El acto era prácticamente una reaparición en público del presidente del Partido Popular desde hace días. Pablo Casado iba a presentar el último libro de su amigo y subordinado Mario Garcés. Promocionado desde hace semanas, casi también servía como puesta de largo de la nueva editorial Pinolia. Al otro lado de la mesa se debía sentar el heterodoxo exministro de Exteriores José Manuel García Margallo, y eso era un seguro de chascarrillos, ironías y... "confidencias, coincidencias y conspiraciones".
No se esperaba a ninguno de los actores principales de la guerra del PP de Madrid: ni los anfitriones Isabel Díaz Ayuso (presidenta) y José Luis Martínez Almeida (alcalde) -los del abrazo de déjennos en paz- ni el muñidor en la sombra, Tedoro García Egea. Pero sí estaba anunciado como estrella invitada el líder máximo, cuya jefa de gabinete recibió el encargo de llamar a Garcés para excusarlo. Lo hizo tan tarde que nadie supo nada.
Y en pleno revuelo interno por la guerra abierta desde Génova contra las intenciones de Ayuso por liderar la formación en Madrid, el salón Barcelona del Hotel Eurostars Madrid Tower reunió aún más periodistas que lectores, casi tantas cámaras como cachorros peperos (y peperas, que eran bastantes). Y al menos tantos micrófonos, libretas y preguntas preparadas que interesados en La huella española en la Ruta 66.
Al calor de este libro se reunieron muchos amigos del autor, algunos de ellos compañeros de bancada en el grupo del PP en el Congreso. Y otros, "viejos rivales por siglas, aunque compañeros en las filas liberales", como Marcos de Quinto.
Pero Casado dejó pasar la ocasión. Ante la decepción de los asistentes -aficionados, seguidores, votantes y algún maledicente- y la estupefacción de sus correligionarios, el presidente del PP no apareció.
Y nadie entendió el porqué (tampoco explicado). Por qué no aprovechó para dejarse abrazar por una audiencia favorable. Por qué no estuvo allí para hacerse fotos en una sala atestada de sonrisas, que reunía setentones, futuros ministros y jóvenes valores.
Pero, sobre todo, por qué Casado no se dio la ocasión de capitalizar las dos noticias del día que le acercan más a la Moncloa pese a los últimos sondeos: la prueba de que el Gobierno se resquebraja por la intervención de Bruselas en las reformas laboral y de pensiones y, sobre todo, la confirmación por parte de la UE de que el PIB crecerá este año (4,6%) menos de la mitad de lo que el Gobierno puso en sus Presupuestos (9,8%).
"Miedo a la prensa"
Esta crónica tendrá en la falta de nombres que acompañen a las citas su mayor carencia. Y el lector deberá perdonarlo si quiere leer lo que, de verdad, se dijo a media voz en los 15 minutos que pasaron entre las 19.25 y las 19.40 horas.
En esos 15 minutos se confirmó la ausencia del esperado, que nadie había ni previsto ni anunciado. Fue al comprobar que, rodeando al autor, entraban en la sala dos señores con traje y corbata: uno el esperado animador, Margallo, y otro que sí conoce Moncloa, pero de hace más de cuatro décadas y como hijo del entonces inquilino, el secretario del Congreso Adolfo Suárez Illana.
Era un evento alegre y se vendieron muchos libros -que Garcés es un aragonés de abrazo recio-, de modo que los rumores sólo fueron a media voz y había que perseguirlos. "No se puede tener miedo a enfrentar a la prensa", comentaba un diputado popular que calló al atisbar por el rabillo del ojo la antena incómoda de la prensa.
"Hemos logrado un éxito de convocatoria y el acto iba a ser un éxito", apuntaba una empleada de la editorial, "incluso una presentación con focos de Mario para apuntalarlo al futuro Gobierno".
Uno que sí dio su nombre, simpático como siempre, fue el granadino de Motril Carlos Rojas, portavoz de Migraciones en la comisión parlamentaria.
¿Casado ha faltado por lo de Ayuso, a la vista de la atracción periodística por el revuelo? "Naaaa... Todo se va a arreglar, tenemos un proyecto magnífico y ellos son amigos... así es fácil". ¿Seguro, diputado? Mire que las encuestas dicen que la cosa desgasta las opciones... "En cuanto se paren un poco y hablen, no hay problema, los dos saben que España nos necesita".
España y "el pasado real"
La palabra España, precisamente, fue la más repetida de la tarde noche en la negra de las Cuatro Torres de la Castellana. Por lo del libro que reivindica "el pasado de verdad, que rezuma pasión por la España global", en palabras del autor, "y no la autoleyenda negra que nos quieren imponer los revisionistas de la izquierda acomplejada de la nación de naciones".
Y también por los homenajes a sí mismo de Margallo al micrófono, hábil como pocos para aprovechar el evento de un amigo para reivindicar a la niña mimada de su paso por Exteriores: "Cuando me fui, se cargaron lo que más cuidamos, Marca España", dijo mientras insistía en que este libro sobre el "innegable, pero negado", legado español en Estados Unidos es un ejemplo de lo que se hacía entonces en el Palacio de Santa Cruz... "pero, ¿cómo va a creer en la España global de hoy quien es incapaz de reconocer el globalismo español del siglo XVI y XVII?".
Aunque, perdone de nuevo el lector, lo mejor de Margallo fue lo que había expuesto mientras recorría el pasillo formado por las sillas, mientras se conducía a la mesa presidencial.
España y "el proverbio suajili"
Oiga, ministro, ya que no ha venido el presidente Casado y usted es famoso por hablar claro, dígame... A saber cómo, a Margallo se le descolgó un poco la mascarilla mientras subía una ceja... casi no dejó terminar la pregunta al periodista: "Mire, hay un proverbio suajili", introdujo divertido mientras hacía un gesto a otros acompañantes para asegurarse de que le escuchaban, "que dice que cuando dos elefantes pelean, la que sufre es la hierba".
La hierba, claro, es el Partido Popular, ¿no? "El proyecto. La hierba es el proyecto de este partido para España, que está sufriendo mucho con esta guerra, que no hace bien a nadie".
Para cuando desarrollaba la explicación el ahora (y antes) eurodiputado, el diputado democristiano en la legislatura constituyente, el ministro más presumido ("estoy haciendo otro libro", se atrevió a anunciar) y más transversal (en el último que publicó contaba como, cada mes, invitaba a todos sus antecesores, "los socialistas, los populares y los mediopensionistas", a café en el Ministerio "para escuchar sus opiniones y aprender de ellos"), ya se había formado un corrillo. Y tiraba de él la editora y maestra de ceremonias, Marta Ariño.
"Todos pierden, Génova, Isabel y España". ¿España también, ministro? "Hay que acabar con esa guerra cuanto antes". Pero después del diagnóstico, por supuesto, Margallo extendió su receta... la de un veterano que las ha visto de todos los colores y admira "la lealtad de los que no son cortesanos y dicen lo que piensan aunque no le guste al César de turno". Casado, que este viernes cogía un avión a La Palma (excusa deslizada a última hora para su ausencia) también se perdió eso.
"La solución es sencilla. A ver, las primeras elecciones son las autonómicas, ¿no? Y la candidata será Díaz Ayuso, ¿verdad? Pues cuanto antes se le deje organizar el partido para asegurar su victoria, mejor para ella, mejor para que Pablo vaya a la Moncloa y mejor para todos".
Para España también, se supone. "Claro", dijo el prologuista de la obra mientras sacudía una mano camino de que le pusieran el micrófono oficial, el de la presentación del libro de su amigo. Esa "palabra tan difícil de usar en política", como le apuntó luego Garcés, agradecido.