Yolanda Díaz e Irene Montero coinciden cada martes en la Mesa del Consejo de Ministros, pero llevan meses sin hablarse, desde el fiasco de las elecciones andaluzas. Con Pablo Iglesias, el silencio de la vicepresidenta dura ya más de un año, desde que él intentó controlar a Unidas Podemos por la puerta de atrás y ella le dijo aquello de "Pablo, no me tuteles". Lo que empezó como una riña personal ha desembocado en una guerra civil entre las dos caras a la izquierda del PSOE, la del nuevo mundo que nace y la del que se resiste a desaparecer.
No siempre fue así. Hubo tiempos mejores en que la relación de Díaz con Iglesias era cercana y cómplice, e incluso con Montero tenía una comunicación fluida. No fue hasta que el ex secretario general de Podemos designó a la gallega como su sucesora que todo se empezó a resquebrajar. Y de aquellos polvos estos lodos.
Porque Iglesias lo hizo unilateralmente, en público y a golpe de bombo y platillo. El 15 de marzo de 2021 el exvicepresidente publicó un vídeo en redes sociales, señaló a Díaz como líder del espacio, la nombró su sucesora en la vicepresidencia del Gobierno y la invitó a sucederle como candidata de Unidas Podemos. Seis meses antes, en privado, ella había rechazado la oferta e incluso estuvo a punto de abandonar el ministerio de Trabajo.
El problema de fondo es el siguiente. Iglesias puso a Díaz entre la espada y la pared de la noche a la mañana y sin preguntarle. Ni hoja de ruta, ni periodo de adaptación. Nada. Ella se enteró por la prensa y estuvo a punto de dimitir ese mismo día, dicen fuentes del Ministerio de Trabajo. Al final, sus círculos la convencieron de seguir.
Sumar
Los planes de Díaz no coinciden necesariamente con los que para ella había trazado Pablo Iglesias cuando la designó como heredera. La vicepresidenta se lanzó a preparar "un nuevo proyecto país", Sumar, que pasa por reconstruir la sopa de siglas a la izquierda del PSOE. Además, ella marca sus propios tiempos y estrategia al margen de las elecciones autonómicas y municipales, clave para el resto.
Desde Podemos lo vieron con desconfianza. Díaz nunca ha sido militante morada, abandonó Izquierda Unida en 2019 y sólo mantiene simbólicamente su carnet del Partido Comunista de España (PCE). Estas tres formaciones, sumadas a los Comunes, conforman el espacio electoral de Unidas Podemos, pero la vicepresidenta –al contrario que Iglesias– no lidera ninguno de los partidos.
De hecho, Sumar pretende unirlos a todos, pero no depender de ellos, y reniega de que los partidos sean protagonistas de las elecciones. Su idea es que todos se integren, hagan las paces con el resto de las izquierdas –Más Madrid, Compromís...– y se presenten juntos a las elecciones. Entre todos, piensa Díaz, pueden recuperar ese espacio que hace siete años controlaba Podemos en solitario.
Pero esta estrategia supone, de puertas adentro, obviar el sacrificio político y personal que durante años hicieron –siguen haciendo– los líderes morados. Especialmente Iglesias y Montero, perseguidos y acosados sin descanso para agotarlos política, civil y personalmente. La cúpula de Podemos cree que merecen "un respeto" por el sacrificio realizado y apuestan no por diluirse en Sumar –como ocurrió con IU en 2016–, sino en presentarse en coalición.
El panorama es el siguiente. Los líderes de los partidos minoritarios están del lado de Yolanda Díaz: estos son Alberto Garzón (IU), Enrique Santiago (PCE) y Ada Colau (En Comú Podem), además de todos sus subalternos como Jaume Asens, el ministro Joan Subirats, algunos dirigentes autonómicos y los diputados críticos o independientes.
Al otro lado está el núcleo de Podemos: las ministras Ione Belarra e Irene Montero, la secretaria de Estado Lilith Verstrynge y el portavoz parlamentario Pablo Echenique, además de la mayoría de diputados y militantes morados. Todos siguen a pies juntillas a la idea original de Iglesias, que era que Podemos fuera "la nave nodriza" de la izquierda y liderara el movimiento, justo lo que no quiere Díaz.
El PSOE está preocupado por la riña y presiona a Díaz para que negocie con sus incómodos socios. Al final todo va de lo mismo: puestos y listas electorales. Más que nada, porque los morados son los que más tienen que perder. Al fin y al cabo, llevan desde 2015 liderando el espacio a la izquierda del PSOE, aunque cada vez con más dificultades para mantenerse a flote.
Los roces
Desde que las dos posiciones quedaron claras, los choques entre Podemos y el resto del espacio confederal han sido silenciosos –unos más que otros– pero constantes. El primero sucedió el 11 de octubre de 2021, cuando El Periódico de España publicó que Yolanda Díaz acudiría al acto organizado por Mónica Oltra −un cadáver político desde junio− y amparado por Ada Colau y Mónica García (Más Madrid).
Pablo Iglesias, que mantiene un liderazgo oficioso desde el retiro, se enteró por la prensa de que Díaz no había invitado a nadie de Podemos al acto, le reprendió y ambos acordaron romper el contacto. Ese mismo mes el partido vivió la destitución de su ex número 3, Alberto Rodríguez, al que retiraron el escaño. El diputado acabó rompiendo el carnet de Podemos y ha fundado un nuevo partido cercano a la órbita de Yolanda Díaz con el que piensa concurrir a las elecciones canarias.
La verdadera pelea, por tanto, está en los territorios y nunca se ha evidenciado tanto como en las elecciones andaluzas, en las que Podemos acabó fuera de la candidatura conjunta. El encargado de llevar los acuerdos no fue otro que Enrique Santiago, que en cuestión de semanas pasó de ser el hombre de confianza de Pablo Iglesias al mejor escudero de Yolanda Díaz. Podemos sirvió la venganza en plato frío y fulminó a Santiago de su secretaría de Estado, así como a la jefa de gabinete de Montero, Amanda Meyer (IU).
En el otro frente, el plan de Díaz iba tomando forma: volver a unir los pedazos rotos y los puentes dinamitados de la antigua izquierda sobre todo en los territorios, que es donde Podemos tiene menos estructura. Pero donde la vicepresidenta quiere reconciliar, Podemos prefiere liderar. Los morados critican los gestos que la ministra de Trabajo dedica a los partidos menores, como cuando apoyó a Joan Baldoví en su candidatura a las elecciones valencianas, en contra de Podemos.
[El 'impuesto a los ricos' divide a Podemos: sólo Yolanda Díaz y Garzón conocían el anuncio]
La guerra
Si lo de los últimos meses era un pulso, las últimas semanas lo han convertido en una batalla campal. Recién empezado el curso político en septiembre, el Gobierno agitó con el anuncio de un impuesto a las grandes fortunas del que Podemos no sabía nada. En cambio, Díaz y Garzón sí. La misma fórmula se repitió con el aumento soterrado del gasto en Defensa.
La tensión fue creciendo hasta que estuvo a punto de explotar durante las negociaciones para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Unidas Podemos –esto es, Podemos y Díaz– defendían la candidatura de Victoria Rosell para ocupar un puesto de vocal, pero su nombre fue vetado. Así, para desbloquear la negociación, la vicepresidenta cedió y presentó dos nombres distintos: Joaquín Urías y Carlos Preciado. En Podemos nunca se lo perdonaron.
De hecho, estuvieron a punto de votar separados la renovación. Una parte del grupo –Belarra y Montero– amenazó con no apoyar el pacto del CGPJ si Rosell no estaba en las conversaciones, mientras que la otra mitad –Díaz, Santiago, Garzón y Asens– asumió, por primera vez, que el grupo parlamentario podía votar separado. La ruptura de la negociación por parte del PP evitó que todo saltara por los aires.
Todo se ha hecho más explícito en las últimas dos semanas, tras la reaparición de Pablo Iglesias como líder oficioso de Podemos para criticar la "estupidez" de Díaz en público. La vicepresidenta ya no es la candidata de consenso para los morados, mucho menos después de ponerse de perfil durante el escándalo de la ley del sólo sí es sí, en el que no ha apoyado a Montero.
A pesar de todo, el pulso entre Podemos y Yolanda Díaz de cara a las elecciones no va –todavía– de ideas, sino de formas, gestos y afinidades. Dos procederes distintos para un mismo objetivo, pero todo peligra.
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