El miércoles hubo una sorpresa, que era una rectificación, y una dicotomía, que fue doble, en el Congreso. Lo primero, lo protagonizó Pedro Sánchez. Lo segundo, sólo a medias: los focos también apuntaron a Yolanda Díaz.
El presidente dejó a todos con los ojos como platos al anunciar el giro de 180 grados en su decisión de "sólo vehicular la contribución española en material ofensivo para Ucrania a través de la UE". De repente, también sería de manera bilateral. De hecho, este mismo viernes sale el primer envío.
Esa sorpresa dejó descolocada a la prensa. Pilló con el pie cambiado a la mayoría de los diputados, incluidos muchos de los suyos. Pero, sobre todo, encendió los ánimos de dos ministras, a Irene Montero y Ione Belarra, la número dos y la líder de Podemos. Pero no a la otra líder, la de Unidas Podemos, Yolanda Díaz.
La traición, ¿era más del presidente o de la vicepresidenta segunda? A la herencia repartida por Pablo Iglesias, que lleva tiempo chirriando, le sonaron los goznes tan alto que el estruendo tapó otro sapo que, este jueves, Podemos ya notó que le habían hecho tragar: el PP también lo sabía. Al menos, su (eventual) cara principal, Cuca Gamarra. Fuentes cercanas a la portavoz popular confirman que hubo de cambiar su discurso a última hora.
El viernes en Moncloa
Montero y Belarra no tenían conocimiento de lo que iba a ocurrir. Pero sí lo habían dejado claro al presidente que no lo aceptaban. El viernes, en Moncloa, Sánchez reunió a la cúpula de su socio minoritario para sopesar la decisión de cómo aportar ayuda militar a Kiev, ante la invasión ordenada por Putin.
El presidente expuso las dos opciones, al día siguiente José Manuel Albares debía asistir a un Consejo de ministros de Exteriores de la UE, y era preciso un consenso interno en el Gobierno.
¿Por qué? Porque el presidente estaba siendo presionado fuertemente por algunos socios y aliados, además de por el titular de Exteriores y la ministra de Defensa, Margarita Robles.
Ya eran muchos los países de la Unión que habían anunciado sus contribuciones bilaterales, y España se estaba quedando atrás. Una imagen inaceptable, por varias razones.
Primero, porque pedimos solidaridad europea el pasado mayo, con el asalto a Ceuta. Segundo, porque ese frente sigue abierto, como se ha comprobado en la valla de Melilla este jueves, y necesitamos a EEUU para arreglarlo. Y tercero, porque Madrid será anfitrión de la cumbre de la OTAN de junio. Ahí se redefinirá el "concepto estratégico" de la Alianza para la próxima década, ése que define a China como "rival", pero a Rusia como "enemigo"... y más a la vista del ataque a Ucrania.
Pero de la cita salieron las líderes moradas satisfechas. Sánchez había elegido la vía europea, aceptando que para Unidas Podemos no sería aceptable "participar de la escalada bélica" con una entrega de armas. Que eso los retrataría como parte de un Gobierno que va a la guerra. Y que los morados son "pacifistas y antimilitaristas", así se lo dijeron, por convicción y porque sus bases "no lo tragarían".
Díaz, Belarra y Montero entendieron que el presidente había aceptado el acuerdo. Y que no sólo era consistente con el pacto de finales de enero con Yolanda Díaz. Sino que también le daba un relato: "La amenaza es a Europa, la respuesta debe ser europea".
El hecho de que Josep Borrell sea español y socialista -admiten fuentes cercanas a Moncloa- no está lejos de que esa argumentación fuera citada por el Alto representante en su contundente discurso del martes ante el Parlamento Europeo.
Entonces, ¿qué pasó desde el viernes al miércoles por la mañana?
Cinco razones (y dos más)
Primero, que más países se unieron a la entrega bilateral. Uno de ellos, Alemania. El gigante económico y, desde la II Guerra Mundial, enano militar decidía "un cambio histórico" en su política de Defensa. Olaf Scholz, canciller, socialdemócrata y amigo personal de Sánchez, reunió a su Parlamento en domingo y anunció la duplicación de su presupuesto militar y la entrega de "armas letales" para Kiev contra Putin.
Segundo, que la OTAN editó varios mapas resumen de la situación, en los que España salía mal parada. Según fuentes gubernamentales, nuestro país quedaba situado como uno de los "menos comprometidos" en las cartas referentes a la contribución específica para el Gobierno de Volodímir Zelenski.
Tercero, que tanto Albares como Robles le siguieron expresando a Sánchez su opinión. Por convicción y por conveniencia política, España no podía quedarse atrás.
Cuarto, que el Partido Popular y otros grupos de la oposición acusaban a Moncloa de "ir con los pies a rastras" en ayuda de Ucrania. Y señalaban, claro, "a los socios comunistas, nacionalistas y radicales" del PSOE, que "lo tienen atrapado".
Y quinto, que el propio Borrell llamó a Sánchez, según fuentes gubernamentales, y le expresó su preocupación por la imagen que daba España. Al fin y al cabo, es el país de origen del Alto Representante, que estaba liderando las sanciones "más duras que la UE ha impuesto en toda su historia". Y del mismo partido que el presidente. Le costaba explicarlo.
Lo penúltimo, el martes por la noche, pasadas las 20.30, las llamadas de las que informó EL ESPAÑOL este jueves: la de Albares a Belarra, para sondear a la líder de Podemos cómo reaccionaría, pero sin confirmar que fuera una decisión. Y la del presidente a líder de Unidas Podemos y a Pablo Casado (aún presidente del PP) para informarles del cambio de criterio.
Y lo último, que Yolanda Díaz, a pesar de saber lo que sabía, entró en el Congreso el miércoles proclamando su "apoyo absoluto al presidente" en las decisiones sobre la guerra de Ucrania.
Teniendo en cuenta que ella lidera Unidas Podemos y lo sabía, pero que Ione Belarra lidera Podemos y no tenía ni idea, la reacción de la ministra de Derechos Sociales fue furibunda. Contra Sánchez, por romper el pacto del viernes anterior y anunciarlo sin respetar a Podemos. Y de rebelión ante Díaz, porque ya en ese momento Belarra era consciente de que la vicepresidenta segunda sí estaba informada.
"Si llega a estar Pablo"
En su descargo, Yolanda Díaz hizo saber que a ella el presidente le había dicho que Albares transmitía, en ese mismo momento, la misma información a Belarra. "Pero si lo sabía, bastaba con haber dicho, a la entrada del Congreso, que el Gobierno está unido, o que manda Sánchez... ¿para qué se significa?", comenta un diputado de Podemos. "¿Y por qué aplauden Garzón y Subirats?", añade, recordando los orígenes combativos del partido.
"Lo que está claro es que si Pablo Iglesias hubiese estado allí, el lío habría sido morrocotudo".
Este parlamentario corrobora la sensación que daba Irene Montero a la salida de la sesión del miércoles, en el Congreso. La ministra de Igualdad estaba deseando hablar con la prensa, y expresar su enfado doble. Con Pedro Sánchez y con Yolanda Díaz. El mismo que había expresado -ella con más urgencia, como secretaria general del partido- Ione Belarra, que se salió del hemiciclo, escopetada e "indignada", nada más acabar el discurso del presidente.
Ninguna de las dos dio palmas a Sánchez. Díaz sí lo hizo.
"Es su estrategia de liderazgo, no liderar, al menos no por ahora", explica una fuente interna de Unidas Podemos. Por eso cuando Montero decía a este diario "estamos muy preocupadas por el futuro de la coalición", la pregunta fue inmediata: "Estamos preocupadas... ¿en Podemos o en Unidas Podemos?".
Y la réplica consiguiente, elocuente: "Pregunta a quien haya dicho otra cosa".
En el seno del partido se sigue aceptando a Díaz como la líder. Pero lo cierto es que las opiniones incluyen desde que va por libre, hasta que desde su llegada los maitines en Moncloa ya no son grupales, sino cara a cara de ella con el presidente. Y, por supuesto, que cultiva una imagen personalista mientras habla de "escucha y transversalidad".
Un exdirigente muy cercano a Iglesias lo sentencia: "Yolanda mide sus pasos, ha elegido un papel institucional, y eso le funciona". Pero lo cierto es que sólo a ella, en la valoración de líderes que reflejan las encuestas. No a la marca morada, en las elecciones. Como se comprobó con "el batacazo" de Castilla y León. "No esperábamos cinco escaños, como se llegó a decir. ¡Pero uno! Es un horror".
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