Gabriel Rufián, portavoz de ERC, reconoció este jueves en el Congreso de los Diputados que subía a la Tribuna con miedo por si entraba algún "Tejero con toga", en alusión al 23-F. Al igual que él, no dejaron de sucederse las ocasiones en las que sus señorías se acusaron de "golpistas" entre ellos.
Con el ambiente caldeado por la posible decisión del Tribunal Constitucional de paralizar el Pleno extraordinario que votaba la reforma del Código Penal y la propia reforma del TC, el tono se inflamó hasta un punto pocas veces visto en Democracia, con innumerables llamadas al orden, protestas e interrupciones.
Tanto que Meritxell Batet, siguiendo la parábola evangélica de la viuda insistente -"pedid y se os dará"-, terminó rindiéndose y optó por no retirar del Diario de sesiones la palabra "golpista". Hay quienes recuerdan que la anterior presidenta, Ana Pastor, no dudó en borrar esta palabra cuando se vertió por primera vez en el Hemiciclo.
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A izquierda y derecha se profirieron el mismo ataque. Los unos por querer secuestrar al Poder Legislativo con una ofensiva judicial del PP en el Tribunal Constitucional que estuvo cerca de impedir la celebración de la votación. Y los otros por el "atropello" parlamentario de la reforma con la que el Gobierno pretende cambiar el sistema de elección de magistrados en el TC.
Quizá lo más sorprendente es que los dos principales partidos, PSOE y PP, fueron los primeros en recurrir al término. Felipe Sicilia, portavoz socialista, proclamó: "Hace 41 años la derecha quiso parar un Pleno en el Congreso y parar también la democracia, lo hizo con tricornios. Hoy la derecha ha vuelto a querer parar un pleno con togas, pero no lo han conseguido porque nuestra democracia es fuerte y sólida".
"Perpetrando un golpe"
También habló del 36. Y en alusiones Cuca Gamarra, portavoz del PP, pidió la palabra para recordar que el golpe se produjo con un Gobierno de centro derecha presidido por Adolfo Suárez. Por detrás, en la bancada popular, algunos -indignados- hacían señas para recordar que la izquierda, en aquel momento, se tiró al suelo. "Salvo Carrillo", apostillaron los más veteranos en la tribuna de prensa.
Antes, la también número dos de Feijóo había dejado caer que el PSOE "se ha mimetizado con aquellos que dieron el golpe en Cataluña". "Tanto tanto que han llegado a creerse que la democracia es sólo para ustedes, o que son ustedes", afirmó. También respaldó las tesis golpistas el portavoz de Podemos, Jaume Asens, que acusó a los populares de estar "perpetrando un golpe".
Inés Arrimadas, aunque fue contundente, no habló de golpistas. Pero la idea sobrevoló en todo su vibrante discurso: "El Gobierno de España está repitiendo lo que hizo el separatismo en 2017"; "Lo que entonces decían los separatistas lo dicen hoy ministros de España". También acusó a Batet de seguir el ejemplo de la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, al no paralizar la votación.
Con estas referencias, cualquiera pensaría que el Congreso se volvió a llenar de golpistas. Pero lo cierto es que los 350 diputados salieron al término de la sesión con normalidad, riendo los unos con los otros, protagonizando los tradicionales corrillos con los periodistas en el patio y yendo directos al Manolo u otros bares aledaños en los que comentaron la jugada con un vaso en la mano.
Ni rastro de las patrullas de Policía en la carrera de San Jerónimo, ni tampoco de un discurso del Rey desde Zarzuela que pusiera fin al asalto del que hablaron sus señorías con tanto énfasis. "Vaya circo, vaya circo", reconocía algún parlamentario mientras abandonaba la Cámara cabizbajo, algo abochornado.
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