Tiene la Manduca de Azagra un gazpacho de cereza buenísimo. Un gazpacho que no es rojo. Lo mismo les pasa a los exministros que iban llegando al restaurante este miércoles al caer la tarde.
Venían desde muy lejos. De los años ochenta y noventa. De cuando el felipismo. Y se fueron dejando el rojo por el camino. Porque la Manduca es hoy uno de esos sitios típicos de la beautiful people, el mundo que les descubrió Miguel Boyer.
Era una cena organizada como secreta. Presidida por Felipe González. En plena cesión de Pedro Sánchez al separatismo catalán. Cómo llovía. Es duro ser puntual cuando llueve. El primero, al que no pudimos reconocer por ir con el rostro embozado, tuvo que llamar a la puerta insistentemente.
Los que coincidían en la puerta se miraban sorprendidos. “Pero ¿esto no era un secreto?”. Estaba nuestro fotógrafo esperando, los asaltaba con el flash. Uno a uno. Hasta contar 39. Se había invitado a “todos los ministros vivos de Felipe”. Suena muy mal la expresión, pero es la manera más eficaz de contarlo.
Y confirmaron todos, salvo Josep Borrell –por gajes del oficio– y José Griñán –a punto de entrar en la cárcel por malversación, palabra de moda–.
Llegaron puntuales Virgilio Zapatero y Rosa Conde saltando entre los charcos. Los portavoces nunca dejan de serlo. Virgilio había organizado la boda y Rosa había pedido discreción, igual que pedía a los periodistas que no publicaran que Felipe pensaba irse justo después de que se lo hubiera revelado él mismo.
Pero en una conversación telefónica, con uno de ellos, nos pasaba esto a media tarde:
–Hombre, qué alegría, ¡tienen ustedes cena de viejos amigos!
–Sí, además parece que vamos todos. Han confirmado Felipe y Alfonso.
–Cenan ustedes en un restaurante fantástico, en el centro, ¿cómo se llamaba? No recuerdo el nombre… Sí, hombre, sí, el…
–¡La Manduca!
–(…)
–Joder, no teníais ese dato, ¿no?
Efectivamente, habían confirmado “Felipe y Alfonso”. Iban a volver a cenar juntos. Como cuando se juraron amor eterno en Italia y se prometieron enderezarse el uno al otro si uno de los dos se desviaba.
Llegaba Alfonso Guerra en un coche negro a eso de las nueve. Le abrieron la puerta. Un coche de esos buenos, cristales tintados. Nada que ver con aquel automóvil que salía de Sevilla en los setenta y se plantaba en Francia en un puñado de horas. “Buenas noches,”, nos decía Guerra. Las “buenas noches” de Guerra son como una declaración de guerra. Dan un poco de miedo.
Unos minutos después llegaba Felipe con muy buen humor. Como para no estarlo. Le iban a invitar a cenar. Y ahorrarse una cena en La Manduca no está nada mal. En concreto, esta cena, con menú cerrado, salía a 68 euros.
Todos los exministros habían pagado por adelantado con un pellizco de más para invitar al presidente. Si le llegan a decir a Guerra hace unos meses que iba a invitar a cenar a González, no se lo cree.
Felipe se detuvo en la puerta. "¡Nos habéis pillado!". Se acercó al fotógrafo y le dijo: “Oye, ya total, ¡que se me vea! Espera, que me quito la mascarilla”. Y se la quitó. Qué moreno estaba Felipe. Dicen que Sánchez le pone negro.
No se quitó en cambio la mascarilla José Barrionuevo, gabardina abotonada hasta arriba y con sus gafas colgadas al cuello.
Uno de los ministros, en la puerta, trataba de desvincular la cena de los últimos movimientos del actual presidente: “Empezamos a organizarlo a finales de noviembre”. Anoche sí estaban todos. Cuando el encuentro por el 40º aniversario del histórico triunfo del 82, lo supervisó Sánchez... y faltó Alfonso.
Iban llegando, dejaban el abrigo y pasaban al fondo. A un comedor de paredes doradas, estilo minimalista. Circularon Narcís Serra y Jerónimo Saavedra, casi directos desde el aeropuerto. Javier Moscoso, Tomás de la Cuadra, Gustavo Suárez Pertierra.
Javier Solana con las manos entrelazadas a la espalda. Mucha mascarilla. ¡Cómo estaba Carlos Solchaga! ¡Qué tipo! “El que mejor está es Solchaga”, decía uno. Navarro en restaurante navarro, así cualquiera.
Era una situación curiosa. Javier Carbajal, el fotógrafo, disparaba y disparaba. Rendidos a la evidencia, sonreían. Recién exhumados, con la cara del que sonríe después de que llevaran décadas sin hacerle una foto.
“¡Oye, perdona! ¿Quiénes son estos? ¡No dejáis de hacerles fotos!”. “Políticos”. “¿Políticos? Pero si no me suena ninguno”. “Políticos de hace treinta o cuarenta años”. Pasó una ambulancia a todo trapo y menudo susto nos dimos.
Algo rezagado aparecía Carlos Westendorp, hombre clave de la cena. El primer gran jefe que tuvo Sánchez. Le dio de cenar en Nueva York cuando era chaval, luego se lo llevó contratado para negociar en Europa durante la guerra de los Balcanes. “Pedrito, culo de hierro”, le decía para enseñarle a negociar. Y Pedrito, ya lo hemos visto, ha aprendido a tenerlo todo de hierro. Desde el culo hasta la cara.
–Don Carlos, defienda usted un poco al presidente, que si no el resto…
–Bueno, lo voy a intentar. Pero, oiga, yo vengo a celebrar, ¿eh?
Más gabardinas, más sombreros. Había caído una tromba de agua con relámpagos incluidos. Pero, cuando comenzaron a aparecer, amainó. Coincidió con la llegada de José Luis Corcuera. Un electricista lo es para toda la vida. No pasó lo mismo con su militancia socialista, que abandonó en 2017, justo con la llegada de Sánchez.
Fue una cena como nunca antes. Con pundonor: Julián García Vargas llegaba del médico y Enrique Barón tuvo que entrar con algo de ayuda. Los dos, educadísimos, se pararon a saludar.
Joaquín Almunia saludaba a Cristina Alberdi. El valenciano Joan Lerma lucía su cabellera y barba blancas. Sonreía al vernos Matilde Fernández, la antecesora en Asuntos Sociales de Ione Belarra cuando a Ione Belarra le quedaba un año para nacer.
Cuando, al fondo, desde el cristal, veíamos ya a casi todos sentados, llegó una última sorpresa: Manuel Chaves. Con chófer-guardaespaldas, al que le dijo que ya le llamaría después de cenar. Condenado por los ERE… a él no le cayó la malversación, así que no va a poder beneficiarse de la reforma del Código Penal.
En la Manduca, con los postres, suelen poner de propina los famosos “cigarros de Eceiza”. De comer, crujientes, dulces y amarillentos. Buenísimos. Seguro que se los sacaron. Pero la cena merecía más. Un final apoteósico, un final habano. Si desde el Gobierno de coalición, cuando se publique esta crónica, los van a tildar de “señores de los puros”, ¿por qué no fumárselos?