Pedro Sánchez se ha quedado solo. No se puede decir ni siquiera que "con su Gobierno". Porque los ministros de Unidas Podemos han dejado claro que "no comparten" su cesión a las pretenciones de Marruecos respecto al Sáhara Occidental e incluso Yolanda Díaz ha advertido de que "seguirá trabajando", en contra de la posición marcada por el presidente, por "la autodeterminación del pueblo saharaui".
Pero el PSOE se defiende y dice que no ha "traicionado" a Naciones Unidas. El PSOE oficialista, se entiende, porque dentro del partido del presidente muchas voces hablan por lo bajo criticando "este viraje de 180 grados" en la posición tradicional de España. "El Sáhara es un elemento sentimental para nosotros", explica una exdirigente histórica a este diario.
Y no sólo eso, también era un compromiso. El programa electoral socialista (página 286), con el que Sánchez ganó las elecciones de 2019 decía una cosa completamente distinta a la que ahora defienden el presidente y su ministro de Exteriores, José Manuel Albares. Aunque es cierto que en el 40 Congreso del pasado mes de octubre, el PSOE ya eliminó la mención a la "autodeterminación" del pueblo saharaui de su ideario (punto 1320, página 159, de la ponencia marco).
En todo caso, el presidente comparecerá ante el pleno del Congreso para dar explicaciones. "Ya es tarde, hubo de convocar un debate antes de escribir una carta a Mohamed VI", alegan fuentes del PP. Los populares registraron el mismo viernes una petición de comparecencia, rechazando la que voluntariamente anunció Albares.
El enfado de Argelia
En ese pleno, Sánchez tratará varios asuntos, no sólo el Sáhara. Porque se le acumulan los problemas (y graves) sobre la mesa de Moncloa: Ucrania, crisis socioeconómica, estallido social, inflación, escasez energética... y todos redundan en el enfado de Argelia.
Porque la guerra y las sanciones a la Rusia de Putin han puesto al enemigo de Marruecos y aliado del Frente Polisario en una posición de ventaja. Por un lado, para la venta de su gas a Europa, cuyas restricciones están provocando la subida de precios, las huelgas y el consiguiente estallido social. Y por el otro, se permite llamar mentiroso al Gobierno español, filtrando que "nunca" se les informó.
"Es pura representación, no han aguantado la presión", apunta un ministro conocedor de la negociación. "Albares llamó a su homólogo y al embajador" antes del anuncio de Marruecos.
Pero lo que molestó en Argel fue una frase concreta del titular español de Exteriores en su rueda de prensa del viernes, en la que se entendía lo que ni siquiera debía sugerir: "La diplomacia requiere de discreción y de no airear las conversaciones o las reuniones", comenzó, "pero yo tengo una muy fluida relación con el ministro argelino Lamamra... y le garantizo que en esa fluida relación se abordan todos los temas".
Prácticamente todo el arco parlamentario ha exigido al presidente que comparezca, después del viraje con el Sáhara. Después del PP, este lunes registraba su petición Ciudadanos, por medio de su portavoz, Edmundo Bal.
Y además, lo hicieron, de forma conjunta en este caso, todos sus socios parlamentarios: desde ERC y Bildu al PNV, pasando por Más País, Compromís, NCa, CC, Junts per Catalunya, PDeCAT, CUP, y BNG.
Los argumentos que utilizará Sánchez, según ha podido saber este periódico, se basarán en un argumentario que encadena, al menos, tres contradicciones.
Contradicciones encadenadas
El primer razonamiento será que "se ha superado la peor crisis con Marruecos en décadas", y que "ahora inauguramos una nueva etapa bilateral en la que el gobierno de España lleva trabajando varios meses".
Pero que -éste es el segundo- ese acuerdo con el régimen de Mohamed VI "no supone un cambio de posición en relación con el Sáhara".
Aunque -y aquí viene el tercero- el arreglo con Rabat cumple "un objetivo principal": la defensa de "los intereses de España" y, en especial, "de nuestra seguridad, nuestra soberanía, nuestra prosperidad y nuestra integridad territorial, incluyendo Ceuta y Melilla".
Todo eso junto y a la vez es imposible, y no encaja. Porque, ¿alguien se cree que Marruecos devuelve a la embajadora si España no ha cedido en su explícita exigencia respecto al Sáhara?
Porque, si hasta hace cuatro días Moncloa reprochaba "el doble lenguaje de Francia", la "fea jugada de Alemania" y la decepción con la Administración Biden por "no revertir el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara" que les dejó hecho Donald Trump un mes antes de salir de la Casa Blanca, ¿por qué ahora se argumenta desde el Gobierno como algo bueno que "Francia y Alemania tienen posiciones muy similares a la de España"?.
¿Y a qué viene que Bruselas salude como "un acercamiento positivo" el anuncio del viernes por la tarde, si no ha cambiado nada?
Es más, si la nueva postura de España está "en el marco de Naciones Unidas y de las resoluciones del Consejo de Seguridad, como la más reciente de ellas, 2602", para encontrar una solución "mutuamente aceptable al conflicto", ¿por qué el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, mostró este lunes su rechazo?
Y finalmente, ¿por qué viajó a Madrid, Rabat, Argel y Nuakchot la semana pasada la subsecretaria de Estado americana, Wendy Sherman, si no fue para cerrar esto? ¿O por qué llamó Pedro Sánchez el domingo 6 de marzo al presidente argelino, Abdelmajid Tebboune? ¿Y por qué recibió en Moncloa, el pasado jueves, al mauritano, Mohamed Ould Ghazouani?
Una cosa sí es cierta, como alegan fuentes del Gobierno en conversación con este diario. "Éste es un acuerdo España-Marruecos, no se trata del Sáhara", explica un ministro. "Hay que tener en cuenta que ahora queda lo que Rabat negocie con los saharauis, en el marco de Naciones Unidas".
Es decir, que España (Sánchez) se aparta de un conflicto que sólo se mantenía por una cuestión moral y, realmente -según Moncloa-, todo queda como estaba: "La responsabilidad ahora es toda de Rabat", que no puede salirse de las resoluciones de la ONU.