Santander

Felipe González fue el primero en llegar a Santander y el primero en marcharse. Apareció en el paraninfo de La Magdalena cuando iban a dar las diez de la mañana. Se acercó a los medios de comunicación con la ironía que le caracteriza: "Me acerco, pero no les atiendo". Y nos atendió. Dijo que le sonaba mal la música de la nueva Ley de Memoria, ironizó sobre el "sobresaliente" de Zapatero al Gobierno, apoyó el aumento en el presupuesto de Defensa y se subió al escenario.

Una vez sobre las tablas adoptó el tono institucional propio de actos como el noventa aniversario de una universidad. Pero su reflexión sobre el liderazgo calzaba el mismo número de pie que Pedro Sánchez: "Un líder debe tener un proyecto de país lo menos mercenario posible y creer en él a cambio de nada".

A Felipe González no lo recibió ninguna delegación del Partido Socialista de Cantabria. A José María Aznar, que le seguiría en el paraninfo, lo abrazó al llegar la plana mayor de su partido en la Comunidad. Ese fue un síntoma de la distancia de González con el Gobierno, aunque una señora que pasaba por ahí lo definió con más claridad: "Felipe, eres el mejor socialista de todos".

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El 'plantón' de González a Sánchez en lo ideológico no iba a ser el único de la jornada. Estaba prevista, para por la tarde, una fotografía común de todos los expresidentes en el "hall real" de La Magdalena. Porque todos ellos están participando en las conferencias de la Universidad Menéndez Pelayo.

Pocas horas antes de la recepción, trascendía que González se había marchado de Santander. Fuentes de la organización confirman a este periódico que el expresidente socialista alegó "motivos de agenda", y no de enfermedad, como se sospechó debido a su convalecencia del coronavirus. Él mismo lo contó a los periodistas: "Todavía me queda la tos".

Total que a media tarde aparecían, por este orden, Aznar, Rajoy y Zapatero. ¡Quién se lo hubiera dicho hace treinta años! Hubo más paralelismos históricos entre las charlas Aznar-González que entre la filosofía promulgada por Zapatero y el primer presidente socialista de la Democracia. Sobre todo en el asunto de la memoria.

Entonces apareció Miguel Ángel Revilla como maestro de ceremonias. El presidente de Cantabria llevaba unas playeras negras "muy modernas". Lo decía una señora: "¡Ay mi presidente con sus playeras!". Quizá había pensado en salir corriendo. El índice de sus libros contra sus invitados es demoledor.

Tomó la palabra el rector, Carlos Andradas. Saludó a todas las autoridades, pero se olvidó del obispo. Y Revilla se lo dijo: "¡El obispo!". Eso no iba a ser nada con el lapsus del propio Revilla, que convirtió el acto en un show muy divertido, distendido, como quizá nunca antes entre los expresidentes.

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Miraba el público desde la balconada de un salón regio, muy Borbón, con escaleras de madera y puertas de vidriera. El presidente de Cantabria improvisó. Salió al atril sin papeles. Lo primero: se encargó de hacer saber a González su malestar por el plantón. Vehementemente. "Una pena que no esté el cuarto invitado. ¡Algo muy importante ha debido de ser! Que no le manden la medalla, que venga a recogerla personalmente".

Aznar, Zapatero y Rajoy escuchaban sin inmutarse. Los tres han sufrido a Revilla, el presidente autonómico más pedigüeño. Pero sí les cambió el gesto cuando fueron calificados como "exvicepresidentes". No una... ¡sino dos veces! Aznar, el más serio, se partía de risa.

Fue él el primero en tomar la palabra: "Me han llamado muchas cosas en la vida, pero nunca exvicepresidente". Luego Zapatero: "Presidente de Cantabria, he tenido la tentación de llamarle vicepresidente". Y Rajoy acabó la faena: "Las improvisaciones conviene prepararlas bien para no meter la pata".

Fue el gallego, que ha hecho de la retranca todo un género, quien más se extendió en el tema: "Ahora sé por qué no está el presidente González. A partir de ahora, será el único expresidente de España. A mí, en realidad, me va bien, porque Aznar, que acertó como siempre a lo largo de su carrera, me nombró vicepresidente".

Revilla, acostumbrado a aparecer con el mazo, encajaba con diversión. Asentía con la cabeza, como diciendo: "Y dale, y dale". Al acabar, hubo tiempo para la charla informal con un aperitivo al aire libre.

Habló Aznar con Rajoy. Habló Rajoy con Zapatero. Y habló Zapatero con Aznar. Hubo fotos de todos los colores. Ni se escondieron ni se fueron rápido, como suelen irse los expresidentes de todas partes.

Lo que no hubo fue encuentro entre González y Zapatero. Ni saludo privado ni público. Nada. Ya desde hace tiempo, cada día más que ayer, el primero se ha convertido en el gran antagonista de Sánchez; y el segundo, en su principal valedor.

Zapatero, consciente de la debilidad que padece el Ejecutivo, apareció para otorgar un "sobresaliente" a la gestión gubernamental. González, en Santander, se ocupó de mostrar su estupefacción ante ese comentario.

El martes hablaron González y Aznar. El miércoles lo van a hacer Zapatero y Rajoy. Hacía tiempo que no sucedía, pero ahora es posible saber cuál es el estado de la cuestión de cada presidente del Gobierno.

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