Tras el descanso, Sánchez entró al Parlamento con una bolsa enorme. De esas de plástico duro y asas de tela. Esas que uno guarda en casa porque vienen bien para llevar algo pesado o envolver un regalo de última hora. No era de ninguna marca. ¡Con lo que cuesta encontrar una bolsa sin marca! Alguien, en Moncloa, hizo muy bien su trabajo.
Total que Sánchez, todavía de pie, se fue a su escaño y, mientras recibía los aplausos de los suyos, metía las manos para ir sacando, poco a poco, todo un arsenal de papeles. Primero un cuaderno de color azul Aznar, después unos cuantos gráficos, luego unos apuntes a mano...
Sánchez es un genio. Se dice poco. Un hombre con nervio de hielo que, con todas las cámaras apuntándole, consiguió colocar todo el material de papelería en un espacio reducido y sin derribar la jarra metálica repleta de agua que había pedido a los bedeles.
Había hecho mucho calor por la mañana. Algunos ministros se habían cambiado de ropa. Sánchez no, Sánchez habría estado estudiando como el alumno de Selectividad que hace una pausa para comer entre examen y examen.
Tiene razón Rufián. No fue un debate. Fue un guion que Sánchez llevó escrito. Tuvo mucha guasa cuando le pidió a Cuca Gamarra que le escuchara... cuando él había estado todo el tiempo subrayando y haciendo anotaciones en sus papeles.
¡Qué letra la del presidente! Como la que enseñaban las monjas del Sagrado Corazón. ¡Toda una letra de colegio concertado y fascista! Un misterio, porque él hizo el bachillerato en el Ramiro de Maeztu. El mismo nombre en la portada del libro que paseó Abascal por el hemiciclo: En defensa de la hispanidad.
Sánchez montó una papelería, pero no consiguió dar el salto a esas papelerías que también venden libros. Lo intentó. En un descanso, se topó en el patio con Miguel Ángel Aguilar. El periodista llevaba un buen tocho en la mano. Sánchez mostró interés y quiso llevárselo, pero Aguilar le respondió: "Oiga, que lo tengo subrayado". Era Nosotros, los abajo firmantes, de Santos Juliá.
El presidente hizo, de hecho, más caso a don Santos, que en paz descanse, y a otro santo que por ahí pululaba, el padre Ángel, que a la prensa, con quien no quiso corrillos. El padre Ángel es uno de los mejores saludadores que hemos visto en la vida. Es un remedo religioso de Raúl González, siempre está en el momento y el lugar adecuado.
El Congreso parecía, como la rica panadería de Madrid, el horno de San Onofre. Así se llama el último diputado de Vox en entrar al Congreso, que juró la Constitución este mismo martes. Había lío con la temperatura. La ministra portavoz, Isabel Rodríguez, se ponía y se quitaba el chal en busca del equilibrio.
Sánchez, desde su rincón, se zambulló en el pasado. Confió en las viejas recetas para solventar la crisis: subir impuestos a los ricos para prometer bienestar a los pobres. Lo hizo [para el presidente la escenografía es importantísima] con un homenaje a la caligrafía, una disciplina prácticamente exhumada de la sociedad.
Pronunció una frase vintage que pasó desapercibida: "Me hago cargo del estado de ánimo de la gente". Era un guiño, o una puñalada, a Felipe González, que fue quien acuñó la definición de gobernar como "hacerse cargo del estado de ánimo de la gente".
Es impresionante la cantidad de móviles que hay cada semana en el Congreso, en concreto en la bancada de los ministros. Mínimo, dos por persona. Doble ración para Pegasus. La mayoría no aparta la mirada de la pantalla, ni siquiera cuando habla su presidente. De hecho, la secuencia suele ser la siguiente: al escuchar los aplausos, lo apoyan en el escaño y aplauden también.
Sánchez utilizó el símil del "curandero" para atacar a la oposición. Él se definió como un "médico especialista". Pero llevaba tantas cosas consigo que parecía un tipo que se ha hecho famosos estos días en Pamplona, en San Fermín, por cantar canciones de los Beatles tocando cuatro instrumentos a la vez: batería, armónica, guitarra, ukelele...
Por momentos, era para echarse a temblar. A ver si los nacionalistas van a tener razón y no existe la nación. Porque Sánchez hablaba de Ucrania y de Rusia, pero no de España. Normal que Irene Montero le hablara al oído a Ione Belarra. Quizá pensaban que eso era la publicidad, que todavía no había empezado el debate.
De repente, Sánchez dijo: "La decisión de no intervenir de los aliados condenó a España a cuatro décadas de dictadura fascista. Hoy estamos en el lado correcto de la Historia". ¡Sonó España! ¡Bingo! Pero era la España de Sánchez, la de hace décadas.
"Me voy a dejar la piel para defender a la clase media trabajadora", especificó. Y lo hizo con una exhibición experiencial. Los reprógrafos del país deben de estar encantados. Esos gráficos a colores, estampados en cartón, sin una arruga.
Por cierto, de niños, esas manualidades nos las preparaban los padres. Cuando uno es presidente, ¿quién las hace? ¿Un asesor? ¿Y si los asesores son más jóvenes y no pertenecen a esa generación que trabajaba con las manos?
Quizá consciente de estar pareciendo el último clásico que cantaba Loquillo, amagó con un anuncio moderno: los niños españoles hablarán, a partir de ahora, en "lenguaje computacional". En Cataluña, por ejemplo, será más fácil aprender a charlar como una computadora que estudiar un 25% de las horas lectivas en castellano.
Los realizadores del Congreso estaban a todo. Saben que ahora Bildu condiciona cosas tan importantes como la Ley de Memoria. Por eso los enfocaron cuando Sánchez hablaba de cambio climático, no vaya a ser que...
Ahí estábamos, en el "ascensor social". Mareados. Porque Sánchez, entregado a la faena, contestó por separado a todos los portavoces. Regó con tantas medidas que no había manera de anotar. Menos mal que Moncloa filtró luego el documento.
Cuando el presidente releía las hojas subrayadas en naranja, titilaba lo que pudo haber sido y no fue: un gobierno moderado formado por PSOE y Ciudadanos. Quizá Sánchez lo pensara, pero ya estaba su móvil, con funda roja y borracho de mensajes de sus asesores, para recordarle que toca dormir poco y mal.
¡Cómo vibraba ese móvil! ¿De verdad necesitaba tanta ayuda externa para responder a sus adversarios o tiene, como tenemos todos, esos grupos de WhatsApp adonde no dejan de llegar memes?
Estábamos celebrando que casi nos podíamos ir a casa. Pero apareció Rufián, con ese supermercado donde todo está carísimo. Los melones a diez o quince euros. Recordó, dato a dato, las secuelas de la inflación. ¡Quién se va a ir a tomar una cerveza después de eso!
Sánchez, que había sobrevivido más o menos a los ataques de la oposición, se cogió un cabreo terrible. Porque Rufián le mostró balas [de verdad] para recordarle lo que había dicho sobre Marruecos. El "bien resuelto" con todos los cadáveres junto a la valla.
Acabó la cosa y todos exhaustos. Incluso quienes no intervinieron. Yolanda Díaz tuvo que hacer su corrillo, literalmente, tirada en una escalera.
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