Yolanda Díaz no se deja influir. Ni por los recelos de Podemos, ni por su tensa relación personal con Irene Montero, ni por los deseos expresados de manera clara por el entorno de Ione Belarra para que haya "más coordinación". Para que la líder morada en el Gobierno despache con la líder morada en el partido.
Tampoco se deja influir por Pablo Iglesias, el que la puso donde está y con quien ha "acabado mal".
Desde el inicio de la incorporación de las mareas gallegas a la confluencia con Podemos, Díaz y Montero generaron mala química. "Apenas se hablan, siempre ha sido así", explican fuentes internas de los morados. Se respetan, pero ninguna de las dos comparte ni el fondo ni los modos de la otra. Eso nunca fue un problema, ni siquiera cuando Iglesias dejó la política y de atraer todos los focos.
Hasta que se comenzó a acercar la carrera electoral.
Ya estamos en ella: la legislatura comienza a agotarse, aunque quede un año y medio. Porque las encuestas de mal augurio y los malos datos económicos, no los compensa ni la buena imagen de la vicepresidenta -la más valorada- ni que sea ella la dueña de la caída del paro.
Porque estamos inmersos en un rally de urnas que empezó con un batacazo morado en Castilla y León, y ahora continúa en Andalucía, donde el forjado de las listas no sólo perdieron la calma, el orden y la identidad. Perdió lo de "unidas", a palos hasta las 23.47 del último día para llegar a un pacto de coalición, y parece que perderá lo de "podemos", pasando a la irrelevancia en una segunda legislatura de derechas del viejo feudo rojo.
Por imprudencia, Díaz dejó los secretos a la vista en su última rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros: un argumentario, preparado por su gabinete, en el que se recogía, en vísperas de las elecciones andaluzas, el problema de tener "una izquierda desmovilizada".
Enfrentamientos directos
A esa abulia de su votante potencial está contribuyendo también, en parte, un empeño de la vicepresidenta en mostrarse más conciliadora con el ala socialista del Ejecutivo que con sus propias compañeras.
Mientras Belarra, Montero y el aparato de Podemos arremetían con saña contra los Ministerios implicados en el llamado caso Pegasus, exigiendo explicaciones y dimisiones, ella proclamaba que había que "empatizar" con Sánchez y que "las explicaciones del presidente" eran coherentes y suficientes.
El pasado lunes, el portavoz del partido morado lanzó un torpedo a la línea de flotación de la organización de la cumbre de la OTAN, dejando caer que "los 37 millones que costará ese evento fueron adjudicados a dedo por el Gobierno".
La reacción de Moncloa fue furibunda, con llamadas amenazantes a la cúpula morada... y Yolanda Díaz salió en apoyo de Pedro Sánchez y los ministros de Exteriores y Defensa (del PSOE), afirmando que los contratos "cumplen los requisitos legales".
Tanto empeño en "cuidar la coalición", como ella misma define estas declaraciones públicas, fue respondido en otras ocasiones desde el entorno de las dos ministras moradas. Señalaron a Díaz y se aislaron en el Consejo de Ministros por su apoyo al envío directo de armas a Ucrania, cuando ella misma había negociado, de la mano de Belarra, lo contrario con Sánchez.
"Decepción" y "dependencia"
Entretanto, el llamado frente amplio, bautizado de momento como Sumar, no arranca. Y la sensación que emite Díaz es que siempre encuentra un motivo para postergar el pistoletazo de salida. "Francamente, estoy muy decepcionada con su liderazgo", confiesa una fuente de alto nivel de un ministerio de Podemos. "Si es que se le puede llamar liderazgo", culmina.
¿Será en verano, o a la vuelta, cuando Yolanda, por fin, ponga la oreja de su "proceso de escucha"? Si lo hace hoy, en su entorno, quizá no le guste lo que escuche.
Pero debe darse prisa: con el otoño, comienza la maquinaria electoral en la Comunidad Valenciana, donde su puntal más cercano, Mónica Oltra, se tambalea a resultas de su previsible imputación por un turbio asunto de encubrimiento a los presuntos abusos sexuales de su expareja a una menor...
Y luego la convocatoria de primarias para las listas de las municipales y autonómicas de mayo de 2023... y al final, las generales. Todos y todas dan por hecho que "sin Yolanda no hay nada que hacer", pero de momento, Podemos ha quedado postergado en sus movimientos para "sumar" y, peor, en el día a día.
Desde que la vicepresidenta comparte el timón con la otra designada para la sucesión, Ione Belarra, la coordinación brilla por su ausencia. "La relación está por construirse todavía", explican otras fuentes muy cercanas a la ministra y secretaria general de Podemos, encogiéndose de hombros. "Pero Ione sabe que la apuesta es y tiene que ser Yolanda, y que también la vicepresidenta lo sabe".
Que Díaz sin Podemos no tiene bases. Y que Podemos sin Díaz no tiene candidato. Ésa "dependencia" es lo que los une.
La vicepresidenta segunda sabe que sus tiempos generan tensiones, es consciente de que "el proceso de escucha se ha retrasado", al menos, en dos ocasiones -lo que ha añadido incertidumbre- y de que la construcción de su imagen electoral provoca rechazos. "A lo mejor, está equivocando el caladero de votos", apunta otra fuente interna.
(Des)unidas Podemos
Además, lo cierto es que la amalgama de cinco ministros de Unidas Podemos -en realidad, del "espacio del cambio", como demuestra la cuota ineludible de los Comunes- nunca ha sido una unidad.
Igual que los miembros socialistas del Gobierno se someten a la disciplina del partido -incluso los independientes, siquiera por su conexión jerárquica con Pedro Sánchez-, no ocurre así con el conglomerado que forman Podemos, IU, Galicia en Común, Podem, En Comú y lo que queda de los verdes originales de Equo. No al menos desde que Iglesias dejó la política.
El lío de Andalucía no fue más que la puesta en verdad tangible de una realidad ocultada: si la oferta electoral a la izquierda del PSOE ya no se va a llamar Unidas Podemos no es sólo porque Yolanda Díaz quiera construir un "frente amplio" a través de un "proceso de escucha" que no se base "en partidos, ni en siglas ni en egos"... sino porque las líderes no están "unidas" y el partido núcleo, Podemos, será el último al que integre la candidata.
Para controlar ella los pesos de cada uno.
Yolanda Díaz, de inicio, no quiso ejercer liderazgo ni jerárquico ni orgánico alguno. De hecho, desde hace 14 meses que asumió la vicepresidencia del Gobierno -que le corresponde a Unidas Podemos por el acuerdo de coalición-, no ha reunido más que una vez a la mesa de coordinación de los ministerios morados. Aquel día prometió que se convertiría en costumbre: no lo ha cumplido.
Por otro lado, su carácter de forjadora de consensos "la está confundiendo", explican fuentes del entorno de la dirección de Podemos. "Sostiene que su empeño es 'cuidar la coalición', y eso es loable... pero si no cuida a los suyos, se arriesga a no tener nada que cuidar más en adelante".
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