Al tío Jesús quiso matarlo un piquete revolucionario. Justo antes de que los milicianos subieran por la escalera, un vecino comunista le avisó. Creemos que huyó por la puerta del servicio. Se refugió en la embajada de Chile, donde Carlos Morla Lynch, aquel diplomático íntimo amigo de Federico García Lorca, salvó un buen puñado de vidas.
Acabada la guerra, el tío Jesús fue más franquista que Franco. Cada Navidad, viajaba a París para cenar con aquel vecino. Era una especie de Transición adelantada a la Transición. Imagino que nunca pudieron brindar en España. El tío Jesús murió en 1976.
Escribo esta historia porque, cuando la escuché por primera vez, prendió en mí un fuego de admiración por la Transición. Hasta entonces, la Constitución había sido a mis ojos de adolescente el pacto de unos señores arrugados y aburridos que se sentaron a una mesa para escribir un texto ilegible.
Nadie nos puso en el colegio la foto de Fraga y Carrillo. Nadie la acompañó de las oscuridades de ambos personajes, que es lo que hace tan luminosa la imagen. Tampoco recuerdo haber visto en el instituto a Adolfo Suárez sentado en su escaño cuando le apuntaban con un arma en pleno golpe de Estado. Ni a Gutiérrez Mellado, el anciano general erguido entre los empujones de aquellos guardias civiles. Y así con todo.
Los chavales de hoy no saben quién es Miguel Ángel Blanco. Pero eso, en el proceso de desmemoria que nos corroe, es sólo una anécdota. Esos mismos chavales no saben que ETA mató todo lo que pudo para desestabilizar la recién nacida democracia. Que su antifranquismo era una excusa. Además, una falsa excusa.
En el colegio, sí aprendimos quién fue Franco. Y que fue terrible para España. Por eso ahora nos resulta más fácil verles el plumero a quienes tienen aire de dictadorzuelos. No olvido la peli que nos pusieron sobre la ejecución de Puig Antich y lo increíble que me pareció que aquello hubiera sucedido hacía tan poco tiempo.
También recuerdo haber estudiado en el bachillerato una versión razonablemente ecuánime de la guerra. La República como régimen democrático pero inestable. Sus agujeros negros, la violencia contra la religión. Después, el golpe militar.
Prestábamos atención. Había películas con tiros. Novelas y canciones. Una de Loquillo, que decía: "Sobrevuelan los aviones y el miedo va por dentro. Cuando estalla la tormenta, qué importa el quinto mandamiento". Incluso voluntariamente, sin estar en el programa lectivo, veíamos algunos vídeos en YouTube. Nuestra historia, la de España, era como la de los videojuegos que comenzaban a ponerse de moda, sólo que un poco más antigua.
Lo que no acabo de entender es el "reequilibrio" que pretenden las políticas de Memoria. Nosotros ya estudiamos a Franco y la tragedia fratricida. Pero ETA y la Transición, que además no se entienden la una sin la otra, apenas aparecían. ¡Y eso que estudié en un colegio concertado y de monjas, todo un laboratorio de los fascismos de nuevo cuño!
Daba la sensación de que faltaba tiempo para llegar desde el pasado hasta el presente. Los profesores, exhaustos, recorrían el tramo final del programa cuando ya asomaban las vacaciones. Pero ese no es el tema. Mi pregunta es: ¿qué ha pasado para que la Transición no sea vista como una aventura épica? No me vale el argumento de que venden más los conflictos que los acuerdos.
Además, la Transición también se trenzó con severos desacuerdos. La inquina y la envidia de tantos a lo largo de esos días por dejar su nombre en la Historia, las traiciones, las deserciones, la ambición, el asesinato. Es decir, si lo que vende es una luz tenue en mitad de la oscuridad, también podría relatarse así.
Quizá la culpa la tengamos nosotros, los periodistas. O los novelistas. Puede que los cineastas. ¿Y los inventores de guiones para series? Si los problemas nacen del olvido de aquel tiempo, pongámosle remedio. La solución existe. La prueba está en ETA. Lo consiguió Fernando Aramburu con Patria y después vino todo un río de material audiovisual.
Yo quiero intentarlo, pero no me sale. Empieza así: "¿Te acuerdas de aquel día, vecino? Ya no se construyen portales como aquellos, pero cuando encuentro uno, subo en ascensor… y huyo por las escaleras del servicio".