En apenas veinticuatro horas, Antonio Garrigues Díaz-Cañabate ha pasado de ser un "vestigio franquista" a convertirse de nuevo en demócrata. Según la información contrastada por este diario, el retrato del que fue ministro en el primer gobierno de la monarquía y presidente honorífico de la Cadena Ser se mantendrá donde estaba.
A primera hora de la mañana de este miércoles, EL ESPAÑOL informaba acerca de la orden dada por el Ejecutivo "en virtud de la Ley de Memoria": descolgar el cuadro de Garrigues de la pared del Ministerio de Justicia, igual que los dedicados a quienes encarnaron esta cartera en tiempo de Franco.
Tanto este diario como el propio hijo del afectado, Antonio Garrigues Walker, avisaron al Ministerio de que el hombre del cuadro nunca fue ministro con Franco. Lo fue ya muerto el dictador, entre 1975 y 1976, en el Ejecutivo de Carlos Arias Navarro. En aquellos momentos, Garrigues Díaz-Cañabate se distinguió como uno de los políticos aperturistas más influyentes. Incluso en dictadura había pedido en público a Franco, a través de un artículo, que diera paso a "la monarquía democrática".
Un rato después, a media mañana, este diario confirmaba de fuentes oficiales que el Ministerio había rectificado: "No se retirará el cuadro". Preguntados por los motivos de este cambio, los portavoces del Gobierno echaron balones fuera y, pese a las reiteradas preguntas, no acertaron a describir aquello que les había hecho cambiar drásticamente de opinión.
Sin embargo, horas después, al filo del mediodía, Félix Bolaños, ministro de la Presidencia y principal defensor de la Ley de Memoria, era preguntado al respecto por los medios de comunicación. Desconociendo que sus compañeros de Justicia habían decidido mantener a Garrigues, él siguió hacia delante y celebró la retirada. Sostuvo que "gestos así" permiten a España superar "un periodo negro de su Historia".
La noticia sorprendió a algunos dirigentes ya inactivos del grupo Prisa, que veían cómo quien fue su presidente, de pronto, era tachado de "franquista" por el Gobierno. Varios de ellos, tras mostrar su estupefacción, decían a EL ESPAÑOL: "Ya veréis, van a rectificar. ¡Si es que no hay por dónde cogerlo!".
Se referían a las conspiraciones aperturistas impulsadas por Garrigues desde dentro del régimen y a su trabajo en la confección de una radio libre, que bajo su liderazgo dejó atrás la intervención de Franco.
Antonio Caño, que dirigió El País, sostiene: "Me parece un acto de puro sectarismo. No tiene justificación histórica alguna. Si no se rectifica, se dañará la memoria de una persona muy importante en la evolución de la radio. Garrigues es una figura de talla internacional. En ningún caso merece una actuación revanchista".
Una vida
La vida de Antonio Garrigues fue poliédrica, rica y compleja. Quizá haya sido un breve estudio de su trayectoria lo que ha empujado a Moncloa a cambiar su concepción de él de manera tan repentina. El relato que ahora sigue se construye a través de su libro Conversaciones conmigo mismo (Planeta, 1978), de una charla con su hijo y de las conclusiones de algunos historiadores.
Antonio Garrigues nació en Madrid, año 1904. Su primer recuerdo es la figura a caballo de Alfonso XIII por el Paseo de Recoletos, durante las multitudinarias juras de bandera que allí se hacían.
Fue a la universidad en tiempo de la dictadura de Primo de Rivera. No le gustó aquel ambiente porque, de repente, "todo se politizó". Se encontró muy a gusto con sus amigos poetas, los de la Generación del 27. Sobre todo con Federico García Lorca, que le invitaba a las primeras lecturas de sus versos en casa del doctor Oliver.
La sociedad se iba tensando, pero Garrigues mantenía importantes amistades en lo que ya eran dos bandos enfrentados. Sentía el mismo afecto por José Antonio Primo de Rivera que por Fernando de los Ríos; por Dionisio Ridruejo que por Rafael Alberti.
Recibió la República con entusiasmo. De hecho, fue nombrado director general de Registros. Pronto quedó decepcionado, representado en el "no es esto, no es esto" de Ortega y Gasset. Definió la República en sus papeles como "incapaz de asumir a todos los españoles, en lo que tuvieron gran culpa las derechas". Volvió al sector privado y estalló la guerra.
El propietario de su empresa huyó y Garrigues le dijo a su nuevo jefe: "No sé cuál es el significado político del Alzamiento; no sé cuál va a ser el curso de los acontecimientos que estamos viviendo, ni cuál su término final, pero lo que estoy viendo con mis ojos en Madrid es el asesinato, el saqueo, las detenciones y los juicios arbitrarios, las iglesias convertidas en garajes, en almacenes, en cárceles o simplemente ocupadas sacrílegamente”. Aquel hombre siempre lo protegió.
Casado con Helen Walker, su casa de Madrid, en la calle Castelló, disfrutó de una suerte de inmunidad diplomática al amparo de los Estados Unidos. Allí durmieron, amontonados en el suelo, decenas y decenas de perseguidos.
Él se enroló en la Quinta Columna, que trabajaba infiltrada para destruir la República. Sus misiones eran, a tenor de los historiadores, meramente humanitarias. Por ejemplo: "Llamaban a las cárceles haciéndose pasar por Besteiro y pedían que liberaran a los presos políticos". Esto, que visto hoy puede parecer imposible, funcionaba en aquellos días del desconcierto.
Carlos Piriz, historiador especialista en la retaguardia de Madrid, nos remite estas líneas: "El jefe de la Falange Clandestina, Manuel Valdés, le nombró responsable del «Auxilio Azul», una organización de tipo asistencial y mayoritariamente compuesta por la rama femenina del partido. Ya en el último tramo del conflicto, gracias a la inmunidad diplomática existente en su domicilio, junto a otros destacados falangistas, su mujer y Joseph P. Kennedy Jr., se dedicó a sacar de prisión a presos políticos para facilitar la ocupación interna de la capital en connivencia con las tropas de Franco. De hecho, fue él quien medió para hacer posible la reunión entre Valdés y Julián Besteiro en los sótanos del Ministerio de Hacienda de cara a organizar el traspaso de poderes".
Acabada la guerra, aquel dirigente de Falange, Manuel Valdés, ofreció a Garrigues prosperar en la dictadura que comenzaba a nacer. Algo así como un pago a los servicios prestados. Hubo quienes levantaron así grandes fortunas. Pero Garrigues desechó la posibilidad: "Le contesté que yo no era falangista, que había cumplido una misión como tantos españoles, por razones humanitarias y convicciones religiosas".
En los sesenta, aceptó dos importantes embajadas de Franco: Estados Unidos y el Vaticano. En ambos lugares, ya convencido de una necesidad de aperturismo, trabajó en dirección democrática: "Desde esos puestos hice todo lo que pude por promover y coadyuvar a la evolución democrática del régimen". En Washington se hizo amigo de John F. Kennedy, que se fio de él desde el principio por haber sido amigo de su hermano Joe. Años más tarde, Garrigues mantendría una "amistad amorosa" con su viuda, Jackie Kennedy.
Visitó a don Juan en Estoril y participó de aquel grupo de conspiradores que abría caminos para intentar traer la monarquía democrática a España. "Colaboré convencido de que la monarquía era la mejor fórmula de salida del poder personal de Franco", escribió.
También fue la religión –por contradictorio que pueda parecer debido al nacionalcatolicismo que reinaba– una vía hacia la libertad. En la casa de los jesuitas de la calle Maldonado, había reuniones díscolas. También en la Sierra de Gredos, donde coincidía con gente como Ignacio Camuñas, Leopoldo Calvo Sotelo, José Lladó, Julián Marías, Alberto Oliart, Marcelino Oreja o Gregorio Peces Barba. Casi todos ministros de UCD, un padre de la Constitución por el PSOE y un presidente del Gobierno.
"Si por liberal se entiende considerar la libertad como uno de los principales generadores de todo sistema político que merezca este nombre, lo soy absolutamente", describió Garrigues su propia ideología.
De Franco, dijo: "No ha tenido antes ni después de la guerra una concepción política propia. Franco aceptó lo que convenía a su poder personal, nada más. Porque Franco lo que tenía muy claro era la idea del mando, de la autoridad, de la disciplina. Su modelo era la dictadura de Primo de Rivera, pero aspiraba a una dictadura no coyuntural, sino institucionalizada. Como en todo poder absoluto, dejó que en su sombra anidara la corrupción".
Ya en Democracia, integró ese primer gobierno de la monarquía, dirigió la Ser en la Transición y hasta 1990; y lideró el despacho de abogados que hoy lleva su apellido.
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