La última reforma del Ritz, la que ha dado al hotel su nuevo estilo mandarín, debió de convertir el spa en la laguna Estigia. Fuera, en una mañana de tormenta, llovía una ceniza marrón. Dentro, desayunaban los aparecidos. A la llamada del nuevo Partido Popular acudían, ¡en pie igual que Lázaro!, Alfonso Alonso, Martínez-Maillo, Carlos Floriano...
Parecía un espejismo, un ejercicio de brujería, pero justo cuando daba comienzo el conciliábulo aparecía el gran Rafa Hernando con la velocidad de un rayo. Alberto Núñez Feijóo ya ha imprimido a la organización la facultad de las viejas meigas. El arte de la resurrección.
Presentaba Esteban González Pons el acto de Nueva Economía Fórum. Daba la conferencia Cuca Gamarra. El hombre y la mujer elegidos por el todavía presidente de Galicia para sacar al PP del programa de Hermano mayor en el que andaba metido.
Cuando terminan las guerras, algunos ciudadanos exhiben una falsa simpatía por el nuevo régimen con el noble propósito de salvar la vida. Cuando terminan las guerras de los partidos, ya en democracia, una gran mayoría de políticos exhibe sus simpatías por el nuevo régimen para seguir cobrando a fin de mes.
Tan evidente era la voracidad por el cargo que uno de los observadores resumía al poco de empezar: "¡Hacía muchísimo tiempo que no veía tanto peloteo!". Si no fuera por la proliferación del código QR, el Ritz también se habría llenado de currículums. Con permiso de Inés, que está de baja maternal, podría haber utilizado González Pons, que tiene mucho ingenio, el título "arrimados".
Se ponían el abrigo unos a otros. Se abrazaban. Se besaban. No había habido tanto cariño social en dos años de pandemia. Es verdad que la derecha suele mostrar algo de pudor en el roce. Y el votante lo agradece. Era un roce casto, lejano al roce febril que se brindaron en Versalles Pedro Sánchez y Emmanuel Macron.
González Pons, un escritor al que le incomoda, como es lógico, el protocolo, intentaba abrir el acto con un listado de cargos. Por fortuna, el narrador se imponía al eurodiputado y concluía: "Queridos amigos del PP, queridos amigos que no son del PP y queridos todos aquellos que han venido a ver qué pasa". Le respondía uno de los patrocinadores con delicado ingenio: "No hemos venido a ver qué pasa. Hemos venido a ver qué les pasa".
Y les pasa que, por primera vez en casi tres años, el PP se siente vivo, con posibilidades reales de competir por La Moncloa. Como en aquellos teatros de principios del siglo pasado, cuando sonaba el nombre de "Feijóo", los aplaudidores rompían en ovación.
"Cuca y yo somos amigos desde que ella era pequeña y yo no. El destino ha querido que nos convirtamos en la pareja de hecho de la temporada", decía Pons. Él, que es veterano, estaba prologando el laberinto que luego iban a sortear para conseguir salir del Ritz. Se les abalanzaban los vivos y los resucitados, las cámaras y los micrófonos.
Como si fuera un Día de Todos los Santos, convivían en perfecta armonía. Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida estaban sentados en la misma mesa. Desayunaban sin ese escalofrío que recorre la espalda cuando sabes que te mira alguien dispuesto a apuñalarte.
"¡La dirección nacional del PP apoyando a Ayuso! Esto es increíble", diagnosticaba un importante dirigente a la salida. Había tanta gente, había que incluir a tantos, que González Pons se veía obligado a escribir más etiquetas que en un Zara el día de las rebajas: "Somos el partido de la libertad. El de la economía social. El de la economía de mercado. El de la energía verde. El de una transición energética justa. El de la España de los municipios. El de la España plural. Un partido europeísta. Un partido atlantista. Un partido americanista".
Si eso acaba resultando cierto, a Núñez Feijóo le va a tocar liderar más familias que las que integraban la UCD –y no acabó bien–. Pero ya vendrán días peores, hoy era momento de mirar al futuro... y de colocarse. "Al pan, pan; y al vino, vino", podríamos decir parafraseando a González Pons.
"Esteban le pone a todo mucho sentido del humor", celebraba Cuca Gamarra al poco de acercarse al micrófono. Y llevaba razón. Suele sostener González Pons que los políticos necesitan tomarse menos en serio a sí mismos. Si cumple con su propósito, saldremos todos ganando.
Esteban y Conchita –porque Cuca se llama Conchita– lo tienen todo –no hay ironía en esto– para traer ese tipo de política al PP. ¡Tienen hasta el nombre! Esteban y Conchita. También lo tuvieron Pablo y Teodoro, pero convirtieron Génova en una sucursal de Nuevas Generaciones.
Gamarra dibujaba un "partido de Estado", dispuesto al pacto, feliz de las rectificaciones de Pedro Sánchez, con la mano tendida. Pero hacía bien en reivindicar que tender la mano no es ser idiota. Para pactar, Sánchez deberá dejar de ser Sánchez.
Cuando Cuca hablaba de escolarización, saltaban las alarmas. Porque uno no sabía si iba a referirse, en un golpe de genialidad, a la escolarización de todos esos cargos que esperan estar inscritos en septiembre en el colegio de Génova, 13.
Incluso a Cuca, que es la viva imagen de la moderación, se le iba la mano en el piropo. Le adjudicó a Feijóo cinco mayorías absolutas en lugar de cuatro. Feijóo se aparecía como Rafa Nadal y Galicia como Roland Garros.
Sostiene González Pons que Cuca es "una de esas políticas que siembra, espera y recoge". Lo dice con frecuencia, firmemente convencido de ello. A Cuca, como buena riojana, le gusta el vino. Si hubieran estudiado en Nuevas Generaciones, ya habrían montado una bodega. Podrían llamarla "Políticamente deseable". Pero tienen una misión: unir a los vivos y los resucitados del Ritz en "un partido serio".