Pedro Sánchez ya admite que "la situación no es perfecta", pero se defiende de la crisis del caso Pegasus alegando que, "al menos, no están los mangantes en el poder como cuando ustedes gobernaban".
El presidente del Gobierno fue zarandeado por Cuca Gamarra (PP) y Edmundo Bal (Ciudadanos) en la sesión de control más dura de la legislatura. Y no por el nivel de insultos, sino por la debilidad palpable del jefe del Ejecutivo, incapaz de dar explicaciones y falto de respuestas que no fueran remontarse a "la moción de censura" de hace cuatro años para "sacar del Gobierno a un partido condenado pode corrupción".
La portavoz y secretaria general popular ni se indignó ni hizo aspavientos. Simplemente le auguró que "ya está cerca su salida de Moncloa" y lanzó un mensaje de tranquilidad a quien estuviera viéndolo todo en la tele: "Cuando eso pase, usted dejará no sólo una enorme crisis económica, sino una crisis institucional mucho peor. Pero en el PP ya sabemos lo que nos vamos a encontrar y estamos preparados para Gobernar".
Que ésta es la mayor crisis del sanchismo es evidente. Y no tanto porque éste sea el mayor escándalo de todos. Sino porque nadie cree ya en Pedro Sánchez, o porque todos se atreven a decírselo a la cara... o tal vez por las respuestas desabridas, callejeras, casi macarras del presidente, que llamó "mangantes" a quienes ocupaban el Gobierno del PP y se mofó de Edmundo Bal: "Me solidarizo con usted, debe de ser muy duro creerse tan bueno y no lograr ni el escaño en Madrid".
O porque el presidente admitía en sede parlamentaria, así como si no fuese un escándalo gravísimo, que un "fallo claro en las comunicaciones del Gobierno y en la seguridad del Estado".
O en realidad, porque a falta de que alguien halle cómo obligarle a admitirlo, sólo queda una frontera: hacer que Sánchez reconozca lo que los 350 diputados y las decenas de periodistas presentes en el Congreso saben, que la destitución de Paz Esteban, directora del CNI, es un sacrificio que ofrece a ERC y a Podemos a cambio de ganar una dosis más de estabilidad.
Dosis que aceleran su caducidad, dosis cada día más pequeñas.
Bal y la "autoridad moral"
Gamarra lo había recibido a portagayola: "Ocupa usted el escaño de presidente del Gobierno un día más, tras cortar la cabeza de la directora del CNI, aunque en realidad quienes gobiernan los independentistas". No cabe mayor desacreditación... o sí. "La hoja de servicios de Paz Esteban no importó, porque con usted está claro que quien cumpla con su deber será cesado, pero quien mienta para salvar al presidente será premiado".
La crisis en la que el Gobierno se ha metido con las escuchas de Pegasus es, más o menos, así: asume una brecha de seguridad para tratar de tapar el espionaje al independentismo, el precio pagado a los socios del Congreso en la destitución de la jefa de los servicios secretos y el consiguiente descrédito de la única ministra aplaudida por la oposición, Margarita Robles.
Dada la situación, la pregunta de Gamarra no necesitaba ni concretar: "¿Cree que es importante reforzar las instituciones del Estado?"... eso sí, la portavoz del PP le añadió una coletilla a lo escrito en el diario de sesiones: "...porque usted no hace sino deteriorarlas".
Por su parte, Edmundo Bal sí quiso bajar un poco más a la tierra señalando con el dedo aún más a la letra pequeña: "¿Considera que sus pactos de gobierno dan estabilidad y garantías para solventar los problemas de los españoles?". Y lo hizo recordándole a Sánchez que si llegó a Moncloa con una moción de censura, él llegó a la política tras "conocer el precio que se paga por cruzarse en el camino de Sánchez al servir al Estado y a las instituciones".
Las únicas contestaciones del presidente fueron tres: una, admitir el "evidente fallo en la seguridad de las comunicaciones del Gobierno". Con la consiguiente "denuncia ante los tribunales" y "toma de decisiones", es decir, de destituciones. Dos: recordar que con el PSOE "ni los fondos públicos, ni las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, ni el CNI se usarán para tapar hechos delictivos o perseguir adversarios políticos fuera de la ley"... lo que no podía decir es que dentro de la ley, se ve que sí. Y tres: la invectiva contra Bal ya reseñada.
El portavoz liberal -que recordó que no hay quien tenga "mayor autoridad moral" en la Cámara para hablarle así- sólo pudo advertirle a Sánchez de que "un día mirará usted atrás y estará solo, verá el reguero de cadáveres que dejó a su paso, muchos de su propio partido, y todos serán servidores de la ley y de las instituciones". Bal, casi con la voz quebrada, le espetó: "Usted no cree en España, sólo cree en usted mismo".
Y esa frase, tantas veces escuchada en esta legislatura, por primera vez no sonó a pataleta, sino a diagnóstico.
Porque si el portavoz de Ciudadanos puso nombre a la enfermedad, antes Gamarra había descrito los síntomas: "¿Quién firma directiva inteligencia principios CNI? Usted. ¿A quién informa el CNI? A usted. El Gobierno sí que lo sabía porque lo tenía que saber. Pero usted negociaba gobernabilidad con aquéllos a los que el Estado tenía que investigar".
Y la número dos de Alberto Núñez Feijóo se ganó una ovación ensayada, de más de un minuto, de sus colegas populares con la sentencia final: "Usted es la degradación absoluta de la política, pero es que le quieren ahí porque con usted ellos son más fuertes. Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi le quieren a usted, no a Feijóo. Y no por su valía, sino por su debilidad. Porque su éxito pasa por un presidente que esté dispuesto a socavar desde dentro las instituciones del Estado de derecho. Y usted responde a sus expectativas".