–Mira, ésta es una buena foto.
Al verse fumar con Felipe González, Eduardo Sotillos (Madrid, 1940) se enciende un pitillo. Luego otro. Y otro.
El Sotillos de la imagen, en blanco y negro, lleva traje, el pelo largo y unas gafas cuadradas que le amurallan los pómulos y casi también los mofletes. Acompaña a ese vaquero que acaba de convertirse en presidente del Gobierno y en fenómeno internacional. Es su portavoz. El Sotillos de ahora lleva un chaquetón de lana azul, una barba algo asalvajada y el pelo todavía más largo, engominado hacia atrás.
La Transición hoy es el humo que sale del cigarro de Sotillos. Unos lo persiguen y otros lo apartan a manotazos. Y en ese humo, como ahora, como este mediodía en un salón con ventanal al jardín, la nariz aguileña del entrevistado es la punta que abre camino.
No es esta una cita para desmigar la actualidad. Es más una conversación para adentrarse en la España de 1982 y, así, ver cómo ha cambiado. También una oportunidad para contemplar las muescas en el revólver que dejan la política y el periodismo.
Sotillos, con un gesto a medio camino entre el cinismo y el escepticismo, confiesa que no fue feliz mientras estuvo en el gobierno. Apenas tres años de política "marcaron excesivamente" la hoja de servicios de un "periodista independiente": "Rompí muchas amistades con compañeros, ¿sabes?".
–No, no. Esa otra foto... Mejor que no salga.
Es una foto en la que el entrevistado aparece con dos dictadores. Hoy uno está muerto y el otro vivo. Como el entrevistado lo pide, no se revela la identidad de los acompañantes, pero sí su rango, el de dictador. Porque a un jefe de gobierno democrático puede acercarse (casi) cualquiera. Y a un dictador sólo puede acercarse un ciudadano democrático que atesora mucho poder.
Sotillos lo tenía. Era el portavoz del primer gobierno de Felipe González. Un Ejecutivo que se sostenía en el Parlamento sobre un rodillo de 202 escaños. Aunque Sotillos, en realidad, también pudo haberse acercado a los dictadores en el ejercicio de su oficio anterior, el de periodista.
Presentaba el Telediario de la Transición, que poco tiene que ver con el Telediario de hoy. Su audiencia se contaba por millones... porque no había otro. También dirigió Radio Nacional. Sotillos ha salido a recibir con un bastón que le queda de fábula, como de Lord inglés. Ahora está sentado en un sillón y despliega, a petición de los visitantes, tres álbumes y centenares de imágenes.
Dentro de la barba, dentro del grueso chaquetón, su voz continúa intacta. Asoma esa "dicción imperial" de aquellos locutores formados en la Radio Nacional del régimen, que no toleraba los acentos. Resulta difícil repreguntarle. Hipnotiza.
–Eduardo, la idea de la entrevista es...
–No me lo digas, que entonces me voy a poner en guardia y no voy a ser espontáneo.
Es como si fuera a comparecer en calidad de portavoz de González, pero con el deseo de que el duelo caiga del lado del periodista. Se sienta. Rebusca en sus bolsillos. ¡Cuántas cosas caben en esa chaqueta!
Por mí puede usted fumar, ¿eh?
Hombre, no me llames de usted, que somos colegas. Pues sí, qué narices. Voy a fumar. Aunque fumar es peligroso. ¿Sabes lo que me pasó?
¡Cuenta!
En la Transición, yo hacía un programa para Televisión Española de entrevistas a políticos. Por aquel entonces se fumaba muchísimo. Y Santiago Carrillo fumaba como un carretero. Pues nada, estábamos en el plató e intercambiamos un cigarrillo.
¿Y el peligro?
Algunos lo interpretaron como un gesto de complicidad, como si yo me estuviera decantando por el Partido Comunista. Llegué a mi casa por la noche, aquí en Pozuelo. Vivía solo. Me encontré un montón de amenazas. Me decían que me iban a matar. Llamé a la tele y me dijeron que allí también habían recibido amenazas de muerte para mí.
No dormiste aquí, entiendo.
No. Me fui a pasar la noche a casa de un compañero que vivía en el centro de Madrid, que era cazador y tenía escopetas en casa. A la mañana siguiente, vinimos aquí y nos encontramos todo destrozado. ¿Lo ves? Fumar es peligroso. Por cierto, mucho tiempo después, Carrillo me dijo: “Eduardo, deja de fumar, que nos estamos matando”.
No dejasteis el tabaco ni Carrillo ni tú.
Me lo encontré unos días después de que me dijera eso. Los dos fumando. Me dijo: “Eduardo, no sé si nos vamos a morir de esto, pero he llegado a la conclusión de que no puedo vivir sin el tabaco”.
Una vez dijiste que, si volvieras a nacer, serías pianista en Casablanca. Cuando lo leí, tuve que tirar el cuestionario a la basura y comenzar de nuevo. ¿Por qué querrías ser pianista en esa película?
Exactamente. Eso es lo que querría.
¿Tan mal lo has pasado con el periodismo y la política?
No me arrepiento de nada. El periodismo y la política han sido mi vida. Mucho más el periodismo que la política. Me gusta más, si es que me lo vas a preguntar. Pero, oye, ser pianista tiene que ser maravilloso. Me apasiona la idea de ponerme un vaso de whisky y entretener a unas señoritas tan guapas como las de la película. Trenzar esas melodías con las manos…
"Empecé mi primer Telediario con un ataque de tos terrible. Aprendí una lección: lo más importante, siempre, es la naturalidad delante de la cámara"
Pero acabaste siendo periodista y luego político. Vamos en orden cronológico. El objetivo es dibujar el país que era España en 1982, cuando ganó el PSOE por primera vez; y el que es hoy. Tú presentabas el telediario durante la Transición. La audiencia se contaba en millones de personas porque no había otro informativo. Y cuando debutaste, te entró una tos terrible en directo.
Es verdad. Salí del brete haciendo una broma. Aprendí algo muy importante: pase lo que pase, conviene actuar con toda naturalidad delante de la cámara. Hoy proliferan los “comunicólogos”, pero el punto clave es ese: conectar con el espectador mediante la naturalidad.
¿Hasta qué punto tenías libertad entonces? Había muerto Franco, pero quedaba mucho camino por recorrer, no se había legalizado siquiera el Partido Comunista.
Debo decir que aquellos telediarios tenían una cuota de libertad muy amplia. La única frontera nos la marcábamos nosotros mismos por sentido de la responsabilidad. Rafael Anson, el director, lo garantizaba. Tanto es así que no había problema en que se supiera la procedencia ideológica de cada profesional. La gente sabía que yo era una especie de representante socialista. Y en mi equipo había periodistas de todo signo.
Pero, entonces, sí era una libertad acotada, aunque fuera por ese concepto que llamas “sentido de la responsabilidad”. ¿Qué parte de la realidad recortabas guiado por ese “sentido de la responsabilidad”?
Por ejemplo, el terrorismo. Si ponías todas las imágenes de los atentados, dabas una sensación avasalladora de destrucción, ruina, miedo y pánico. Impropia de un país que estaba conquistando libertades. Yo sabía cómo iba a influir eso en la mente de la gente. Entonces, dosificábamos mucho ese material.
¿Y algún recorte por decisión ajena?
Sólo una vez y tuvo final feliz. Te contaré una anécdota muy significativa. Un día, estando el telediario hecho, recibimos una llamada de nuestro director general, que hablaba por boca del presidente, Adolfo Suárez. Me pidió que no abriera con un asesinato de ETA, que eso no podía ser.
¿Cómo respondiste?
Nos pusimos de acuerdo todos en la redacción y fuimos a presentar nuestra dimisión. Aquello le impresionó mucho a Adolfo Suárez, que llamó a Rafael Anson, el director de la tele, para decirle que rectificaba y que pedía disculpas. Algo impensable hoy, ¿verdad?
¿Y el rey Juan Carlos? ¿Ya intuías lo que luego hemos sabido? ¿Existía ese pacto entre periodistas y políticos para blindar la monarquía?
Había rumores de que Juan Carlos era faldero, pero no se le concedía importancia. Eran rumores y a mí no me constaba. Por supuesto, la monarquía se trataba con respeto. En mis telediarios, las informaciones sobre Zarzuela abrían o cerraban la edición. Yo no era un asiduo en la Casa Real, pero me consta que Juan Carlos sabía que yo era hijo de un militar republicano. Yo valoraba mucho su papel en la Transición. Nadie tuvo que darme consignas.
"Dosificábamos en la tele las imágenes de los atentados de ETA porque, si poníamos todas, España no parecía un país que conquistaba libertades"
Aquel periodismo, por necesaria que fuera la causa, suponía poner el oficio al servicio de una idea: la democracia.
Sí. Ese era el objetivo último.
Una vez lograda la democracia, ¿os costó adaptaros al marchamo de “contar la información tal cual ocurre”?
No. Porque nuestra pelea era, precisamente, traer la independencia de criterio y la libertad del periodista. Nosotros, como tú dices, poníamos el periodismo al servicio de una idea, pero esa idea final consistía en profundizar acerca de la libertad informativa.
Del mismo modo que aquella era una libertad naciente, ¿percibes hoy una regresión en materia de libertades? Te lo digo al hilo de las llamadas políticas de cancelación. “Esto no se puede decir, esto es ofensivo”.
Sí. Entiendo que escribir, en cierto modo, es desnudarse, ¿no? Y ahora resulta difícil hablar de manera desnuda. Los periódicos pertenecen a grandes grupos de comunicación. Nos hemos acostumbrado a pensar que detrás de una noticia, de un titular, están esos señores que controlan los grandes grupos y que marcan las líneas editoriales. Te contaré algo que me aterró.
Dime.
No daba crédito cuando escuché a Pablo Iglesias pedir que los contertulios de las cadenas asistieran en función de su ideología. Por cuotas y representación parlamentaria. Yo eso no lo había visto jamás.
Pero mi pregunta iba por otro lado: líneas editoriales ha habido siempre, aunque es cierto que los periódicos, al ser financieramente más débiles, han perdido en independencia. Pero te preguntaba por ese auge de lo políticamente correcto entre los ciudadanos, que también está en los medios.
Sí, sí, completamente. Hay materias peligrosas. Por ejemplo, la ley trans. Un artículo sobre eso tiene que ser de orfebrería. Tan meditado como destilado. Todo lo referido al género. Corres el riesgo de que te llamen cavernícola reaccionario por no haber utilizado el adjetivo que a ese estamento le parece correcto. Para mí, todo esto de la cancelación tiene que ver con la enseñanza.
Explíquese.
Se está banalizando la enseñanza. No se enseña bien la Historia. Se admiten muchos tópicos. No se profundiza en las raíces. Se puede pasar de curso con no sé cuántos suspensos. Te pongo un ejemplo: “La Transición fue en blanco. Un reparto del poder para que todos los dirigentes del régimen siguieran igual”. Decir eso hoy está de moda y cala entre algunos jóvenes. Aunque la Transición fue imperfecta, no tuvo nada que ver con eso.
Otro ejemplo podría ser el cartel con que el PSOE ha celebrado los cuarenta años de la victoria de 1982: “Cuarenta años de democracia”. Yo pensaba que la democracia llegó unos años antes con Adolfo Suárez.
Y yo también. Lo digo porque lo viví. Ese cartel es una simplificación… Es que eso no se puede decir. La democracia la trajo, entre otras personas, Adolfo Suárez. La ley del divorcio, por ejemplo, fue de la UCD. El cartel que mencionas me parece un abuso. No se puede olvidar así, tan de repente. Yo es que soy muy respetuoso con el pasado, qué quieres que te diga. Otra cosa es decir que la Transición acabó en 1982.
Por aquello de que la izquierda volvía al poder por primera vez desde la República.
Eso es. Y puedo estar de acuerdo con ello. Porque la Constitución de 1978, entiéndaseme la expresión, fue letra muerta hasta 1982, cuando se llevó a la práctica la alternancia. Izquierda y derecha podían entrar y salir del poder sin conflictos armados ni revoluciones de por medio.
Un día de 1976, entrevistaste a Felipe González. ¿Os conocisteis en ese momento o lo habíais hecho ya antes? ¿Te impactó? ¿Viste en él ese carisma que luego se hizo tan popular?
Te voy a decir lo que me pareció en aquel momento: una persona muy, muy prudente. Me sorprendió su exceso de prudencia. Le hice preguntas pensando en que me contestaría como un “rojo” que salía de la clandestinidad. Y me respondió como alguien que ya estaba pensando en gobernar. Periodísticamente, quedé decepcionado.
Porque la prudencia impidió los grandes titulares.
Sí, sí [suelta una carcajada]. Yo quería más carnaza. Muchos de sus colaboradores hoy piensan que aquella entrevista fue muy valiosa para Felipe porque transmitió un mensaje de tranquilidad para los ciudadanos. Hablando en plata: que no se iban a nacionalizar los jardines ni las terrazas de los bares. Apareció un líder pragmático. Y a mí me costó mucho encontrar un titular.
¿Congeniasteis ya entonces? Acabarías siendo el portavoz de su primer gobierno.
Bueno, nos caímos bien, coincidíamos en algunos sitios, pero nada del otro mundo. No nos hicimos amigos. Por eso me sorprendió tanto su llamada cuando ganó las elecciones seis años más tarde, en 1982.
Yo estaba en Bilbao como director de Tribuna Vasca. Me llamó mi secretaria: “Oye, es Felipe González”. Pensé que sería una broma. Le felicité por los resultados y me dijo: “Te vienes conmigo a Madrid como portavoz del Gobierno”. Te juro que fue así.
¿De veras te sorprendió?
Sí. Ten en cuenta que yo militaba en el PSOE desde 1977 más o menos, pero no estaba metido en política ni en cosas del partido.
"Me sorprendió que Felipe me nombrara portavoz. No éramos amigos ni nos habíamos tratado demasiado"
Hay algo muy curioso en esto: el cargo de portavoz del Gobierno es uno de los que más confianza requiere por parte del presidente. Suele elegirse a alguien que se conoce al dedillo.
Creo que le recomendó mi nombre Julio Feo [secretario general de la Presidencia]. Él sí me conocía. Quizá también interviniera Pilar Miró [directora de cine amiga de González que acabaría dirigiendo RTVE]. Y yo había tenido un gesto importante con el PSOE. Me había ido al País Vasco a dirigir un periódico de línea editorial próxima. Que alguien de trayectoria contrastada como yo aceptara ese cometido debió de llamarle la atención.
Volviendo a la llamada: es interesante el tono de González, como dando por hecho el fichaje. ¿Era autoritarismo o chulería?
Era como decir: “Yo soy el secretario general del PSOE y todos los militantes me deben obediencia”. No es que fuera autoritario. Si a ti te dice Pedro J.: “Ve a entrevistar a Sotillos, que es un tío muy aburrido”. Pues vienes.
Oye, que esta entrevista ha sido idea mía, ¡no es un encargo!
Vale, vale [sonríe]. Lo que quiero decirte es que Felipe, en aquel momento, se sentía mi jefe. Y a mí me halaga que confiara en mí para ser el portavoz. Aprendí mucho.
Sergio del Molino, en 'Un tal González' (Alfaguara, 2022), dice que fue fundamental para el PSOE la llegada de Felipe González a la tele. Porque antes, aunque ya se publicaban entrevistas escritas, no era lo mismo. En González, la magia estaba en el cómo, y no tanto en el qué. ¿Estás de acuerdo?
Sí. Felipe tenía un atractivo indudable. Yo he visto ese atractivo a escala internacional. He visto a Margaret Thatcher fascinada con Felipe. Le he visto contándole chistes a Ronald Reagan.
Y sin saber inglés.
Se manejaba. No sé cómo explicártelo, pero Felipe hablaba y hablaba… Se hacía entender. Si hacía falta, se ponía un traductor. Pero creó una especie de inglés básico. De todos modos, él lo hacía todo en francés, que en aquel tiempo era todavía una lengua unitaria y diplomática.
Dejaste, entonces, el País Vasco para volver a Madrid. Pero aquella experiencia periodística tuvo que ser tremenda.
Sí. Recuerdo que un día fui a una agrupación del Partido Socialista de Euskadi en la margen del río. Vi a los chavales haciendo carteles con la Constitución y la bandera de España. Las puertas del local, cerradas. No se atrevían a salir. Era como la clandestinidad. Y nada ni nadie a su alrededor podía darles un poco de cariño y aliento en forma de visibilidad. De pronto, en el quiosco, encontraron un periódico que, por pequeño que fuese, les sacaba en la portada y les daba la razón en un editorial.
Según tengo entendido, tú y tus compañeros de 'Tribuna Vasca' renunciasteis a la escolta “para poder hacer periodismo”.
Es cierto. Renunciamos porque con escolta no se puede hacer periodismo. Imagínate que ibas a entrevistar a un tío de Batasuna en campaña electoral. No podías ir acompañado de dos policías nacionales. O un reportaje de investigación. Era imposible. Nadie te iba a contar nada.
¿Esa etapa en el País Vasco te ha hecho vivir de una manera diferente los pactos del PSOE con Bildu? Han acordado, por ejemplo, la Ley de Memoria Democrática.
Sí. No me gustan los pactos con Bildu. No me gusta que el PSOE dependa de ellos. Admito perfectamente que Bildu tenga representación democrática y que esté en el Parlamento. Pero una cosa es eso y otra pactar con ellos. La imagen de dependencia del PSOE respecto a Bildu y los demás nacionalistas es alta. Pero, claro, yo hablo por mí. No sé qué pensará el resto.
En el PSOE actual, algunos dirigentes vascos, por ejemplo Patxi López, han dado su beneplácito.
He tenido muy buena relación con Patxi López. Pero le quiero recordar que fue investido gracias al apoyo del PP, y no de Bildu. Es curioso. En aquel tiempo, Patxi estaba muy lejos de la izquierda abertzale, y también del PNV. Bueno, ahora quiere ocupar una posición determinada en el PSOE…
Volvamos a 1982 y a Felipe González. Cuénteme anécdotas poco conocidas que lo definan.
Hay varios Felipes a lo largo del día.
¿Un carácter muy cambiante?
Si tiene un acto institucional, es muy institucional. Pero luego es muy liberal en lo cotidiano. Vivía sin corbata. Al terminar la jornada, nos solíamos reunir Julio Feo, él y yo a charlar como tres amigos y a descansar. Nos fumábamos los puros que nos habían enviado.
Que os había enviado Fidel Castro.
Fidel y otros tantos. Charlábamos de manera descontrolada. De la vida, de la política. De todo.
Ahí iba: ¿cómo es ese Felipe González?
Pues muy próximo. Felipe, cuando quiere, es un hombre muy próximo. Le interesaba mucho, por ejemplo, que le contáramos las cosas de la calle. Porque, por su cargo, había dejado de estar en contacto con ella. Yo le solía decir las cosas. Le decía que había fallado pese a que él creyera que había acertado. Le avisaba de cómo iban a titular los medios al día siguiente.
¿Y encajaba bien?
Me miraba y decía: “¡Es que no puedes dejar de ser periodista!”. Y mira que yo se lo decía como político [se rie a carcajadas]. Nunca me sentí coartado al hablar con Felipe González.
"Vi cómo Felipe González le decía a Fidel Castro que convocara elecciones y acabara con la dictadura"
Antes hemos mencionado de pasada a Fidel Castro. Preparando la entrevista, he palpado cierta admiración de González por dos dictadores: el propio Castro y Omar Torrijos, de Panamá.
Fidel es un personaje histórico. De cerca impresionaba. Pero no estoy de acuerdo con lo que dices. Espero que no le moleste a Felipe lo que voy a contar, pero es que yo lo vi con mis propios ojos. Vi cómo Felipe apretaba a Fidel y le decía que convocara elecciones en Cuba. Le pedía un salto a la democracia. “Fidel, tienes que dar ese paso. Además, ganarás las elecciones. No debes mantener una dictadura”. Fui testigo de eso.
¿Ha habido algún liderazgo en España a la altura de Felipe González?
Creo que no. Hombre, hubo un gran liderazgo previo, el de Adolfo Suárez, que ahora se valora mejor. Lideró España con mucho coraje y mucha habilidad. Pero creo que el liderazgo de Felipe fue superior. Sólo así se explica que gobernara tanto tiempo. A punto estuvo de ganar las elecciones de 1996.
Parece que Felipe González y Alfonso Guerra no se hablan. ¿La política es una tragedia griega? ¿Saca lo peor de nosotros?
A veces, la política se parece más al esperpento. Entonces, Felipe y Alfonso tenían una relación política sin fisuras, aunque fueran discrepantes. No creo que salieran juntos los fines de semana. Luego es evidente que se distanciaron.
Tú solías definirte en la estela de Indalecio Prieto: “Socialista a fuer de liberal”. ¿También describirías así al Felipe González de 1982?
Felipe era un socialdemócrata puro. Su verdadera carrera política empezó cuando renunció al marxismo y tuvo que dimitir como secretario general del PSOE. Se montó un caos… Todo el mundo le pidió que volviera y lo hizo. La socialdemocracia ha gobernado con los liberales, por ejemplo, en Alemania. Lo que ocurre es que aquí ese campo liberal lo han ido asumiendo el PP y el PSOE progresivamente.
¿Hoy tienen espacio en el PSOE los “socialistas a fuer de liberal”?
Es una buena pregunta. Creo que la insuficiencia parlamentaria está obligando al PSOE a depender mucho de Podemos. Eso genera una quiebra en la dirección, porque a algunos no les gusta, pero lo aceptan para seguir gobernando. Por eso, vemos continuamente cómo Sánchez frena algunas leyes de Podemos. Al mismo tiempo, al presidente no le queda más remedio que tomar medidas en función de los mercados.
Pero eso no responde a mi pregunta: ¿la facción liberal tiene espacio en el PSOE de hoy? Rompiste el carné.
No lo rompí, pero me fui, sí. Aunque no por eso. Todavía no habían llegado la coalición con Podemos y los pactos con Bildu. Fue por culpa de un hecho muy concreto: el golpe de mano en el Partido Socialista de Madrid. Yo era miembro de la Ejecutiva de Tomás Gómez. Me enteré por la prensa de que Tomás había sido descabalgado de su cargo por Ferraz. Se le había echado del despacho y se había cambiado la cerradura.
Sánchez ya era el secretario general del PSOE.
Sí. Lo voy a contar con total naturalidad. El ejecutor fue Simancas [actual secretario de Estado de Relaciones con las Cortes]. Lo llamé porque teníamos muy buena relación. Me dijo que había obedecido órdenes de arriba. Le respondí: “Como comprenderás, voy a renunciar a ser miembro del PSOE. Me parece antidemocrático. Pero como hay elecciones, no lo contaré hasta después para no perjudicar al partido”. Me dio las gracias y ya está. Mi renuncia al PSOE no fue ideológica.
Entonces, lo de la coalición con Podemos y los pactos con Bildu no te hubiera llevado a elegir el mismo camino.
No lo sé. Pero si tuviera que votar hoy en el Parlamento, reclamaría mi independencia y lo haría en contra de algunas cosas. Si no me la dieran, renunciaría al acta de diputado. Conozco a muchos militantes que continúan en el PSOE pese al descontento por una cuestión de fidelidad histórica, por recuerdo familiar.
¿Has tratado a Pedro Sánchez?
Sí, pero cuando era un concejal. Proviene de las agrupaciones madrileñas, igual que yo. Puedo darte mi opinión de él como presidente. No me produce entusiasmo. Pero no quisiera yo dar carnaza sobre esto. Creo que está incurriendo en un mismo error muchas veces: dice que la cosa está difícil por la guerra, por Putin y tal. Le está restando credibilidad. Es un problema de comunicación.
"Quien tuvo una conspiración mediática en contra fue Felipe. No pararon hasta derrotarlo. Y lo han reconocido algunos de sus instigadores"
Te lo pregunto como portavoz de un gobierno y como director de grandes medios: Moncloa asegura que existe una conspiración de “terminales mediáticas” y “señores de los puros” para derrocar a Sánchez. ¿Estás de acuerdo?
Quien tuvo una conspiración mediática en contra fue Felipe. No pararon hasta derrotarlo. Y no lo digo yo, lo han reconocido algunos de sus instigadores. Eso no tiene nada que ver con lo que hay ahora.
¿Qué hay ahora?
Todas las oposiciones, políticas y mediáticas quieren que el Gobierno se vaya. Es consustancial a la democracia. ¿Qué la oposición tiene medios próximos? ¿Unos porque realmente no les gusta lo que hace el Gobierno y otros por ciertas dependencias? Claro que sí, pero es que eso mismo ocurre con los medios próximos al Gobierno.
Cuando uno mira por las mañanas los periódicos, ya sabe cuál es el mapa de la información. Ya sabe que la misma noticia no la va a encontrar igual en El País que en ABC, El Mundo o El Español. Y si eso lo sabe uno, imagínate un presidente del Gobierno. Yo sabía perfectamente, al día siguiente, quién iba a aplaudir y quién iba a criticar. ¡Hombre, por Dios!
Una de tus frases más sonadas fue la ya mítica “basura amarilla” con la que te referiste a una información de 'Diario 16' que aseguraba que el Gobierno, a través de las cloacas del Estado, espiaba a periodistas. ¿Sigues creyendo hoy que la información era falsa?
Sí. No había verdad en aquella información. Además, ni siquiera dije eso tal que así de la “basura amarilla”, pero ya ha quedado para la Historia. Por mucho que intente explicarlo, eso ha quedado así.
¿Qué pasó?
Lo dije en una entrevista con Radio Nacional. Empleé, para responder a esa información, una frase utilizada por Herrero de Miñón, que era el portavoz del PP. No califiqué a Diario 16 de “basura amarilla”, me circunscribí a esa noticia.
Pero hoy es por todos sabido que esas cloacas existieron y que el espionaje se produjo años después.
Pero no en ese tiempo. Yo sólo puedo hablar de lo que viví. Y te juro que no se producían escuchas. Es que esa información era indignante porque no era verdad. Del “día X+1” [se refiere a los siguientes gobiernos de González] ya no puedo hablar porque no estaba. Y te digo más: jamás mentí en el Consejo de Ministros. Jamás. Algunas veces me callaba, pero mentir jamás.
A muchos lectores les sorprenderá que un portavoz del Gobierno diga que no mintió jamás.
Pues es la verdad. Y eso que las ruedas de prensa de entonces eran mucho más difíciles que las de ahora. Recuerdo que los periodistas, si no les parecía suficiente la respuesta, repreguntaban una y otra vez. Muchos eran amigos míos y me las hacían pasar canutas. Ahora no hay repreguntas.
Se intenta acabar con ellas. A veces, hasta te pueden cerrar el micrófono.
Claro, pero es que tienes que repreguntar. Ya sé que las cosas han cambiado. Me da esa sensación. Veo las ruedas de prensa de los Consejos de Ministros y pienso: “¿Qué pasa? ¿Por qué hay tan pocas repreguntas?”.
"Los casos de corrupción fueron gravísimos e inexcusables; se pagó por ello"
Con el tiempo, el PSOE fue acumulando más y más casos de corrupción. ¿Le decepcionó aquello en que se convirtió la esperanza de 1982?
En los últimos años, conocimos una serie de noticias innegables. Están ahí. No me gusta apoyarme en el “y tú más”, pero…
Pero lo vas a hacer.
¡Sí!
Sigues siendo socialista en el fondo.
Hombre, para que no parezca que… Ya te digo: esos casos de corrupción comprobada, subrayo lo de “comprobada”, fueron gravísimos e inexcusables. Se pagó por ello. Pero España tiene un problema de corrupción muy serio con la financiación de los partidos políticos. Ni se ha resuelto ni lo quieren resolver.
¿Cuál es tu teoría sobre los GAL? ¿Quién es el señor X? ¿Es posible que el presidente del Gobierno no conociera un aparato así controlado por Interior?
Yo hablo siempre de lo que tengo constancia. Te puedo decir que, mientras estuve en el Consejo de Ministros, no hubo ni la más mínima referencia a la actividad del GAL.
¿Y en la bodeguilla?
Ni en la bodeguilla ni en la bodegona. En ninguna parte. Había conocido en Euskadi las reminiscencias del Batallón Vasco Español. Pero, ¿eso quiere decir que no tenga sospechas? Se condenó a un íntimo amigo mío, José Barrionuevo [ministro del Interior entonces]. Nunca he hablado con él del tema. Hasta ahí llego. Has-ta-ahí-lle-go [enfatiza cada sílaba].
Me has respondido como portavoz del Gobierno, pero respóndeme como periodista. ¿Qué te dice el olfato?
Como periodista, investigaría mucho, sí, claro. Intentaría saber la verdad.
¿Todavía hoy?
Todavía hoy. Intentaría saber la verdad. Es una razonable sospecha. Esa es mi palabra.
Cuando acabaste tu etapa en el Gobierno, dijiste que no habías sido feliz. Que fue duro y triste. ¿Por qué?
Sí. Sobre todo porque rompí amistades con compañeros de la profesión. Yo había sido muy valorado entre mis colegas, tenía muchos amigos. A consecuencia de mi portavocía, se rompieron momentáneamente algunas amistades. Aquello me hizo sentirme infeliz. Noté de repente que mi carrera profesional iba a quedar excesivamente marcada para el futuro. Y todo por dos años y pico de portavoz. Me parecía injusto.
¿Te fuiste del gobierno o te echaron?
Yo sabía que me iba a ir y se lo dije a Felipe: “Me marcho”. Sabía que iba a producirse una remodelación del gobierno y que yo no estaba bien valorado.
¿Por el propio González?
No. Por los medios de comunicación. De hecho, recomendé a Felipe a mi sucesor: “Tienes que colocar a alguien que no sea periodista”. Es que yo era demasiado periodista y entendía demasiado las necesidades de mis compañeros. “Coge a alguien que caiga bien, que tenga sentido diplomático… Javier Solana”. Y nombró a Solana. Salí con esa naturalidad.
Felipe me encontró recogiendo las cosas de mi despacho, que estaba al lado del suyo. Me dijo: “¿Qué haces?”. “Recoger mis cosas, sé que me marcho”. “¿Y cómo lo sabes?”. “Porque soy periodista”. Tenía muchas ganas de irme.
Regresaste a los medios y conservaste tu carné de afiliado al PSOE. ¿Se puede ser un periodista independiente y, al mismo tiempo, estar afiliado a un partido político?
Sí. Depende de la persona. Todos tenemos una ideología. Todos. Yo tenía un carné, pero también muchos enfrentamientos con mi partido. Precisamente, porque no entendían que, teniendo carné del PSOE, colocara al frente de un programa a alguien de derechas. Dirigía unas tertulias de las que nadie dijo jamás que fueran sectarias. He mantenido siempre mi independencia. Yo pagaba mi cuota a un partido y otros cobraban de los partidos sin pagar cuota de afiliado.
Ahora que ya no tienes carné, ¿sigues yendo a votar?
Sigo votando. Y reflexiono profundamente sobre ello. Mi corazón sigue situado más a la izquierda. Me cuesta mucho abstenerme. Creo que es sano elegir, examinarse a uno mismo y mantener la libertad. Defendamos ese principio por todas partes. Bueno, ya está. He hablado mucho. Pon música y acorta mis respuestas.
La música del pianista de Casablanca.
Eso.