el Estado español y ETA-, se refirió a los etarras como "presos políticos" y solicitó respeto a la "identidad nacional" del País Vasco como condición sine qua non para "construir el futuro".
Otegi, además, habló en primera persona del plural eludiendo sus responsabilidades individuales como miembro de la ETA político-militar, así como dirigente de la ilegalizada Herri Batasuna. Entre ellas, el secuestro del empresario Luis Abaitua, por el que fue condenado en 1989 a seis años de prisión... Y por el que aún no ha pedido perdón.
Los familiares de Abaitua jamás recibieron siquiera una disculpa por parte del dirigente abertzale, que secuestró durante diez días al director de la planta de Michelin en Vitoria, de 48 años, casado y con seis hijos. Tampoco entregó la indemnización que se comprometió a dar como recompensa por el daño causado: cien mil pesetas.
Según la sentencia de la Audiencia Nacional, Arnaldo Otegi Mondragón (que tenía entonces 20 años y respondía al sobrenombre de el Gordo) y otro etarra llamado Luis María Alkorta Mauregui (alias el Bigotes) "dando cumplimiento a las consignas y órdenes recibidas de la cúpula de ETA" cogieron a Luis Abaitua Palacios, le obligaron a introducirse en el coche de su comando y le taparon los ojos con "algodones y gafas oscuras" hasta llevarlo a un monte en los aledaños de Elgóibar (Guipúzcoa).
Ahí, en el pueblo natal de Otegi, "tenían preparado un agujero o zulo, excavado en la tierra" y de unas dimensiones de 2,50 metros de largo y 1,50 de ancho. Tan sólo 1,80 de altura. Un hoyo en el que permaneció cautivo y vigilado durante diez días, y en el que se le obligó a jugar a la ruleta rusa. Entre otras torturas.
El empresario acusó, como es lógico, secuelas psicológicas tras su secuestro. Acabó abandonando el País Vasco y mudándose a Brasil para regresar posteriormente a España: primero a Castilla y León y luego, en 1991, a Vitoria, donde murió un año después por cáncer de pulmón. Dicen quienes le conocieron que nunca llegó a recuperarse de aquel cautiverio.
La Audiencia Nacional condenó por este secuestro a Otegi, al que se consideró, junto al Bigotes, uno de los "autores y criminalmente responsables de un delito de detención ilegal". ¿La condena? Seis años y un día de prisión mayor y cien mil pesetas a modo de indemnización "por daños físicos y morales". Ambos se declararon insolventes.
"Esperamos un perdón"
Otegi también fue investigado por otros tres secuestros. Concretamente, el de Javier Artiach, presidente de la fábrica de galletas que hace honor a su apellido, el de Gabriel Cisneros, que fue frustrado, y el del exdiputado de UCD Javier Rupérez.
Rupérez, en conversación con EL ESPAÑOL, considera ahora "repugnantes" las palabras proferidas por Otegi desde los jardines del Palacio de Aiete: "Sus víctimas seguimos esperando un perdón y un reconocimiento del daño causado, así como su colaboración para esclarecer los 300 asesinatos que a día de hoy aún están pendientes".
También lamenta la postura del PSOE, que ha celebrado el "avance" de la extrema izquierda abertzale a la par que ha criticado a los "agoreros" que aún hoy en día utilizan como argumento político la violencia de ETA: "Eso lo dice todo de este Gobierno infame que se apoya en terroristas".
Otegi no fue condenado jamás por el secuestro de Rupérez, que no lo reconoció inicialmente en el juicio, aunque cambió de parecer tras el mismo y lleva años reivindicando la autoría del coordinador de EH Bildu. La Fiscalía había pedido 29 años de prisión por depósito de armas, tenencia ilícita de explosivos y detención ilegal. La petición se sustentaba sobre el testimonio de los investigadores y el de la etarra francesa Françoise Marhuenda, que relató cómo el Gordo iba al volante del coche en el que metieron a Rupérez.
Atentados sin condenar
Pero no sólo por sus actos, sino por sus palabras apologéticas de la violencia de ETA, es por lo que su declaración solemne de este lunes es a todas luces insuficiente. En 2002, como portavoz de Herri Batasuna, evitó condenar el atentado de Santa Pola (Alicante), en el que la banda asesinó con un coche bomba a Cecilio Gallego, jubilado que esperaba el autobús en la parada anexa al cuartel de la Guardia Civil, y a Silvia Martínez, la niña hija de un agente de la Benemérita que se encontraba jugando con su tía y su primo.
Otegi calificó de "doloroso" el "fallecimiento" de estas dos víctimas de ETA, pero las achacó al entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, al que acusó de "responsable en primera persona de lo que está ocurriendo en estos momentos y de lo que puede ocurrir en el futuro", en referencia a nuevos atentados.
Toda una amenaza que sustentó en que el Partido Popular quería "golpear" al brazo político de ETA "en el terreno armado y en el terreno judicial": "No esperamos más que se aceleren los procesos que ya estaban iniciados contra Batasuna y contra el conjunto de la izquierda abertzale".
Palabras muy similares a las utilizadas para justificar la matanza cruel del periodista José Luis Rodríguez de Lacalle. Días después de su asesinato a manos de ETA, Otegi aseguró que la banda terrorista pretendía "poner sobre la mesa el papel de determinados medios de comunicación que están planteando una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado".
Otegi, unos días después, hablaba así del asesinato. La mujer que sale inmediatamente después en el vídeo es su hija. Lo más jodido de esto es cómo en 2016 sigue haciéndose el loco diciendo que “ya expresó su postura en su momento”.
— JMA - Carnicería Sanzot (@jmsanzot) May 7, 2020
¿Tanto cuesta decir que fue algo abominable? pic.twitter.com/Bf1aaEGSvs
Tampoco condenó el asesinato de su compañero en el Parlamento Vasco, el socialista Fernando Buesa, asesinado por la banda terrorista en 2000. Y eso que ambos departían habitualmente en la Cámara autonómica. La hija de la víctima, Sara Buesa, relató a La Sexta cómo el propio Otegi había regalado un mechero a su padre una semana antes del atentado.
Pero después no tuvo palabras de solidaridad hacia la familia... ni hacia la bancada socialista, tal y como admite Nicolás Redondo Terreros en Otegi: el hombre nuevo (Sepha, 2012): "Ni un gesto, nada, nada. Y lo que es más importante, en público no hicieron nada porque la banda les había dicho que de esto ninguna palabra".
El mismo mutismo que dedicó a Miguel Ángel Blanco y su entorno. En una entrevista concedida a la cadena televisión antes mentada, aseguró haber vivido ese atentado "en la playa como un día normal" con su familia, pues decía desconocer lo que iba a suceder pese a ser entonces dirigente de Herri Batasuna.
'Ongi etorri'
Pero no hace falta remontarse años atrás para encontrar posturas del dirigente abertzale que humillan a las víctimas. Aún a día de hoy Otegi sigue justificando los ongi etorri, homenajes a los presos de ETA que abandonan las cárceles, y que son, dice, el "reconocimiento o abrazo" del pueblo vasco: "¿Nuestra felicidad por ver a un preso salir de la cárcel es su dolor? Si este es el esquema, tenemos un problema".
De hecho, ha llegado a acusar a quienes "se escandalizan" por esta liturgia proetarra de buscar la "crispación y la confrontación" en lugar de facilitar la convivencia. "Hay 250 presos de ETA y habrá 250 recibimientos", desafió el líder de EH Bildu.
El coordinador de EH Bildu tuvo la oportunidad de abandonar el terrorismo cuando el grupo al que pertenecía, ETA político-militar, se disolvió. Pero eligió voluntariamente seguir con la violencia y pidió su ingreso en ETA militar en 1981.
Treinta años más tarde, desde la política, el futurible lehendakari tiene palabras para las víctimas. Para "todas". "Sentimos enormemente su sufrimiento y nos comprometemos a mitigarlo en la medida de nuestras posibilidades. Siempre nos encontrarán dispuestos a ello", dice ahora. Demasiado poco, demasiado tarde.