Ha vuelto Manuel Fraga Iribarne. Fragabarne, que le decían en la Transición. Con toda su anchura de hombros, fiel metáfora de su carácter superlativo. Porque Fraga, manida es la frase, tenía el Estado en la cabeza, es verdad; pero al mismo tiempo el Estado tuvo a Fraga por todas partes. Ministro de la dictadura, padre de la Constitución, refundador de la derecha democrática, eurodiputado, jefe de la oposición, presidente autonómico, senador.
Hoy se cumplen cien años de su nacimiento (23-11-1922, Villalba). Hijo de un alcalde de Primo de Rivera y de una mujer vascofrancesa. Primogénito en una familia de doce hermanos. El Partido Popular –Feijóo y Aznar a la cabeza– se han lanzado a reivindicarle, mientras Pedro Sánchez guarda silencio y una parte del PSOE lo tacha de "ministro de un dictador asesino".
Como viene sucediendo desde que Zapatero aprobó la Ley de Memoria Histórica, las efemérides se convierten en materia de guerra cultural. Y Fraga contiene todos los elementos para alumbrar una batalla descarnada. Su trayectoria evolutiva, trenzada de coletazos autoritarios y aperturistas, lo colocó siempre en una escala de grises hasta que se convirtió, definitivamente, en padre de la Constitución. Y el gris se colorea con pinturas muy negras y pinturas muy blancas.
José María Aznar es una de las personas que mejor lo conoció. Cuando murió su mentor, en 2011, dijo: "Mi vida no se entiende sin Fraga". En conversación con este periódico, apunta: "Reivindico con mucho gusto su legado histórico, que sin duda fue importante y relevante para España".
Le ocurre al PSOE con Fraga algo que no le sucede con Adolfo Suárez, pese a que el primer presidente de la Democracia también ostentó cargos de responsabilidad durante la dictadura. Ferraz guarda silencio, oficialmente, sobre el legado de quien firmó la Constitución de 1978, pero sí es capaz de articular buenos adjetivos sobre el líder de la UCD. En la última década, los socialistas han atacado al PP por su "herencia franquista" con una profusión inimaginable en tiempos de Felipe González.
Aznar añade: "Fraga fue un político de gran vocación, profundamente reformista y modernizador. Su aportación a los elementos básicos de la Transición española, plasmados en nuestra Constitución de convivencia para todos, fueron fundamentales".
Las palabras de Aznar hoy tienen mucho que ver con las de Rubalcaba el día de la muerte de Fraga. Aquel PSOE mostró su "respeto" de esta manera: "Los demócratas siempre recordaremos con gratitud su trabajo como ponente constitucional".
Decía Umbral que Fraga era "un político en aumentativo" porque en él cabían todas las derechas: la derecha franquista, la derecha histórica, la derecha democrática y así sucesivamente.
Aznar fue el encargado de forjar el PP como "casa común" de esa derecha; un trabajo que su mentor nunca pudo completar probablemente por su trayectoria como ministro de la dictadura. Fraga se presentó hasta en cuatro ocasiones a la presidencia del Gobierno. Nombró a Hernández Mancha, que fracasó. Y después eligió a Aznar.
El expresidente cuenta a EL ESPAÑOL: "Fraga fue el fundador de una gran fuerza política de raíz fuertemente popular, indispensable para la existencia del centroderecha español y para la estabilidad y prosperidad de nuestra democracia. Tuve la satisfacción y el honor de recoger su legado, actualizarlo y llevarlo a lo más alto. Siempre tendrá mi recuerdo y admiración". Fraga fue la primera persona a la que recibió en Moncloa el entonces presidente.
Para pulsar el corrimiento del nuevo PSOE, cabe transcribir las palabras de José Zaragoza, diputado por Barcelona y secretario de Organización del PSC entre 2004 y 2011: "El PP no lo fundó un ministro franquista, fueron siete ministros del dictador asesino Franco los que lo fundaron".
Feijóo, por su parte, fue el primero en abrir el homenaje al que también dirigió la Xunta (1990 y 2005): encomió su "bilingüismo armónico" y alabó el modelo Fraga para comprometerse a implantarlo en el resto de España. Los populares laudarán a su fundador este miércoles por la tarde con un acto en su Villalba natal.
Luz y oscuridad de Fraga
Fraga encarnó sus primeros cargos políticos a partir de 1950. Era un catedrático de Derecho Político que ascendía con rapidez en el escalafón. Ya desde un primer momento, todo fue un tira y afloja. Un me abro, pero me cierro.
Su llegada a las portadas se produjo con el nombramiento como ministro de Información y Turismo, en 1962. Allí estaría hasta 1969 y, por el camino, aprobaría la llamada "ley de prensa e imprenta".
Dejó de existir la censura previa, pero no dejó de existir la censura. Era, según contaron años después los cronistas, como "una libertad de prensa con cadenas". Era muy inteligente, Fraga, decían también sus adversarios. Y supo que la supervivencia del régimen pasaba por su apertura.
Combinó la aparición de unos levísimos desnudos en la pantalla del cine con su mando en plaza en todas las cabeceras de prensa. "Con Fraga hasta la braga", dicen que dijo González-Ruano en lo que se convirtió en expresión popular.
Con las bragas y los bikinis explotó un boom del turismo, que se tornó una de las principales fuentes de ingresos. "Spain is different", fue el eslogan escogido por el ministerio de Fraga. Lo que pocos imaginaban era que verían hasta la braga del propio Fraga, sumergido en Palomares junto al embajador de Estados Unidos para decir que "no había radiación" tras el accidente de aquel bombardero cargado de hidrógeno.
Sin embargo, de manera paralela, Fraga exhibía maneras autoritarias para controlar a los periodistas. Dimitió Miguel Delibes de la dirección de El Norte de Castilla a modo de crítica y fue secuestrado el ABC. Fraga, el aperturista, amenazaba a directores de periódico en su despacho.
José Luis Cebrián Boné, que por entonces lideraba El Alcázar, quiso lanzar un vespertino con los Luca de Tena. Como había resultado, a ojos de Fraga, todavía más aperturista, escuchó en boca del ministro: "Si quieres volver a dirigir un periódico, tendrás que pasar por encima de mi cadáver". Y el cuerpo de Fraga era –literal y figuradamente– enorme. Lo contó el propio Cebrián Boné en una entrevista reciente con este diario.
Eso era Fraga en los sesenta. El ministro que abría y cerraba la mano. Todo dependía del prisma con que se mirara al gallego. Si se hace a través de la correspondencia de otro gallego, Camilo José Cela, obtenemos una realidad distinta, que en el fondo era la misma.
Arias-Salgado, el ministro anterior a Fraga, había censurado Gavilla de fábulas sin amor. Se mantenía también recortada La Colmena. Con su nueva ley, el luego padre de la Constitución llamó a Cela a consultas, bendijo sus libros y los publicó sin reservas. Fraga era franquista, pero "picassiano y celiano".
En 1963, sucedió uno de los episodios más oscuros de Fraga. Estaba encarcelado y condenado a muerte Julián Grimau, un dirigente comunista que había ejercido labores policiales durante la guerra en la retaguardia republicana. El régimen lo acusó "de crímenes y torturas" al frente de una checa en Barcelona.
Se armó un revuelo internacional. El encargado de defender y justificar la ejecución en las ruedas de prensa fue Manuel Fraga, que llegó a referirse con sorna a Grimau como "ese caballerete". Jorge Semprún escribió: "Fraga fue uno de los ministros que fusilaron a Grimau".
En 1973, Franco nombró a Fraga embajador en Reino Unido. Allí empezaría a imponerse la vertiente aperturista en el carácter del gallego, que sublevó a sus compañeros de régimen con declaraciones a medios internacionales propias de un demócrata.
Fraga iba, poco a poco, haciendo de sí mismo un conservador inglés. Hasta el punto de inclinarse en público por un sistema distinto al del franquismo. La metamorfosis de Fraga encontró su prueba de cargo en estas líneas que escribió Rafael García Serrano, falangista y guardián de las viejas esencias:
"Me dejó turulato. Han decidido que hay que pasar por vía de apremio a otro sistema. ¿Este Manuel Fraga que firma es mi amigo Manolo Fraga, a quien conocí cuando él era secretario del Instituto de Cultura? ¿Es el que yo he visto alguna vez, no muchas, con camisa azul y brazo en alto, ejerciendo sus funciones de delegado nacional? ¿El de la formidable conmemoración de los XXV Años de Paz?".
Fraga regresó a España para adquirir responsabilidades más altas tras la muerte de Franco. Su nombre estuvo en las quinielas de la sucesión. Carlos Arias Navarro lo nombró vicepresidente y responsable de Interior (1975-1976). Pero al mando de ese ministerio también alternó, como había hecho en Información y Turismo, la apertura y el cierre. "La calle es mía", solía decir. Y en esa calle murieron cinco obreros a manos de la policía en los conocidos como sucesos de Vitoria.
Fraga fue determinante una vez muerto el dictador. Clandestinamente, se reunió con Felipe González. Apostó por la legalización del Partido Comunista y apoyó una primera amnistía. Estuvo en la génesis de la fundación de El País. Después, fue uno de los ponentes constitucionales. Abrazó a Santiago Carrillo, que había hecho un camino similar al otro lado, también con puntos muy oscuros.
Cuando se dio cuenta de que su trayectoria le impedía ser el líder de una derecha democrática, nombró a Aznar –previo fracaso de Hernández Mancha– y se fue a Galicia. Allí se reinventó en una suerte de federalista-nacionalista-moderado. En obispo laico. Gobernó durante tres lustros. Murió en 2011 a los 89 años.
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