No sabíamos si era Felipe González porque llevaba gafas de sol y mascarilla. Podía ser perfectamente el padre de Rafael Nadal. Pero era Felipe. El sarao lo organizaba su fundación. Lo que sí supimos al instante fue que, pese a sus furores contrarios, los de ahí atrás eran Florentino Pérez y Joan Manuel Serrat.
Las entregas de premios son un formato inventado para que muchos amigos se saluden entre sí y después saluden entre todos al premiado. En este caso, Serrat, que recogía en la Residencia de Estudiantes el galardón "Alfredo Pérez Rubalcaba". Treinta y tantos grados a la sombra. Al aire libre, sillas de madera. Muchas de ellas reservadas, porque había mucho ex.
Dice Ayuso que Madrid es una ciudad en la que no te encuentras a tus ex. Pues por ahí andaban José María Maravall –ministro de Educación más longevo–, Joaquín Almunia –ministro con Felipe y exlíder del PSOE–, Carlos Solchaga –ministro de Economía–... ¡Sólo le faltó a Felipe encontrarse con Alfonso Guerra!
Por cierto, cómo está Solchaga. Se lo decía Serrat a Felipe al poco de llegar: "El que mejor está, Solchaga". Tenía razón. Aparecía el navarro con una camiseta ceñida y americana clarita encima, como un cantante de bachata. De los de ahora, asistieron Miquel Iceta y Carolina Darias.
Una señora nos miraba después de mirar a Serrat y, con los ojos llorosos, decía: "Es la banda sonora de mi vida". Algo similar le debe de pasar a Florentino, que palpó con sus manos una verdad difícil de testar cuando tanto se tiene: no todo en la vida se puede ganar. Ahí estaba el cantautor por excelencia, reivindicando a su Barça pese a la vitrina desierta. Con el permiso del llorado Rubalcaba, que era más del Madrid que Florentino.
Florentino cogía a Serrat por los codos, con las puntas de los dedos, y veía a un Mbappé con canas. Ni el francés marcará goles de blanco ni el cantautor entonará el himno en el Bernabéu. El cantautor cantó el tot el camp en el centenario de 1998 y en la Liga 2004-2005. Escuchaba Puyol con los ojos llorosos.
Atardecía en la Residencia de Estudiantes. Miraba un joven al patio por la ventana. Los jóvenes que miraban por ahí mismo hace cien años podían ver a Antonio Machado. Los de hoy veían a quien mejor canta a Machado. Oficiaba María, la hija de Felipe y Carmen Romero. Le acompañaba el premiado del año pasado, Peridis, que es un cachondo además de un gran dibujante: "Felipe, menos mal que nos metiste en la OTAN. OTAN, de entrada a ver qué pasa, ¿eh? (...) Dale a tu cuerpo alegría, Macarena... Olona".
El poeta no es alguien que siente distinto. El poeta es alguien que decide sobre las emociones que expresa; y lo más importante, que decide sobre las emociones que oculta. Por eso cayó Serrat en brazos de Florentino.
"Sabía que venía a un festival madridista", dijo al poco de pisar el escenario. Entonces, ¿por qué fue? Porque Serrat siente el antimadridismo como una emoción primigenia, pero luego la moldea y la guarda en el bolsillo de atrás. Donde no duele, donde no inquieta.
Serrat es más del Barça que Guardiola, pero Serrat es poeta y Guardiola no. Para Serrat el Barça no es una frontera. Y si se disidencia, es sólo filosófica. Serrat sintió, quizá, un rechazo, pero luego pensó en Rubalcaba y su "capacidad de entendimiento". Lo explicó él mismo. Entonces se lanzó al abrazo de manera mediterránea: "¡Nos hace tanta falta el sentido del humor en este tránsito que es la vida!".
Hace falta mucho sentido del humor, Joan Manuel, para ver ganar la decimocuarta Champions al Madrid y abrazar a Florentino. "Ellos también saben lo que es pasar épocas malas y atravesar el desierto", intentó. Pero Florentino sabe lo mismo del desierto que un guardabosques.
Cuando acabó la entrega de premios, Florentino fue a despedirse de Serrat, que posaba ante las cámaras inundado de señoras. En ese instante se tomó esta foto. Florentino le dijo adiós, pero no pudo despedirse. No había manera de irse. Dio inicio a una conversación que hizo las delicias de los presentes. Serrat no pudo ni acercarse a la barra. Un amigo lo hizo por él y le puso un vino en la mano. "¡Las dos Españas!", gritaba uno. "Pero, Joanma, por dios, ¡que es Florentino!", se reía otra.
Serrat y Florentino saben lo que es crecer entre adversarios. Florentino montó el Partido Reformista y no lo votó ni el tato. Serrat era un niño del Barça y no le quedaba más remedio que ir al campo del Espanyol. Lo llevaba de la mano el tendero de su calle, el señor Arévalo.
Una vez, Serrat dijo en una entrevista que si el Real Madrid no existiera, habría que crearlo. Serrat sabe de qué están hechos los hombres. Un hombre no es más que el reverso de otro.
Nos dio mucho sosiego ver a Serrat hablar tanto de fútbol. Porque hasta que Eduardo Galeano y compañía escribieron sobre el cuero, parecía esta afición nuestra una cosa de ignorantes. Al propio Joan Manuel, en su casa, le decían: "Pero, ¿qué haces viendo eso?".
Primero fue Kubala –al que le dedicó una canción–, luego Cruyff –que tarareaba a Serrat mientras se afeitaba–, después Maradona. Ronaldinho y Messi. Serrat, ¡qué cosas tiene la vida!, parece sentir más cercanía a Florentino que a Bertomeu, a quien mandó una carta para que acelerara la renovación de la pulga.
Qué imagen tan potente y tan incómoda la de Serrat abrazando a Florentino: nos enseña que el consenso no es ya solo posible en el Congreso, ¡sino también en un campo de fútbol! Y nosotros, que queremos que el Madrid pierda siempre y trabajamos en un periódico madridista sin remedio, mirábamos: "¿Seríamos capaces de abrazar también a...?".
Cuando la monja entró en la habitación con el pequeño Joan Manuel en brazos, el padre preguntó: "¿Niño o niña?". La monja respondió: "¡Del Barça!". Ese niño, en la tarde de color naranja, cuando se iba, le dijo a Florentino: "Os deseo suerte, no es una mentira". La vida así, está claro, sólo pueden cantarla los poetas.