Si no han oído hablar de él probablemente tampoco hayan oído hablar de la guerra cultural, pues Agustín Laje (Argentina, 1989) es uno de sus más firmes combatientes. El politólogo y escritor argentino es toda una referencia internacional entre aquellos intelectuales que abogan por disputar el discurso hegemónico de la izquierda.
En España se habla de dicha pugna ideológica desde que Cayetana Álvarez de Toledo puso el debate encima de la mesa, pero es Vox quien hace bandera de esta causa. Para darla, Santiago Abascal se fía de las recetas de Laje, que están desarroladas en su último libro: La batalla cultural: reflexiones críticas para una nueva derecha.
En su contraportada, el presidente de Vox riega de elogios a su gurú ("Laje demuestra una vez más su clarividencia a la hora de analizar una de las grandes preocupaciones de nuestro tiempo"), y reflexiona sobre el carácter del conflicto: "Debemos hacer frente común al rodillo ideológico impuesto por la izquierda, que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, y oponernos a la asfixiante corriente que vulnera el derecho a disentir y que pretende imponernos un discurso único".
Laje sostiene que la "nueva izquierda" comprendió la importancia de la cultura, que ahora parasita, frente a una derecha que la menospreció Y ahora la situación se ha vuelto peligrosa para las libertades, con instituciones como la familia en jaque por la "agenda proabortista". Por eso llama a liberales ("no progresistas"), conservadores y "patriotas" a alglutinarse en un frente común: la "nueva derecha".
En esta entrevista, que transcurre dos años después de su última parla con EL ESPAÑOL (estudió junto al entrevistador Filosofía en la Universidad de Navarra), Laje reflexiona sobre la pérdida de libertades derivada de la pandemia, el aborto, el fenómeno Isabel Díaz Ayuso, Vox, la guerra en Ucrania. Y, por supuesto, la batalla cultural.
¿Cómo ha afectado la pandemia a nuestro marco de libertades civiles? ¿Somos menos libres que hace dos años?
Sin lugar a dudas. Una persona hoy no puede ingresar en un establecimiento público sin que se le mida la temperatura del cuerpo con cámaras inteligentes, no tiene dominio sobre la elección de qué meterse o qué no meterse en el cuerpo, está en muchos casos perdiendo su trabajo, su libertad de movilidad, su libertad económica… Y no por disposiciones de las empresas privadas, sino por disposiciones de los propios Gobiernos.
Hemos entregado la libertad a cambio de una supuesta seguridad, pero empezamos a enterarnos de cosas que resquebrajan el relato oficial. Hace unas semanas, en la Universidad Johns Hopkins salió un estudio de investigación que afirma que las cuarentenas no han tenido ningún impacto significativo en la reducción de los contagios, por ejemplo. Esto es sumamente significativo porque nuestra clase política se aprovechó de nuestro miedo, y el temor es el sentimiento más significativo para la política. Hobbes describe el Leviatán en función del miedo: es el miedo lo que nos hace entregarle al Leviatán todos nuestros derechos y someternos al soberano. Acá ha pasado lo mismo.
Todo ha sido una gran manipulación, independientemente de los orígenes del virus. No tenemos ni vamos a tener, a corto y medio plazo, una definición sobre el origen del virus. No vamos a saber si fue algo creado por China o algo espontáneo. De saberlo, tendríamos que ir a una guerra mundial contra China, tendríamos que cortar realmente relaciones con ella. Pero China domina comercialmente el mundo y nadie va a querer hacer eso.
Digamos que los individuos han entregado voluntariamente parte de su libertad a cambio de seguridad.
Es la dialéctica de Hegel del amo y el esclavo. ¿Por qué un hombre es amo y por qué otro es esclavo? Porque dos hombres se disputaron en un combate a muerte y hubo uno que tuvo miedo de morir, se rindió y prefirió ser un esclavo vivo a un hombre libre muerto. Nos han llenado de miedo a la muerte, y eso nos ha hecho entregar la libertad.
Qué paradójico que quienes han sido educados en los tan cacareados derechos y libertades han terminando aceptando prácticas de disciplina social en algunos casos arbitrarias e irracionales.
Vivimos en una crisis existencial. La posmodernidad es una falta absoluta de sentido, el reino del relativismo, y cuando los individuos no tienen sentido trascendental sólo les queda mantener la mera vida. Lamentablemente, las personas llegaron a un punto en el que entendieron que sólo tenían su mera vida, y decidieron mantenerla a toda costa, aun cuando se revelaba que la mortalidad del virus era de 0,1% aproximadamente.
Aquí se impuso la mascarilla en exteriores contra todo criterio...
El miedo nos ha llevado a hacer del Estado un dios terrenal. ¿Cuáles son las características de Dios? Omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia. Todo lo puede, está en todas partes y todo lo sabe. Hoy el Estado está en todas partes. Se ha practicado el ciberpatrullaje, fue legitimado. Se hizo del Estado un Gran Hermano, un panóptico, que diría Foucault, que nos mira constantemente.
También es omnipotente: todos consentimos entregar mucho más poder al Estado para que regente nuestras vidas porque estábamos muertos de miedo. Y es omnisciente. Todo lo que el Estado diga no puede ser cuestionado, y quien cuestione al Estado se convierte ipso facto en un antivacunas. Es increíble. Yo me puse la vacuna porque viajo y no puedo perder el trabajo internacional que hago, pero entiendo que una persona, de acuerdo a su juicio racional, decida por su estilo de vida y condiciones sanitarias no ponérsela. ¿Eso te transforma ipso facto en antivacunas? ¿Pero cómo es esto?
También se emplea el término "negacionista".
Eso es batalla cultural pura y dura. Se buscan significantes muy bien escogidos para modificar la percepción de las personas respecto de una realidad. ¿Cuál es la realidad? Que las personas tienen el derecho individual a vacunarse o no. Eso es un derecho individual incuestionable. Tú puedes tener todas las vacunas del mundo desde chico puestas, pero como tengas dudas sobre esta te conviertes en negacionista y antivacunas.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de "guerra cultural"?
Es una disputa de magnitud por los elementos de una cultura: las costumbres, las tradiciones, las creencias, las normas, los valores, las historia, los modos del lenguaje… Somos animales culturales, no hay ningún ser humano que esté al margen de una cultura. Robinson Crusoe es un mito. Los seres humanos vivimos en sociedad y la sociedad produce cultura. La cultura marca el comportamiento, así que controlar la cultura implica controlar al hombre.
Esta disputa, esta batalla, se hace a través de las instituciones y de los dispositivos culturales. Con esto quiero decir que una batalla cultural no es una batalla armada, no tiene nada que ver con lo que está pasando en Ucrania, aunque si lo miras de cerca en Ucrania hay una guerra armada, pero en la periferia hay mucha batalla cultural.
¿Por qué esta guerra concierne en exclusiva a la derecha?
Concierne a la derecha porque la izquierda ha detentado durante años la cultura. La derecha empezó hace poco a darse cuenta de que la cultura es importante, porque siempre había pensado que era una cosa de hippies, de gente que dedica su tiempo al ocio. Con el tiempo empezó a darse cuenta de que la izquierda domina hoy los colegios, las universidades, la literatura, el arte, los museos… ¡La Historia! La derecha tomó nota tarde de eso. Pero no había una teoría de la batalla cultural, por eso decidí escribir un libro sobre ello.
Juan Carlos Girauta dice que si no se da la batalla cultural lo que ayer parecía indeseable, hoy parece lógico, y mañana parecerá deseable. Esto parece bastante claro en la cuestión del aborto...
Va a pasos muy acelerados. En el año 2018 en Argentina se presentó un proyecto de ley para legalizar el aborto hasta la semana número 12. ¿Qué decían los sectores proabortistas? Que la vida humana empezaba a existir a partir de la semana 13, y por eso ellos hacían un proyecto de ley hasta la semana 12, para respetar la vida humana.
En 2020 se vuelve a presentar un proyecto de ley, que fue el que se aprobó, llevándolo a la semana 14. Los mismos que decían que la vida empezaba en la semana 13 pasaron a decir que en verdad empezaba a la 15. Hace semanas en Colombia se despenalizó el aborto hasta los 6 meses de gestación y aquellos que decían en Argentina que la vida comenzara en la semana 15 celebraron que en Colombia se puede abortar hasta la semana 24.
Dicen que quien no tiene principios no tiene final…
Claro. Y no les interesa la discusión de fondo del aborto: el debate es cuándo empieza a existir un ser humano. Si nuestra sociedad se vanagloria de respetar los Derechos Humanos, el primer derecho humano sin el cual ningún otro es posible es el derecho a la vida. Si quitas este derecho toda la estructura se viene abajo. Discutamos en qué momento empieza a vivir un ser humano…
Hay una parte del feminismo que ha superado ese debate: admiten que puede haber vida, pero prima la voluntad de la madre de decidir sobre su propio cuerpo.
Esto lo expone con claridad el filósofo Peter Singer, con quien estoy en las antípodas: la premisa mayor es que está mal asesinar a un ser humano inocente. Premisa menor: el feto es un ser humano inocente. Conclusión: está mal abortar.
Singer admite que es indiscutible que la vida humana empieza desde la concepción. Pero por eso mismo pide superar ese debate para cuestionar no la segunda premisa (el feto es un ser humano inocente) sino la primera (está mal asesinar a un ser humano inocente). ¡Qué atroz es esto!
Hoy se discute eso: hasta dónde llega el derecho a decidir que yo tengo. El derecho a decidir nunca es absoluto porque vivimos en sociedad. Yo no puedo decidir sobre algo que afecte a los derechos individuales de otro: yo no puedo decidir robarte tu celular, violando tu derecho a la propiedad, o pegarte, violando tu derecho a la integridad física. Cuando eso se pone en cuestión se desmorona la estructura ontológica del derecho, que depende del respeto a la vida para hacer efectivo cualquier otro derecho.
Cuando la izquierda se impone en el terreno discursivo termina por zanjar un asunto diciendo que ese es un "debate superado". ¿Sucederá con el aborto?
El aborto es un debate perdido por ellos, pero tienen el poder político que les permite saltarse las consecuencias de haber perdido el debate. En Argentina en 2018 se llevó adelante un debate público en el Congreso que duró muchos meses. Ese debate fue ganado por el sector a favor de la vida. El sector proabortista llevaba gente de la farándula y de los medios de comunicación. El sector a favor de la vida llevaba científicos, embriólogos y genetistas a hablar de Ciencia. En el otro sector se hablaba desde las emociones.
La gente tomó nota de esto. Hubo un filósofo del lado abortista que dijo "acá no hay que discutir cuándo empieza la vida porque esto es una discusión política". Increíble. Cuando terminó ese debate, en Argentina se rechazó el aborto. Y cuando uno hace encuestas, la inmensa mayoría está en contra. Por eso cuando vuelven a la carga en 2020 no dan un debate abierto y publico, apenas en dos días hacen un debate exprés en el Congreso y la prensa no introduce en la agenda el tema con la misma fuerza que en 2018. Además, se compraron voluntades políticas y así se aprobó el aborto en Argentina.
En Colombia tampoco se debatió. Nueve jueces tomaron la decisión: cinco a favor de despenalizar el aborto hasta la semana 24 y cuatro estuvieron en contra, pero no hubo debate público. Ellos saben que están perdiendo los debates públicos.
En España se ha planteado recientemente un debate muy sugerente en torno al lugar que ocupan los intelectuales cristianos en la esfera pública. ¿Cree que el humanismo cristiano está preparado para plantear una alternativa cultural?
Antonio Gramsci separaba a los intelectuales en dos grandes grupos: el intelectual orgánico y el intelectual tradicional. El orgánico está comprometido deliberadamente en un combate cultural; y el intelectual tradicional quiere saber por el mero disfrute del saber, se regocija en el mero saber, que diría Aristóteles.
Los intelectuales cristianos se han aislado del debate público, se han metido dentro de burbujas académicas y el saber ahí ya no se muestra como la contracara del poder, sino que apunta al goce por el propio saber. Haría falta un involucramiento del intelectual cristiano como intelectual orgánico en los debates públicos.
Por lo que dice se desprende que las universidades no tienen el poder de modular la opinión pública como lo tienen las televisiones, por ejemplo.
Nunca hemos estado tan bombardeados por los medios como ahora. Cuando uno empieza a ver la cantidad de cultura y datos que se generan todos los días, y los datos son reflejo de la cultura, uno se da cuenta de que está en un mundo donde lo natural ha desaparecido para siempre.
Nuestra cultura ya no tiene piso, no tiene raíces porque reniega de su pasado, se presenta como un rizoma, una cosa sin orden, caótica. Esa es la cultura de nuestro tiempo, y los medios de comunicación se han convertido en maquinarias de batalla cultural que se han puesto a la disposición de ciertas agendas.
¿Las redes sociales han cambiado el paradigma comunicativo?
Sí, y la pandemia ha acelerado la transferencia del mundo real al digital. Hay algo importante: en el mundo digital nosotros somos hacedores de lo real, mientras que en el offline nosotros estamos sujetos a una realidad que es extramental. En el mundo online somos criaturas que navegan dejando huellas a cada paso que dan.
Yo doy datos y estadísticas en el libro de cómo la desconfianza en los medios tradicionales ha crecido sin parar desde los 70 del año pasado. Eso es muy bueno porque internet permite a todos ser comunicadores sociales, tiene un polo democrático. Una persona se convierte en comunicadora cuando tiene una cuenta de Twitter, un canal de YouTube, un pódcast…
¿Percibe ya un cambio de paradigma cultural?
Sí. Hay una reacción clara en todos nuestros países que hacen la lógica de guerra de guerrillas: cuando un bando débil, en términos cuantitativos y cualitativos, tiene que enfrentarse a un ejército profesional la guerrilla cambia las reglas del juego, se mete en la selva, en el monte y elabora una guerra de guerrillas. Ahora pasa algo similar con la cultura: todos aquellos que estábamos hartos de la corrección política nos dimos cuenta de que podíamos ser guerrilleros culturales a través de las redes sociales.
El síntoma más claro de que esto está teniendo efecto es que las grandes tecnológicas están reaccionando con medidas represivas, con censura en redes sociales. Cuando el poder muestra sus dientes es porque está débil.
Las grandes tecnológicas tienen un proyecto político e ideológico. Mark Zuckerberg admitió en el Congreso de Estados Unidos que censura a conservadores y gente de derechas porque en Silicon Valley son progresistas. El CEO de Twitter, cuando le censuraron la cuenta a Donald Trump, dijo que eso era la punta del iceberg porque "debajo hay todo un movimiento que tenemos que reventar". Ellos tienen un proyecto ideológico de acuerdo a una agenda progresista, y eso está asumido públicamente. Si tienen que empezar a limitar la libertad de expresión es porque la situación se les ha ido de las manos.
¿Cómo debe ser la nueva derecha?
Yo concibo una nueva derecha como una articulación hegemónica entre sectores libertarios no progresistas, conservadores no inmovilistas y patriotas que no confundan el amor por la patria con el amor por el Estado. Estas fuerzas me parecen vitales para una nueva derecha: cada una tiene algo para dar que la otra no puede.
Los libertarios tienen una conciencia clara sobre el peligro del estatismo, y nunca hemos tenido tanto estatismo como hoy. Cuando el Estado avanza, el libertario prende sus alarmas. Por otro lado, los sectores conservadores son los que mejor leen los problemas de las instituciones culturales, son los que más se han puesto en pie de guerra en la lucha a favor de la vida, por ejemplo. Y los patriotas son muy importantes porque prenden sus alarmas cuando la agenda globalista pretende socavar la soberanía de las naciones. Yo imagino una nueva derecha con esas tres patas.
¿Esas tres patas tienen su expresión en España? ¿Ciudadanos, PP y Vox?
No creo. Dentro de los libertarios sí hay progresistas libertarios que les gusta Ciudadanos, pero por eso aclaré "libertarios no progresistas". A estos los veo más cerca de Vox. Dentro de Vox hay patriotas, conservadores y libertarios, que conviven y se están articulando con la forma de lo que en mi libro defino como "nueva derecha".
La izquierda lleva tiempo unificada en torno a una etiqueta común.
Dentro de las izquierdas hay un montón de siglas y distinciones. Hay casi una ideología de izquierdas por cada izquierdista: posmarxistas, neomarxistas, marxistas-leninistas, maoístas, socialdemócratas, trotskistas… Sin embargo, todos ellos se reconocen de izquierdas. A todos ellos los une un significante tendencialmente vacío que es la izquierda, que se reacomoda en sus contenidos de acuerdo a sus coyunturas históricas desde la Revolución francesa hasta hoy. En la derecha todos quieren tener nombre propio: libertario, paleolibertario, conservador, nacionalista, patriota…
Vamos, que la derecha debe reivindicarse como tal.
Siempre se necesita un significante tendencialmente vacío para consolidar una cadena hegemónica: una nueva identidad general para un conjunto de identidades particulares. Hasta que no se supere la vergüenza de decirse de derechas no va a poder pasar. La izquierda se cargó a cien millones de muertos en el siglo XX, destrozó la economías de raciones riquísimas como Venezuela y reventó las libertades individuales en lugares como Cuba, pero ellos no tienen vergüenza de decirse de izquierdas. ¡Y en cambio la derecha está muerta de miedo! Dicen que no tiene sentido hablar de izquierdas y de derechas...
¿El eje izquierda-derecha sigue siendo funcional para interpretar la realidad política actual? En Vox hay quien plantea hablar de globalistas y patriotas.
El eje izquierda-derecha cumple una función básica y vital que es la de la simplificación. Yo la crítica que hago al eje globalista-patriota es que si me subo a un taxi en Madrid, el taxista sabe claramente que Pablo Iglesias es de izquierdas y Santiago Abascal es de derechas. Pero si le pregunto cuál es globalista y cuál es patriota, lo confundo.
La fuerza de las palabras "izquierda" y "derecha" es que son parte del vocabulario político primario. No hay que hacer ese combate por educar ahora en qué es el patriotismo y qué es el globalismo. La realidad política es tan compleja que la gente necesita atajos cognoscitivos.
¿Está la derecha española sabiendo dar la batalla cultural?
Yo creo que la está dando más fuerte que nunca. Vox, en cinco años, se convirtió en la tercera fuerza política nacional de España, y su techo no está a la vista. No lo tiene. ¿Por qué? Porque han hecho cosas de nueva derecha que son importantes. Por un lado, se quitó ese ropaje aristocrático típico de las derechas: las derechas siempre han olido a naftalina, a élite, a aristocracia, a oligarquía. En cambio, Vox recorre las calles con la gente común y corriente, se acerca a las clases obreras… Como Javier Milei en Argentina, que se iba a las barriadas más pobres de Buenos Aires y ahí recogió votos.
La izquierda lleva años siendo maximalista y populista, y cosechando réditos por ello. Es por eso que usted defiende que la derecha debe serlo también.
Vox, por ejemplo, tiene este componente, pero las derechas no han comprendido el fenómeno populista, y han terminado disculpando al socialismo en nombre del populismo. En América Latina se decía que Chávez, Maduro y Correa son populistas, entonces la gente empezó a pensar que lo malo per sé era el populismo, y no el socialismo. Si ahora le dices a la gente que Bolsonaro y Trump también son populistas, se pierde.
¿Quiénes son populistas en España?
Unidas Podemos fue populista, pero ahora su estrategia no es construir el pueblo sino construir minorías. No es lo mismo. Y es Vox quien está jugando una estrategia populista definiendo España, como Trump definía América. El populismo no es una ideología, no es un programa económico. Muchos economistas liberales confunden populismo con clientelismo. El populismo es una forma del discurso político que tiene por objetivo construir esa ficción que llamamos pueblo. Y es una ficción necesaria porque de ella depende la legitimidad del sistema democrático.
¿Qué opina de Isabel Díaz Ayuso? La presidenta madrileña es una de las líderes más destacadas de la derecha española en estos momentos.
La victoria de Ayuso fue una victoria de Vox. Y no lo digo porque yo tenga simpatía por Vox, sino porque en términos de batalla cultural quien instituyó el discurso político sobre el cual se recostó la señora Díaz Ayuso fue el discurso de derechas de Vox. Lo mimetizó. Cuando la escucho hablar me recuerda a las primeras alocuciones de Santiago Abascal. Esta señora representa el intento del Partido Popular por volver a conquistar a la derecha que quedó desencantada con el PP en los últimos años.
Me interesa mucho su opinión acerca de otra guerra, que no es la cultural, sino la guerra de Ucrania. ¿O debería hablar de invasión?
Hablar de guerra es más neutro. Y no porque yo tenga simpatía por Putin, ojo. Esta guerra tiene tres ejes significativos que sirven para no simplificar el asunto. Uno es el eje identitario. El problema Rusia-Ucrania no nace en estos años, sino que es un problema que viene de la Guerra Fría, de primera mitad del siglo XX. Hay toda una historia de resentimientos mutuos, de sometimiento del pueblo ucraniano por parte de Rusia. Pero los efectos de esos conflictos han llevado a una Ucrania donde el 80% de la población habla ruso, además de ucraniano. Sólo el 20% de la población habla sólo ucraniano, lo que te da una pista interesante del problema identitario que hay ahí.
Luego está el eje económico: Ucrania es estratégicamente un territorio que guarda poder económico por la zona en la que está, por los gasoductos que pasan por ahí, por la salida al mar... Ahí se está jugando un asunto económico.
Y luego está el asunto geopolítico. La OTAN ha ido acaparando cada vez más estados de la URRS que antes estaban bajo el control de Rusia para absorverlos en la OTAN. Esto, lógicamente, ha generado una crisis para los intereses geopolíticos rusos y Ucrania es uno de esos países donde siempre se está discutiendo si va a ser parte de la UE o no de la OTAN o no. Esta reacción rusa también se explica por la expansión de la OTAN.
¿Cómo ubicaría ideológicamente a Vladímir Putin?
No es comunista, eso seguro. Yo no creo que el proyecto de Putin sea restablecer la URSS como el faro del comunismo internacional. Ese análisis es errado. En la Rusia de Putin no hay comunismo, hay capitalismo de Estado. Esto se explica geopolíticamente, no ideológicamente. No hay un proyecto político, sino un proyecto geopolítico, que es devolverle a Rusia su zona de influencia. Rusia es un pueblo imperialista, que ha estado involucrado siempre en la anexión de otros territorios. Han entrenado guerrillas que han combatido en América Latina, siempre han tenido una mirada mundial imperial. Putin es un nacionalista que tiene un proyecto de expansión rusa para restablecer las zonas de influencia que tuvo en el pasado.
Unidas Podemos ha cargado contra la OTAN y enarbolado el "no a la guerra", que es una postura que beneficia al Kremlin. ¿A qué se debe esa extraña confluencia?
A que probablemente los financien. Esto es clarísimo. No hay que darle muchas vueltas. Fijémonos en el canal Rusia Today. Es un canal que se dedica a distribuir feminismo radical, ideología de género, abortismo… ¡Todo lo que Putin prohíbe en su patria te lo manda a la tuya! ¡Es increíble! Y todos estos partidos de izquierdas se recuestan en Rusia porque Rusia necesita complicar el dominio norteamericano sobre distintos países. ¿Por qué Rusia financia Venezuela, Cuba o Argentina? Porque le conviene que la izquierda se mantenga en estos países. Mientras esté la izquierda, la influencia de Estados Unidos es menor. Son guerras de interés geopolítico, no ideológico.
¿Habrá una Tercera Guerra Mundial?
Si esta pregunta me la hubiera hecho hace cuatro días mi respuesta sería otra. Las cosas cambian tan rápido, todo es tan imprevisible, que es muy difícil responder más allá del día a día. Yo pensaba que iba a ser un conflicto de corto alcance, que iba a durar un par de semanas y terminaría con el cambio del gobierno ucraniano por uno prorruso, sin anexión. Pero cuando se empieza a jugar la carta nuclear la cosa cambia. Quizá Rusia no tenga tanto que perder como creemos.